domingo, enero 29, 2006

Enemigos

Sobrevino el silencio. Kirilov volvió la espalda a Abogin; durante un rato permaneció inmóvil y luego pasó lentamente del vestíbulo a la sala. A juzgar por sus pasos, inseguros y mecánicos; por la atención con que acomodó la pantalla de una lámpara apagada y hojeó un grueso libro que estaba en la mesa, no tenía en estos momentos propósito ni deseo alguno, no pensaba en nada ni, probablemente, recordaba ya que en el vestíbulo lo esperaba, de pie, una persona extraña. Por lo visto, el crepúsculo y el silencio de la sala intensificaron su aturdimiento. Al pasar de la sala a su gabinete, levantaba el pie derecho más de lo necesario, buscaba con las manos el quicio de las puertas y en toda su figura sentíase entonces cierta perplejidad, como si viniera a parar a una casa ajena o por primera vez en la vida se hubiese emborrachado y se entregase ahora, sorprendido, a esa nueva sensación. Sobre una pared del gabinete, a través de los estantes llenos de libros, extendíase una amplia franja de luz; junto con el pesado olor a éter y ácido fénico, esa luz penetraba por la puerta entreabierta que daba al dormitorio... el doctor se sentó en un sillón ante la mesa; durante un minuto contempló, somnoliento, los libros iluminados, luego se levantó y entró en el dormitorio.
Reinaba allí una quietud mortal. Todo, hasta el último detalle, hablaba elocuentemente de la tempestad, recién soportada, del cansancio, y todo reposaba ahora.

Fragmento del relato Enemigos, del escritor ruso Antón Chejov, nacido el 29 de enero de 1860 en Taganrog

Cuentos de Antón Chejov. Más cuentos.

También recordamos a Osvaldo Soriano, que murió el 29 de enero de 1997.

sábado, enero 28, 2006

La Catedral

Detrás de las águilas venían las aves de corral. Después de los prelados de morrión de hierro y cota de malla desfilaban los prelados ricos y fastuosos, que no reñían otros combates que los de los pleitos, litigando con villas, gremios y particulares, para mantener la inmensa fortuna amasada por sus antecesores. Los que eran generosos como Tavera levantaban palacios y protegían al Greco, a Berruguete y otros artistas, creando en Toledo un Renacimiento, eco del de Italia; los avarientos como Quiroga reducían los gastos de la fastuosa iglesia para convertirse en prestamistas de los reyes, dando millones de ducados a aquellos monarcas austriacos en cuyos inmensos dominios no se ponía el sol, pero que se veían obligados a mendigar apenas retrasaban su viaje los galeones de América.
La catedral era obra de sus príncipes eclesiásticos. Todos habían puesto en ella algo que revelaba su carácter. Los más rudos y guerreadores, el armazón, la montaña de piedra y el bosque de madera que formaban su osamenta; los más cultos, elevados a la sede en época de refinamiento, las verjas de menuda labor, las portadas de pétreo encaje, los cuadros, las joyas que convertían en tesoro su sacristía. La gestación de la giganta había durado cerca de tres siglos. Era como los animales enormes de la época prehistórica, durmiendo largos años en el vientre materno antes de salir a luz.
Cuando sus pilastras y muros surgieron del suelo, el arte gótico aún estaba en su primera época.

Fragmento de la novela La Catedral, de Vicente Blasco Ibáñez, (29 de enero de 1867 - 28 de enero de 1928)

El establo de Eva (Cuento de Blasco Ibáñez)

El 28 de enero de 1853 nació en La Habana el poeta José Martí.
El 28 de enero de 2004 en
Al_Andar...

viernes, enero 27, 2006

Celda

Estoy sentado en un banco, en el extremo septentrional de la pequeña plazuela. Probablemente fumo un cigarrillo. Las palomas van y vienen, deteniéndose a veces a cierta distancia. Hay niños jugando al otro lado de la fuente. Los surtidores me impiden verlos, pero escucho sus risas. Tres mujeres, quizá sus madres, conversan animadamente en otro banco, lo bastante lejos como para que no llegue a mis oídos el tintineo de sus voces ni el eco de alguna palabra prendida en los flecos de la leve brisa que sopla entre los arbustos. Un hombre uniformado barre las hojas que el naciente otoño va depositando, obstinado, sobre el asfalto y entre los setos que rodean la estatua del centro. En esta mañana clara, apenas pueden oírse unos pocos automóviles atravesando, raudos, las calles adyacentes. La acariciante brisa y los débiles rayos del sol son acaso los únicos testigos de la paz que invade mis pensamientos.
Mas, de pronto, la aparente tranquilidad se transforma: Todo cobra vida. Todo parece haber recuperado en un instante la velocidad que gobierna el paso de los días en las grandes ciudades. Ella se acerca, caminando erguida por el sendero que separa los macizos de flores. Alta, elegante, bellísima, viene hacia mí sin que yo pueda hacer nada por llamar su atención. Como en respuesta a mis ardientes deseos, una rosa roja, fragante, y húmeda por las pequeñas gotitas de rocío aún adheridas a sus pétalos, ha nacido repentinamente entre mis dedos. Cuando Ella pasa a mi lado, dolorosamente arranco la flor de mi propia carne, y se la ofrezco. En esa ofrenda va implícito un destino. Pero he aquí que Ella rechaza mi ofrenda con un gesto dulce y enérgico a la vez. Con una sonrisa, musita algo que no me es dado escuchar. La rosa, despechada, se arroja al vacío, suicidándose. Ha ido a caer bajo los pies de ella, que no puede evitar que su fino tacón pise, aplastándolo, el hermoso cadáver de la flor. El mío se levanta del banco, contempla una vez más la silueta que se va perdiendo entre la suave neblina, y regresa con cansancio a la celda. Doy dos vueltas a la llave en la cerradura y la arrojo lejos, entre las sombras del rincón donde todo pierde consistencia.


La Celda (SBL)

El 27 de enero de 1999 fallecía en Salamanca Gonzalo Torrente Ballester.

miércoles, enero 25, 2006

Poetas del mundo


Recientemente se ha puesto en marcha el portal Poetas del mundo, dirigido por el escritor chileno Luis Arias Manzo, con representación de poetas de los cinco continentes.

También en los últimos días, han aparecido sendos números de las revistas electrónicas: EOM (Eldígoras), que ya va por el 38, Almiar (Margen Cero) que llega al 25, y Letralia, que publica el 137.

El 25 de enero de 2004 en Al_Andar...

martes, enero 24, 2006

Insatisfacción

La felicidad de los casados jóvenes y viejos en la oficina. Fuera de mi alcance; si la tuviera a mi alcance, me resultaría insoportable, y sin embargo, es lo único que siento deseos de satisfacer.
Las vacilaciones prenatales. Si existe la transmigración de las almas, yo estoy aún en el primer peldaño. Mi vida es la vacilación prenatal.

Firmeza. No quiero evolucionar de un modo determinado, quiero cambiar de lugar; esto es, ciertamente, el deseo de "volar a otro planeta"; me bastaría estar cerca de mí mismo; me bastaría poder considerar distinto el lugar donde estoy.

La evolución fue sencilla. Cuando aún estaba satisfecho, quería estar insatisfecho y me lanzaba con todos los recursos de la época y de la tradición que tenía a mi alcance hacia la insatisfacción; entonces deseaba poder retroceder. O sea que estaba siempre insatisfecho, incluso con mi satisfacción. Es curioso que, con un proceso lo bastante sistemático, la comedia puede convertirse en realidad. Mi decadencia intelectual empezó con un juego infantil, aunque infantilmente consciente. Por ejemplo, contraía, artificialmente, los músculos faciales; andaba por el Graben con los brazos cruzados detrás de la cabeza. Era un juego repelentemente pueril, pero de éxito. (Algo parecido ocurrió con la evolución de mi actividad literaria, sólo que esta evolución, por desgracia, quedó posteriormente paralizada.) Si es posible hacer que, de este modo, caiga la desdicha sobre uno mismo, sería posible provocarlo todo. Por mucho que la evolución parezca negármelo, y aunque esto contradiga esencialmente mi personalidad, no soy capaz de admitir de ninguna manera que los inicios de mi desgracia fuesen íntimamente necesarios; puede que en ellos hubiera algo de necesidad, pero no íntima; se me acercaron volando como moscas, y hubiese podido espantarlos tan fácilmente como se espanta a las moscas.
En la otra orilla, la infelicidad no habría sido menos grande, sino probablemente mayor (a causa de mis debilidades); de esto, tengo sin duda la experiencia; aún sigue vibrando, en cierto modo, la palanca, desde la última vez que intenté moverla, ¿por qué entonces, aumento la desdicha de estar en esta orilla, con la nostalgia de estar en la otra?


Anotación del 24 de enero de 1922 en los Diarios, de Franz Kafka

Leer La Metamorfosis

El 24 de enero de 1967 fallecía en Buenos Aires el poeta Oliverio Girondo

lunes, enero 23, 2006

Olga, Galleguita

"...durante una fracción de segundo su cabeza alcanzó la dulce ingravidez, giró lentamente y sus ojos recogieron por última vez la engañosa luz de las estrellas, la última promesa loca de la vida"
(La oscura historia de la prima Montse)
Juan Marsé

Y aunque no te conmovían los tangos, tu cara fresca me conmovía a mí y eso me bastaba. Cometiste el pecado de ser la Galleguita Olga, y tu frescura caía sobre mis sueños empapándome de ilusiones.
Y te decía con lasciva angustia que tu pubis era como un cuadro del renacimiento; y que tus piernas, largas y pálidas, eran una llamada de amor indio.
Y vos enfurruñada me crucificabas: Andá a joder a otras con esas comparaciones tontitas, y al decirlo recogiste tu cabello revuelto por la brisa.
Y vos meneabas ese garbo traído de las muñeiras de Galicia, donde tus viejos se rompieron el lomo gallego.
Y yo disfrutaba tu pantalon ajustado. Eras un ángel distraído que llegaste hasta la calle de baldosas sueltas que se rompían a tu paso y en la que gorriones incestuosos se columpiaban entre esos paraísos que se llevó el tiempo, arrugados exhaustos por inviernos tétricos lúgubres.
Y tengo en la retina tus ojos color difuso oscuros parpadeando con esa candidez deliberada que regocijaba mi corazón.
Y eras como un fresco pintado sobre una pared de barrio por un artista muerto de amor y pena. Y Sos un adulador mentiroso me decías sacudiéndome aquel dedo tan blanco y delgado que yo llamaba aguja de colchonero.
Y entonces te hacías la rata yéndote por largos días, tan largos y tan tristes me parecían que había decidido voltearme y dejarme morir.
Y entonces llegabas confundida entre un montón de sonámbulos sacándome la lengua como relamiendo una costra de chocolate.
Y aparecías como un trasgo envuelta en la niebla que trepaba del Riachuelo y yo suspirando, marmota imberbe aplanado por una ristra de emociones virginales.
Y a veces te imaginaba taconeando como una andaluza metida en esos timbos bochincheros, mientras tus piernas largas y pálidas llamada de amor indio se deslizaban entre las burbujas de la tardecita de ensueños e ilusiones, como para tomar mate con rosquitas o una taza de café renegrido con bizcochitos de grasa.
Y siempre pensándote en la cama arrullados entre las sábanas, y los sexos buscándose con premura e inocencia para gemir entre vaivenes agónicos y desesperados.
Y veía a esos tipos desgarbados que con estulticia despareja te desnudaban sin bochorno con miradas concupiscentes y salivosas.
Y me angustié el día ese en que sentada en la fonda de la calle Río Bamba susurraste: me voy.¿Que qué? me voy, y no pongas cara de Cristo apuñaleado o de Che Guevara sobre el mármol sucio y frío, que me voy…
Y no supe de vos hasta que encontraron tus piernas largas y pálidas llamada de amor indio, tu cara fresca y el pubis, que era como un cuadro del renacimiento, tumbados en ese basural del Docke. Y con la sangre reseca y negra, como el alma del que te violó y te punzó la garganta, tan suave tan bella tan Olga, Galleguita.
Y tus ojos color difuso rociados por aquellos lagrimones que resbalaban con pena, porque vos Olga Galleguita te fuiste con tus pájaros a saltar de rama en rama sobre los paraísos de la barriada.
Y el fresco pintado sobre una pared de barrio por un artista muerto de amor y pena yace atribulado entre velas de colores y lágrimas de yeso.
Y ahora ya no te escucho pucha decirme con aquella voz de sonsa: Sos un adulador mentiroso, sacudiéndome aquel dedo tan blanco y delgado que yo llamaba aguja de colchonero.
Y yo que quiero dejarme morir, Olga Galleguita, porque acuchillaron tu inocencia y a la mía la murieron.

Andrés Aldao, editor de la revista Artesanías Literarias
El 23 de enero de 1783 nacía Marie Henri Beyle, Stendhal

jueves, enero 19, 2006

Melancolía


Me siento, a veces, triste
como una tarde del otoño viejo;
de saudades sin nombre,
de penas melancólicas tan lleno...

Mi pensamiento, entonces,
vaga junto a las tumbas de los muertos
y en torno a los cipreses y a los sauces
que, abatidos, se inclinan... Y me acuerdo
de historias tristes, sin poesía... Historias
que tienen casi blancos mis cabellos.

Melancolía, de Manuel Machado, fallecido en Madrid el 19 de enero de 1947.

Más poemas de Manuel Machado

Un 19 de enero nacieron Edgar Allan Poe (1809) y Gustav Meyrink (1868)

miércoles, enero 18, 2006

Ellos

Cuando las colinas boscosas se cerraron a mi alrededor, me erguí en el coche para tener una visión general del gran Down, cuya cima anillada es un hito en cincuenta millas a la redonda en las comarcas bajas. Supuse que la orientación del campo me llevaría a través del llano hasta alguna carretera que se dirigiera hacia el oeste y que llegara hasta el pie de la montaña, pero no pude comprobarlo a causa de los velos densos de los montes. Un giro rápido me sumergió primero en un atajo verde, lleno de luz solar líquida, después en un túnel de penumbras donde las hojas muertas del año anterior susurraban y crepitaban bajo mis ruedas. El ramaje resistente de los avellanos, que se cruzaba por encima de mi cabeza, no había sido podado a lo largo de dos generaciones, por lo menos, y ningún hacha había ayudado al roble cubierto de musgo o al haya a subir más alto que ellos. Allí la carretera se convertía abiertamente en sendero alfombrado sobre cuyo terciopelo marrón matas viejas de prímulas parecían trozos de jade y unas pocas campanillas de tallos blancos, enfermizas, cabeceaban al unísono. Gracias a la cuesta, apagué el motor y me deslicé por encima de los remolinos de hojas esperando a cada momento encontrarme con algún guardia, pero oí el grito de un grajo, a lo lejos, disputando con el silencio bajo la penumbra de los árboles.
El sendero seguía bajando. Estaba a punto de dar la vuelta y de rehacer mi camino en segunda, antes que fuera a dar en algún pantano, cuando vi un rayo de luz que más adelante atravesaba la maraña y solté el freno.

Fragmento del relato Ellos, de Rudyard Kipling, fallecido en Londres el 18 de enero de 1936.

Leer El libro de las tierras vírgenes

El 18 de enero de 1867 nacía el poeta Rubén Darío

martes, enero 17, 2006

Novedades en Letralia

La revista literaria digital Letralia, Tierra de Letras inauguró este lunes 16 de enero dos nuevos espacios: Aula Letralia, un centro de formación literaria, y TransLetralia, una publicación sobre traducción, según informó su editor, el escritor venezolano Jorge Gómez Jiménez.

Aula Letralia reúne material de orientación sobre el aprendizaje del oficio literario, incluyendo textos de Julio Cortázar, Roberto Bolaño, William Faulkner, Gabriel García Márquez y otros, así como opiniones de sus lectores sobre las técnicas que consideran más apropiadas para quien desea convertirse en un escritor.

Asimismo, el sitio es un aula virtual en el que varios guías dictarán talleres literarios en línea, el primero de los cuales es “Técnica y arte del blog literario”, dictado por Gómez Jiménez. El taller consta de 12 lecciones que serán impartidas a través del correo electrónico, y en las que los participantes aprenderán sobre la historia de los blogs, cómo diseñarlos y armarlos, sitios dónde alojarlos, cómo hacer un blog que destaque y toda la información que necesitan para hacer un blog atractivo.

Por su parte, TransLetralia es una publicación digital dedicada a la promoción de los traductores literarios que usan el español como lengua de trabajo. Incluye textos de autores consagrados traducidos de otras lenguas al español y viceversa, además de material ensayístico sobre el oficio del traductor.

La primera selección de textos que publica TransLetralia incluye el cuento X-ing a Parabrab, del estadounidense Edgar Allan Poe, traducido por el venezolano Miguel Siso; una colección de relatos breves del chino Pu Sungling cuya versión en español estuvo a cargo del venezolano Wilfredo Carrizales; poemas del estadounidense Raymond Carver traducidos por el argentino Esteban Moore y del japonés Shuntaro Tanikawa traducidos por la mexicana Cristina Rascón Castro.

Estos textos no habían sido nunca traducidos al español. Adicionalmente, TransLetralia publica un libro sobre traducción de textos religiosos hebreos del uruguayo Iaír Menachem y un capítulo de la novela El Inesperado, de Enrique Lafourcade, traducido al inglés por Nicole Lafourcade.

Con la creación de estos espacios, Letralia inicia la celebración de su décimo aniversario, que se cumplirá el sábado 20 de mayo de 2006, y complementa su oferta de contenidos para escritores y lectores de habla hispana, que incluye también una revista literaria de circulación quincenal en la que ya han sido publicados textos de más de mil autores, un directorio de recursos culturales en Internet, una editorial digital y una sección de autores invitados.

El 17 de enero de 2004 en Al_Andar...

domingo, enero 15, 2006

Nada hay en la orilla infranqueable


Nada hay en la orilla infranqueable.

Olas acariciando lo que roban.
Espejos reflejando sus reflejos.
Salitre y algas viejas, desterradas.

El mar y las gaviotas y el último destello
de otra estrella caída allá en lo alto.

Las nubes y el silencio
apenas quebrantado por el roce
de alguna pluma furtiva extraviada.

Sólo la orilla y los ojos
apagados
de quien llega al final de su camino.

Sergio B.

jueves, enero 12, 2006

Jack London

Ah Cho no tenía nada que temer. No había participado en el crimen. Verdad era que lo había presenciado y que Schemmer, el capataz de la plantación, había irrumpido en el interior del barracón poco después de ocurrir el suceso, sorprendiéndole allí junto a otros cuatro o cinco coolies, pero, ¿qué importaba eso? Chung Ga había muerto de dos heridas de arma blanca. Estaba claro que cinco o seis hombres no podían infligir dos puñaladas. Aun en el caso de que cada una se debiera a distinta mano, sólo dos podían ser los asesinos.
Tal había sido el razonamiento de Ah Cho cuando, junto con sus cuatro compañeros, había mentido, trabucado y confundido al tribunal con su declaración respecto a lo ocurrido. Habían oído ruidos y, como Schemmer, habían corrido al lugar de donde procedían. Habían llegado antes que el capataz, eso era todo. Era cierto también que Schemmer había declarado que, si bien había oído ruidos de pelea al pasar por las cercanías del lugar del suceso, había tardado al menos cinco minutos en entrar al barracón. Que había hallado en el interior a los prisioneros y que éstos no habían podido entrar inmediatamente antes porque él los hubiera visto, dado que se hallaba junto a la única puerta de la construcción.

Fragmento del relato El Chinago, de Jack London, nacido el 12 de enero de 1876 en San Francisco.

Otros cuentos de Jack London

Cien años más tarde, el 12 de enero de 1976, fallecía Agatha Christie.

viernes, enero 06, 2006

No habrá más penas ni olvido

Entonces empezó a gemir. El cigarrillo cayó de sus manos. Se puso de palmas sobre la cara y sollozó largamente. Ignacio lo miró con lástima. Se asombró de tener todavía capacidad para compadecerse de los demás. Había visto centenares de veces a Peláez caminar de un lado a otro del pueblo, sin rumbo. El loco solía detenerse a escribir frases extrañas sobre las paredes o los frentes de las casas. Dormía a la intemperie en la plaza o bajo las chapas del corralón municipal; a veces en algún zaguán abierto. Nadie lo había visto comer jamás.
Ahora estaba parado allí, cubierto de luz. Se dobló para levantar el cigarrillo y le costó llegar con la mano al suelo. Por un instante la atención de los tres hombres se fijó en él. Peláez, al agacharse, había descubierto el cuerpo de Moyano, tapado con diarios. Se acercó, y levantó uno y le miró la cara. Otra vez rompió a llorar. Se puso de rodillas, abrazó el cadáver y lo estrechó contra su cuerpo. Ignacio vio que el clavel se aplastaba sobre la nariz del placero.
A lo lejos, sonaron dos balazos.

Fragmento de la novela No habrá más penas ni olvido, del escritor argentino Osvaldo Soriano, nacido en Mar del Plata el 6 de enero de 1943.

También un 6 de enero, en 1931, nacía Juan Goytisolo.

miércoles, enero 04, 2006

Albert Camus

Era el pleno invierno y, sin embargo, se anunciaba una mañana radiante en la ciudad ya activa. En el extremo de la escollera, el mar y el cielo se confundían en un mismo resplandor. No obstante, Yvars no los veía. Pedaleaba pesadamente por las avenidas del puerto. Su pierna inválida descansaba inmóvil sobre el pedal fijo de la bicicleta, mientras la otra se esforzaba en vencer a los adoquines, aún mojados por la humedad nocturna. Sin levantar la cabeza, frágil sobre su sillín, evitaba los rieles del antiguo tranvía, se desviaba a un lado con un brusco movimiento del manillar para dejar paso a los automóviles que se le adelantaban y, de vez en cuando, con el codo echaba hacia atrás, sobre sus riñones, la mochila en la que Fernande le había metido el almuerzo. Pensaba entonces amargamente en el contenido de la mochila. Entre las dos gruesas rebanadas de pan, en lugar de la tortilla a la española que tanto le gustaba, o el filete frito, no había más que un trozo de queso.
Nunca le había parecido tan largo el camino hasta el taller. Es que iba envejeciendo. A los cuarenta años, y aunque hubiera permanecido seco como un sarmiento de viña, los músculos no entran en calor tan rápidamente.

Fragmento de la narración Los mudos, del escritor francés Albert Camus, muerto en un accidente de tráfico en la localidad de Villeblerin (Francia) el 4 de enero de 1960.

El 4 de enero de 1965 fallecía en Londres el poeta TS Eliot.

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