viernes, junio 30, 2006

El valle del Issa

Una de las particularidades del valle del Issa es que en él viven más demonios que en otros lugares. Es posible que los sauces carcomidos, los molinos y la maleza de las orillas sean especialmente acogedores para estos seres que se aparecen tan sólo cuando ellos lo desean. Los que lo han visto dicen que el demonio es más bien pequeño, del tamaño de un niño de nueve años, que lleva un frac verde, chorrera, el pelo recogido, medias blancas y que, con la ayuda de unos zapatos de tacón alto, procura ocultar las pezuñas, de las que se avergüenza. Hay que aceptar estas explicaciones con cierta reserva. ¿Quién sabe si los demonios, conocedores de la supersticiosa admiración de la gente por los alemanes -hombres expertos en comercio, investigación y ciencia-, no tratarán de darse importancia vistiéndose como Emmanuel Kant, de Koenigsberg? No en vano, junto al Issa, al que posee una fuerza impura se le llama también el "alemancillo", dando a entender con ello que el demonio es un aliado del progreso. De todos modos, cuesta creer que pudieran vestirse así cada día.

Fragmento de la novela El valle del Issa, del escritor polaco
Czeslaw Milosz, nacido el 30 de junio de 1911.
El 30 de junio de 1939 nacía José Emilio Pacheco
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jueves, junio 29, 2006

Vuelo nocturno

Muy pronto Rivière oirá ese avión: la noche entregará a uno de los tres, cual el mar, con su flujo, su reflujo y sus misterios que deposita en la playa el tesoro que por tanto tiempo ha zarandeado. Más tarde, se recibirán de ella los otros dos.
Entonces, este día habrá terminado. Entonces, las tripulaciones fatigadas, remplazadas por otras de refresco, se irán a dormir. Pero Rivière no tendrá reposo: el correo de Europa, a su vez, le cargará de inquietud. Siempre será así. Siempre. Por primera vez, ese viejo luchador se asombraba de sentirse cansado. La llegada de los aviones no será nunca esa victoria que concluye una guerra, e inicia una era de paz venturosa. Jamás habrá, para él, otra cosa que un paso hecho, precediendo a otros mil pasos semejantes. Le parece a Rivière que, desde largo tiempo, levanta un peso muy grande, con los brazos tendidos: un esfuerzo sin descanso y sin esperanza.

Fragmento de Vuelo nocturno, de Antoine de Saint-Exupéry, nacido en Lyon el 29 de junio de 1900.
El 29 de junio de 1979 fallecía Blas de Otero
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lunes, junio 26, 2006

La estirpe del dragón

En los campos próximos a la casa, Lao Er continuaba buscando a Jade. El sol no se había puesto aún, y sus largos rayos amarillos descansaban como una capa de miel sobre el verdor. Si la joven andaba cerca sería fácil divisar su vestido azul. El trigo había sido segado y el arroz no había medrado aún. Jade no tenía dónde esconderse. Pero, pues no estaba allí, era menester que se hallase en el pueblo. Lao Er pensó rápidamente en qué lugares podría encontrarla. No en la casa de té, adonde sólo iban los hombres. Tampoco con la familia del primo tercero, porque el hijo del primo era de la misma edad que Lao Er y había deseado a Jade por esposa cuando la casamentera andaba buscando buen marido para la joven. Aquel cuarto primo había visto a Jade en la puerta de la casa de su padre, en otro pueblo, y la había amado. Pero Lao Er la había visto antes y amándola también; de tal suerte nació entre los dos mozos un gran odio, que les conducía a buscar todo pretexto de querella. El caso llegó a ser conocido por toda la aldea, y no había quien no tuviese los ojos sobre los dos, a fin de separarlos si se enzarzaban.
La propia Jade no había sabido a cuál de los dos prefería.

Fragmento de La estirpe del dragón, de Pearl S. Buck, nacida en Hillsboro (West Virginia) el 26 de junio de 1892.
El 26 de junio de 1970 fallecía Leopoldo Marechal
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domingo, junio 25, 2006

Michel Foucault

Hay que interrogar ahora al otro bando. Ya no la conciencia de la locura comprometida con los gestos de la segregación, en su rito fijo o en sus interminables debates críticos; sino esta conciencia de la locura que sólo para sí misma juega al juego de la separación, esta conciencia que enuncia al loco y despliega la locura.
Y, para empezar, ¿qué es el loco, portador de su enigmática locura, entre los hombres de razón, entre esos hombres de razón de un siglo XVII aún en sus orígenes? ¿Cómo se le reconoce, al loco, tan fácilmente distinguible un siglo antes con su perfil bien recortado, que hoy debe cubrir con una máscara uniforme tantos rostros distintos? ¿Cómo se le va a designar, sin cometer error, en la proximidad cotidiana que lo mezcla con todos los que no están locos y en la mezcla inextricable de los rasgos de su locura con los signos obstinados de su razón? Preguntas que se plantean el hombre sensato antes que el sabio, el filósofo antes que el médico, todo el grupo atento de los críticos, de los escépticos, de los moralistas.
Médicos y sabios, por su lado, examinan, antes bien, la locura misma, en el espacio natural que ocupa: mal entre las enfermedades, perturbaciones del cuerpo y el alma, fenómeno de la naturaleza que se desarrolla a la vez en la naturaleza y contra ella.

Fragmento de la Historia de la locura en la época clásica, de Michel Foucault, fallecido el 25 de junio de 1984.
El 25 de junio de 1903 nacía George Orwell

viernes, junio 23, 2006

Richard Bach

Los agricultores del Medio Oeste necesitan buenas tierras para prosperar. Los aviadores errabundos también. Deben mantenerse próximos a sus clientes. Deben encontrar campos situados a cien metros del pueblo, campos cubiertos de pasto, o de heno, o de avena, o de trigo segado hasta la altura de la hierba; despejados de vacas inclinadas a roer la tela del fuselaje; próximos a una carretera; con un portón en la cerca para permitir el acceso de la gente; alineados de manera que el avión no tenga que rozar en ningún momento los tejados de las casas; suficientemente llanos para que el avión no se descalabre al rodar a 75 kilómetros por hora; lo bastante grandes para aterrizar y despegar sin peligro en los cálidos y apacibles días de verano; todo esto, contando con la autorización del propietario para volar por allí durante una jornada.
Pensé en ello mientras enfilábamos hacia el norte un sábado por la mañana, el mesías y yo, viendo como los manchones verdes y dorados de la tierra desfilaban serenamente trescientos metros más abajo. El Travel Air de Donald Shimoda rugía junto a mí a la derecha, y su brillante pintura reflejaba los rayos del sol en todas direcciones. Un estupendo avión, pensé, pero demasiado grande para hacer acrobacias con mal tiempo.

Fragmento de Ilusiones, de Richard Bach, nacido en Illinois el 23 de junio de 1929.
El 23 de junio de 1959 fallecía Boris Vian
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jueves, junio 22, 2006

Ayesha

Dieciséis años han pasado desde la noche en que recibimos el mensaje de la adorada Inmortal en nuestra casa de Cumberland, y desde entonces Leo y yo seguimos incansables viajando, y viajando con la esperanza de encontrar la montaña que tiene la cumbre igual a la de la visión de Leo.
Nos encontramos ahora en un país que, según mis informes, no ha sido hollado todavía por pie de europeo alguno.

Es una parte del enorme Turquestán. A orillas del lago Balkash, a unas doscientas millas hacia el oeste del macizo de montañas señalado en los mapas con el nombre de ArkartyTau, en las cuales estuvimos un año, y a unas quinientas millas al este de las montañas llamadas Chergas, de donde acabámos de regresar, después de haber explorado las del Tau.

Aquí es donde comienzan nuestras verdaderas aventuras.

En uno de los picos de las imponentes Chergas, que no están señaladas en los mapas, estuvimos a punto de morir de inanición. El último viajero que encontramos, cien millas al sur, nos dijo que entre estas montañas existía un monasterio habitado por lamas, de reconocido grado de santidad, que para alcanzar méritos moraban en esta tierra salvaje sin más compañía que la de sus oraciones.


Fragmento de la novela Ayesha, el retorno de Ella, del escritor inglés Henry Rider Haggard, nacido el 22 de junio de 1856.
El 22 de junio de 1945 nacía Pere Gimferrer
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miércoles, junio 21, 2006

Maquiavelo

Pero las dificultades existen en los principados nuevos. Y si no es nuevo del todo, sino como miembro agregado a un conjunto anterior, que puede llamarse así mixto, sus incertidumbres nacen en primer lugar de una natural dificultad que se encuentra en todos los principados nuevos. Dificultad que estriba en que los hombres cambian con gusto de señor, creyendo mejorar; y esta creencia los impulsa a tomar las armas contra él; en lo cual se engañan, pues luego la experiencia les enseña que han empeorado. Esto resulta de otra necesidad natural y común que hace que el príncipe se vea obligado a ofender a sus nuevos súbditos, con tropas o con mil vejaciones que el acto de la conquista lleva consigo. De modo que tienes por enemigos a todos los que has ofendido al ocupar el principado, y no puedes conservar como amigos a los que te han ayudado a conquistarlo, porque no puedes satisfacerlos como ellos esperaban, y puesto que les estás obligado, tampoco puedes emplear medicinas fuertes contra ellos; porque siempre, aunque se descanse en ejércitos poderosísimos, se tiene necesidad de la colaboración de los «provincianos» para entrar en una provincia.

Fragmento de la obra El príncipe, de Nicolás Maquiavelo, fallecido el 21 de junio de 1527.
El 21 de junio de 1905 nacía Jean-Paul Sartre
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martes, junio 20, 2006

Cioran

El que pertenece orgánicamente a una civilización no sabría identificar la naturaleza del mal que la mina. Su diagnóstico apenas cuenta; el juicio que formula sobre ella le concierne; la trata con miramientos por egoísmo.
Más despegado, más libre, el recién llegado la examina sin cálculo y capta mejor sus desfallecimientos. Si está perdida, él aceptará la necesidad de perderse también, de constatar sobre ella y sobre sí mismo los afectos del fatum. En cuanto a remedios, ni posee ni propone ninguno. Como sabe que no se puede curar el destino, no se erige como salvador de nadie. Su única ambición: estar a la altura de lo Incurable...
Ante la acumulación de sus éxitos, los países de Occidente no necesitaron mucho trabajo para exaltar la historia, para atribuirle una significación y una finalidad. Les pertenecía, eran sus agentes: debía pues seguir una marcha racional... De este modo, la colocaron alternativamente bajo el patronazgo de la Providencia, de la Razón y del Progreso. El sentido de la fatalidad les faltaba; comenzaron finalmente a adquirirlo, aterrados por la ausencia que les acecha, por la perspectiva de su eclipse. De ser sujetos han pasado a objetos, desposeídos para siempre de esa irradiación, de esa admirable megalomanía, que hasta ahora los había cerrado a lo irreparable.

Fragmento del libro La tentacion de existir, de Émile Michel Cioran, fallecido el 20 de junio de 1995.
El 20 de junio de 1889 nacía Alvaro Yunque

lunes, junio 19, 2006

William Golding

La tarde, brumosa, húmeda y asfixiante, pasaba lentamente; sangrante y enloquecida, la cerda avanzaba con creciente dificultad, y los cazadores la perseguían, unidos a ella por el deseo, excitados por la larga persecución y la sangre derramada. Podían verla ahora y estuvieron a punto de alcanzarla, pero con un esfuerzo supremo logró de nuevo distanciarse de ellos. Estaba ya a su alcance cuando penetró en un claro donde brillaban las flores multicolores y las mariposas bailaban en círculos en el aire cálido y pesado.
Allí, abatido por el calor, el animal se desplomó y los cazadores se arrojaron sobre la presa. Enloqueció ante aquella espantosa irrupción de un mundo desconocido; gruñía y embestía; el aire se llenó de sudor, de ruido, de sangre y de terror. Roger corría alrededor de aquel montón, y en cuanto asomaba la piel de la cerda clavaba en ella su lanza. Jack, encima del animal, lo apuñalaba con el cuchillo. Roger halló un punto de apoyo para su lanza y la fue hundiendo hasta que todo su cuerpo pesaba sobre ella. La punta del arma se hundía lentamente y los gruñidos aterrorizados se convirtieron en un alarido ensordecedor. En ese momento, Jack encontró la garganta del animal y la sangre caliente saltó en borbotones sobre sus manos. El animal quedó inmóvil bajo los muchachos, que descansaron sobre su cuerpo, rendidos y complacidos. En el centro del claro, las mariposas seguían absortas en su danza.


Fragmento de la novela El señor de las moscas, de William Golding, fallecido el 19 de junio de 1993.
El 19 de junio de 1947 nacía Salman Rushdie
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domingo, junio 18, 2006

Máximo Gorki

Hace cuarenta años, los vapores iban aún muy despacio; nuestro viaje hasta Nijni Novgorod duró mucho tiempo, y todavía recuerdo mucho aquellos días, que me enseñaron a disfrutar de la belleza.
El tiempo se había despejado; desde la mañana hasta la noche permanecía yo con mi abuela sobre cubierta, bajo el cielo transparente, entre las dos orillas del Volga, doradas por el otoño y como recamadas de seda de colores. Sin prisa, batiendo perezosa y ruidosamente con las paletas de las ruedas las olas del azul grisáceo, el vapor, pintado de rojo vivo, con la chalupa al extremo del largo cable de remolque, remonta la corriente. La chalupa gris parece materialmente una cucaracha gigantesca. Imperceptiblemente, navega el sol por encima del Volga; de hora en hora, todo cambia en el paisaje, todo es nuevo; las verdes montañas son como abultadas bolsas en el suntuoso vestido de la tierra; en las orillas se extienden ciudades y aldeas que, de lejos, parecen hechas de alajú; en el agua flotan las doradas hojas del otoño.

Fragmento de la novela Días de infancia, de Máximo Gorki, fallecido el 18 de junio de 1936.
El 18 de junio de 1982 fallecía Djuna Barnes
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sábado, junio 17, 2006

Santateresa*

Los humanos nos juzgan crueles, pero ¿qué valor puede tener en estos tiempos la opinión de los humanos?
Consideran que nuestras costumbres sexuales son violentas, pero ¿hay algo más violento y sanguinario que ellos sobre la faz de la tierra?
Cierto es que matamos a nuestros amantes durante la cópula, pero ¿que mayor homenaje a sus caricias? Puesto que la muerte ha de llegar forzosamente ¿no es mejor su advenimiento durante el delirante clímax? Que nadie vea en estos argumentos una justificación. No hay tal cosa. Si arrancamos la cabeza de nuestros amantes durante el acto es simplemente porque hay en nosotras un impulso que no puede ser reprimido, y que proviene sin duda de la voluptuosidad del instante. Pero no hay engaño. Saben que así debe ser, y cumplen su papel sin la menor queja. Amar y morir son una misma cosa para ellos. No hay traiciones, ni deslealtades, ni malentendidos. Sólo el placer, y después la nada. A nosotras, en cambio, nos queda la amargura de la soledad, la certidumbre del desencuentro.
Uno tras otro, van pasando por nuestras vidas. Llegan, nos aman y se van, sin posibilidad alguna de regreso. Casi no da tiempo ni a juntar un puñado de recuerdos. Por eso siempre estamos profundamente tristes; en nuestro abatimiento, parece que rezamos.
Hay voces que afirman que nuestra conducta sexual está basada en el antiguo principio que dice que todo macho es infiel por naturaleza, y que sólo tratamos de protegernos del inevitable abandono. Pero estos teólogos carecen por completo de credibilidad. Una hora de irrefrenable lujuria con una de nosotras bastaría para desmontar la más sofisticada teoría al respecto.
Los humanos nos miran por encima del hombro, pero en la intimidad nos envidian, y en el fondo les gustaría poder imitarnos, sentir el vértigo del instante, paladear esa espesa mezcla en la que miedo y deseo son una misma gelatina multicolor, habitar, apenas un momento, esas zonas oscuras de su alma a las que ni siquiera en sus horas más desoladas se han atrevido a asomarse.

*La Mantis religiosa o Santateresa, así llamada a causa de la posición que adopta durante el reposo y en la que parece estar rezando, mata al macho durante la cópula, condición indispensable, según parece, para que la fecundación sea efectiva.
SBL
El 17 de junio de 1874 nacía Rufino Blanco Fombona
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viernes, junio 16, 2006

Leopoldo María Panero

Bufón soy y mimo al hombre en esta escalera cerrada
con peces muertos en los peldaños

y una sirena ahogada en mi mano que enseño

mudo a los viandantes pidiendo

como el poeta limosna

mano de la asfixia que acaricia tu mano

en el umbral que me une al hombre

que pasa a la distancia de un corcel

y cándido sella el pacto

sin saber que naufraga en la página virgen
en el vértice de la línea, en la nada

cruel de la rosa demacrada

........................................donde
ni estoy yo ni está el hombre


El loco al que llaman el rey, poema de Leopoldo María Panero, nacido en Madrid el 16 de junio de 1948.

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jueves, junio 15, 2006

Luis Vidales

El viento vira en los aires
sobre la hélice de la hoja.

Nadie ha visto el viento

pero las hojas van señalando su rumbo.

Da tristeza.

Para que el vuelo de las hojas

fuera a su gusto

todas deberían ir provistas
de motorcillos de mariposa.


Las hojas, poema de Luis Vidales, fallecido el 15 de junio de 1990.

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miércoles, junio 14, 2006

Borges

La historia comenzada en Bombay sigue en las tierras bajas de Palanpur, se demora una tarde y una noche en la puerta de piedra de Bikanir, narra la muerte de un astrólogo ciego en un albañal de Benarés, conspira en el palacio multiforme de Katmandú, reza y fornica en el hedor pestilencial de Calcuta, en el Machua Bazar, mira nacer los días en el mar desde una escribanía de Madrás, mira morir las tardes en el mar desde un balcón en el estado de Travancor, vacila y mata en Indaptir y cierra su órbita de leguas y de años en el mismo Bombay, a pocos pasos del jardín de los perros color de luna. El argumento es éste: Un hombre, el estudiante incrédulo y fugitivo que conocemos, cae entre gente de la clase más vil y se acomoda a ellos, en una especie de certamen de infamias. De golpe -con el milagroso espanto de Robinsón ante la huella de un pie humano en la arena- percibe alguna mitigación de esa infamia: una ternura, una exaltación, un silencio, en uno de los hombres aborrecibles. "Fue como si hubiera terciado en el diálogo un interlocutor más complejo." Sabe que el hombre vil que está conversando con él es incapaz de ese momentáneo decoro; de ahí postula que éste ha reflejado a un amigo, o arraigo de un amigo. Repensando el problema, llega a una convicción misteriosa: En algún punto de la tierra hay un hombre de quien procede esa claridad; en algún punto de la tierra está el hombre que es igual a esa claridad. El estudiante resuelve dedicar su vida a encontrarlo.

Fragmento de la narración El acercamiento a Almotásim, de Jorge Luis Borges, fallecido el 14 de junio de 1986

Poemas de Borges en Poesi-as
El 14 de junio de 1936 fallecía Gilbert Keith Chesterton

martes, junio 13, 2006

Pessoa

Leo y soy liberado. Adquiero objetividad. He dejado de ser yo y disperso. Y lo que leo, en vez de ser un traje mío que apenas veo y a veces me pesa, es la gran claridad del mundo exterior, toda ella aparente, el sol que ve a todos, la luna que mancha de sombras al suelo quieto, los espacios anchos que terminan en el mar, la solidez negra de los árboles que hacen señas verdes arriba, la paz sólida de los estanques de las quintas, los caminos cubiertos por las parras, en los declives de las cuestas.
Leo como quien abdica. Y, como la corona y el manto regios nunca son tan grandes como cuando el Rey que parte los deja en el suelo, depongo en los mosaicos de las antecámaras todos mis trofeos del tedio y del sueño, y subo la escalinata con la nobleza única de la mirada.
Leo como quien pasa. Y es en los clásicos, en los calmos, en los que, si sufren, no lo dicen, donde me siento sagrado transeúnte, ungido peregrino, contemplador sin razón del mundo sin propósito, Príncipe del Gran Exilio, que dio, al partir, al último mendigo, la limosna extrema de su desolación.


Fragmento del Libro del desasosiego, de Fernando Pessoa, nacido el 13 de junio de 1888.
El 13 de junio de 1874 nacía Leopoldo Lugones
y el mismo día, en 1910, Gonzalo Torrente Ballester

lunes, junio 12, 2006

El bosque de la noche

La mujer que se presenta al espectador como un cuadro compuesto y acabado es, para la mente contemplativa, el mayor de los peligros. A veces, uno encuentra una mujer que es bestia en trance de hacerse humana. Cada movimiento de esta persona se reducirá a la imagen de una experiencia olvidada, espejismo de una boda eterna proyectado sobre la memoria racial; una alegría tan insoportable como lo sería la visión de un antílope bajando por una arboleda, coronado de azahar, con un velo nupcial y una pata levantada en actitud temerosa, caminando con el pálpito de la carne que se hará mito; al igual que el unicornio no es ni hombre ni animal disminuido sino ansia humana que comprime el pecho contra su presa.
Esa mujer es la portadora de gérmenes del pasado: delante de ella nos duele la estructura de la cabeza y las mandíbulas; nos parece que podríamos comérnosla, a ella que es la muerte devorada que vuelve porque sólo entonces acercamos la cara a la sangre que hay en los labios de nuestros antepasados.


Fragmento de la novela El bosque de la noche, de Djuna Barnes, nacida en New York el 12 de junio de 1892.
El 12 de junio de 1928 fallecía Salvador Díaz Mirón
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domingo, junio 11, 2006

Yasunari Kawabata

La sola consideración de que una piedra antigua y hermosa fuera mi tumba, me hacía llevadero el desagrado de pensar en cómo podría ser mi entierro. La gente que venga a orar ante mi tumba sentirá su hermosura. Será una belleza que yo aprecio pero que no ha sido fabricada por mí ni por mi época. Tendrá algo imposible de lograr hoy en día: una belleza que heredamos del antiguo Japón y que pasará hasta las generaciones posteriores en una piedra que no se destruye.
Mi corta existencia entrará en la larga vida que fluye en esa piedra. Ni mi nombre ni mi edad estarán grabados porque voy a usar la piedra tal como fue elaborada. La reconocerán como mi tumba únicamente aquellos que sepan de ella. Los demás pasarán de largo después de contemplar su discreta hermosura. Y cuando llegue el tiempo en que nadie identifique mi tumba, mi piedra seguirá ahí, hermosamente erguida, y trasmitirá un pedazo de la belleza de Japón.

Mientras uno está vivo no hay razón para ponerse a pensar en la tumba que tendrá cuando muera. Pero cuando empiezan a multiplicarse las tumbas de los amigos y conocidos, hay momentos en que la idea nos pasa por la cabeza.

Fragmento de la narración El crisantemo en la roca, de Yasunari Kawabata, nacido en Osaka el 11 de junio de 1899.
El 11 de junio de 1900 nacía Leopoldo Marechal
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sábado, junio 10, 2006

Herzog

La fuerte constitución de Herzog actuaba obstinadamente contra su hipocondría. A principios de junio, cuando la agudización de los trastornos vitales molesta a mucha gente, y las nuevas rosas, incluso las de los escaparates de las floristerías, les recuerdan sus fracasos, la esterilidad y la muerte, Herzog visitó a un médico para que lo revisara. Acudió a un viejo refugiado, el Dr. Emmerich, en el West Side, frente al Central Park. Un conserje helado, que olía a viejo, y llevaba una gorra de una campaña balcánica de hace medio siglo, le hizo pasar bajo la decrépita bóveda del vestíbulo. En la consulta, Herzog se desvistió. Era una habitación de un tétrico color verde. Las sombrías paredes padecían la enfermedad que hincha los viejos edificios de New York. Herzog no era muy grande pero de buen cuerpo, con los músculos desarrollados por el duro trabajo que había realizado en el campo. Se sentía orgulloso de sus manos, anchas y fuertes, así como de la suavidad de su piel, pero temía estar interpretando el papel del hombre orgulloso de su buen aspecto físico al envejecer. Se llamó a sí mismo «viejo tonto» apartando la mirada del pequeño espejo donde se veía el cabello entrecano y sus arrugas de hombre divertido y amargado.

Fragmento de la novela Herzog, del escritor canadiense Saul Bellow, nacido el 10 de junio de 1915.
El 10 de junio de 1949 fallecía Sigrid Undset
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viernes, junio 09, 2006

El herbolario

El topo y el lince eran los ministros de mi sabiduría secreta. Me habían seguido al establecerme en un paisaje desnudo. Unos pájaros blancos lamentaban la suerte de Euforión, el de las alas de fuego, y la atribuían al ardimiento precoz, al deseo del peligro. El topo y el lince me ayudaban en el descubrimiento del porvenir por medio de las llamas danzantes y de la efusión del vino, de púrpura sombría. Yo contaba el privilegio de rastrear los pasos del ángel invisible de la muerte. Yo recorría la tierra, sufriendo la grita y pedrea de la multitud. No conseguí el afecto de mis vecinos alumbrándoles aguas subterráneas en un desierto de cal. Una doncella se abstuvo de censurar mi traje irrisorio, presente de Klingsor, el mago infalible. Yo la salvé de una enfermedad inveterada, de sus lágrimas constantes. Un espectro le había soplado en el rostro y yo le volví la salud con el auxilio de las flores disciplinadas y fragantes del díctamo, lenitivo de la pesadumbre.

El herbolario, del libro El cielo de esmalte, de José Antonio Ramos Sucre, nacido el 9 de junio de 1890 en Cumaná.
El 9 de junio de 1974 fallecía Miguel Angel Asturias
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jueves, junio 08, 2006

Opus Nigrum

Acaso no tuviera alma. Tal vez sus repentinos ardores no fueran más que el desbordamiento de una fuerza corporal increíble; quizá, magnífico actor, ensayaba sin cesar una forma nueva de sentir; o más bien no había en él más que una sucesión de actitudes violentas y soberbias, pero arbitrarias, como las que adoptan las figuras de Buonarotti en las bóvedas de la Capilla Sixtina. Luca, Urbino, Ferrara, peones en el juego de ajedrez de su familia, le hicieron olvidar los paisajes de verdes llanuras rebosantes de agua en donde, por un momento, había consentido vivir. Amontonó en sus baúles los fragmentos de manuscritos antiguos y los borradores de sus poemas de amor. Calzadas botas y espuelas, con sus guantes de cuero y el sombrero de fieltro, parecía más que nunca un caballero y menos que nunca un hombre de Iglesia. Subió a los aposentos de Hilzonde para decirle que se marchaba.
Estaba embarazada. Lo sabía. No se lo dijo. Demasiado llena de ternura para constituirse en obstáculo de sus miras ambiciosas, era asimismo demasiado orgullosa para prevalerse de una confesión que su estrecha cintura y su vientre plano no confirmaban todavía. Le hubiera disgustado ser acusada de embustera y tal vez aún más sentirse importuna. Pero unos meses más tarde, tras haber traído al mundo un hijo varón, no se creyó con derecho a dejar que Micer Alberico de Numi ignorase el nacimiento de su hijo. Apenas sabía escribir; tardó horas en componer una carta, borrando con el dedo las palabras inútiles.


Fragmento de la novela Opus Nigrum, de Marguerite Yourcenar, nacida en Bruselas el 8 de junio de 1903.
El 8 de junio de 1910 nacía María Luisa Bombal
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miércoles, junio 07, 2006

Henry Miller

Henry MillerY ahora, Joey, voy a contarte algo más de mis noches de soledad en New York, la forma en que ando Broadway arriba y Broadway abajo, entrando en calles transversales y saliendo de ellas, mirando vidrieras y puertas, preguntándome siempre cuándo sucederá el milagro y si sucederá. Y nunca pasa nada. La otra noche entré en un salón de lunch al paso, un infame salón de la parte oeste de calle 45, frente a la Blue Grotto. Un buen ambiente para "Los asesinos". Conocí algunos pájaros de cuenta bastante pendencieros, todos de cutis cetrino y de peludas cejas. Caras que parecen cráteres hundidos. Ojos dementes y taladrantes que lo perforan a uno y lo estudian como si fuese carne de caballo. Había unas cuántas putas de la sexta avenida junto con algunas de las coristas más sorprendentemente hermosas que has visto alguna vez. Una de éstas se sentó a mi lado. Era tan bella, tan fascinante, tan fresca, tan virginal, tan ofensivamente Palmolive en todos los aspectos que me dio vergüenza mirarla resueltamente a los ojos. Sólo le miré los guantes, que eran porosos, hechos de fina seda.

Fragmento de New York, ida y vuelta, de Henry Miller, fallecido el 7 de junio de 1980.
El 7 de junio de 1843 fallecía Friedrich Hölderlin
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martes, junio 06, 2006

La nevasca

María Gavrílovna se había educado en la lectura de novelas francesas y, por consiguiente, estaba enamorada. Su elegido era un alférez pobre, que se encontraba de permiso en su aldea. Huelga decir que el joven ardía en igual pasión y que los padres de su amada, al advertir la mutua predisposición, habían prohibido a la hija hasta pensar en él; en cuanto al joven, lo recibían peor que a un consejero retirado.
Nuestros enamorados mantenían correspondencia y se veían a diario, a solas, en el pinar o en la vieja capilla. Allí se juraban amor eterno, se lamentaban de su suerte y hacían toda dase de proyectos. En cartas y conversaciones, pues, llegaron, cosa muy natural, a la siguiente conclusión: si no podemos vivir el uno sin el otro y la voluntad de unos padres crueles se opone a nuestra dicha, ¿por qué no prescindir de esa voluntad? Esta feliz idea, se comprende, acudió primero a la mente del joven y agradó mucho a la romántica imaginación de María Gavrílovna.

Fragmento de la narración La nevasca, de Alexander Pushkin, nacido en Moscú el 6 de junio de 1799.
El 6 de junio de 1996 fallecía José María Valverde
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lunes, junio 05, 2006

O Henry

Entre las ventanas de aquella habitación había un alto espejo de pared. Quizá haya visto usted un espejo de pared en un apartamento de ocho dólares. Observando su imagen en una rápida sucesión de bandas longitudinales, una persona muy delgada y muy ágil puede tener una visión bastante exacta de su aspecto. Y, como Delia era esbelta, había conseguido dominar ese arte.
De pronto, se alejó de la ventana y se detuvo ante el espejo. Sus ojos brillaban, pero su cara se puso pálida a los veinte segundos. Con un gesto veloz, Delia se soltó el pelo y lo dejó caer cuan largo era.
Bueno, es necesario aclarar ya que Jaime Dillingham Young y su mujer se enorgullecían de dos cosas: del reloj de oro de Jim, heredado de su padre y de su abuelo, y de la mata de pelo de ella. Si la misma reina de Saba hubiera vivido enfrente, en el apartamento del otro lado de la escalera, Delia habría podido dejar colgar alguna vez su cabellera por la ventana, tanto para secarla como para demostrar a su majestad que le traían sin cuidado joyas y presentes.

Fragmento del relato El regalo, de William Sydney Porter (O. Henry) fallecido el 5 de junio de 1910
El sueño, un cuento de O. Henry
El 5 de junio de 1898 nacía Federico García Lorca
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sábado, junio 03, 2006

Camino a casa

Después de una tempestad, se ve el poder de persuasión del aire. Mis méritos se me hacen evidentes y me dominan, aunque no les ofrezco ninguna resistencia.
Camino, y mi compás es el compás de este lado de la calle, de la calle, de todo el barrio. Por derecho, soy responsable de todas las llamadas a las puertas, de todos los golpes en las mesas, de todos los brindis, de todas las parejas de amantes en sus lechos, en los andamiajes de las construcciones, en las calles oscuras, apretados contra los muros de las casas, en los divanes de los prostíbulos.
Comparo mi pasado con mi futuro, pero ambos me parecen admirables, no puedo otorgar la palma a ninguno de los dos, y sólo protesto ante la justicia de la Providencia, que me ha favorecido tanto.
Pero cuando entro en mi habitación, me siento un poco pensativo, aunque al subir las escaleras no me he encontrado con nada que justifique ese sentimiento. No me sirve de mucho abrir de par en par la ventana, y oír que todavía están tocando música en un jardín.

Camino a casa, de Franz Kafka, fallecido el 3 de junio de 1924.
El 3 de junio de 1926 nacía Allen Ginsberg
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viernes, junio 02, 2006

Max Aub

Es, de pronto. Ya. Surte, rompe las nieblas del blando sueño del amanecer ya tibio. Todo, como estaba; la noche pasó volando, sin huella. Nada sorprende tras el repente del día ya hecho. Al despertar no hay quien lo coja: dándose cuenta ya fue.
Sí, está en la playa: en la casa de la playa.
Lo primero que percibe, es la presión de la sábana en el pulgar de su pie derecho: lo tumba, lo aparta hacia un lado, siente el frescor del lienzo limpio. Extraña la penumbra, hecho a la mayor oscuridad de su cuarto de la ciudad. Las fallebas se hinchan, pegajosas, rezumando resina. El sol, de poco nacido, embija los nudos de la madera de pino de las contraventanas. Sombra caliente. Ahora, despacio, separa la pierna izquierda hasta formar su mayor ángulo con la derecha. La suave temperie de lo inhollado asciende por las pantorrillas, como si atravesara un vado. Entonces, movimiento brusco, da media vuelta a la derecha, se vuelca sobre su costado. Siente su perfil en la almohada, una línea de hilo. Enrique todavía no ha pensado en nada. Cree que no ha pensado en nada. ¿Tiene sueño? Indaga y no se contesta. Cierra los ojos y piensa en lo que va a hacer. No tiene nada que hacer. Mullicie, Euritmia. Se encoge. Se desenrosca en seguida; alarga un brazo y toca el fresco encalado de la pared.
Nada más que lo que él quiera hacer. Placidez. Ocio deleitoso. Balsa de aceite. Da otra vuelta, pasa los brazos bajo la almohada. Se siente envallado por la cama, protegido.

Fragmento de la narración Yo vivo, de Max Aub, nacido en París el 2 de junio de 1903.
El 2 de junio de 1970 fallecía el poeta Giuseppe Ungaretti
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jueves, junio 01, 2006

Hugh Walpole

Cuando la miré, surgió dentro de mi una alegría tan grande que no pude tener conciencia de ningún otro sentimiento.
Y aquí debo intercalar esto: que a través de todos los incidentes que siguieron, horribles, burlescos, aterrorizantes o hermosos, mi propio sentimiento fue principalmente de felicidad. Si esta crónica no trata de la muerte y de la anticipación de la muerte tan seriamente como debiera, lo siento, y me disculpo, pero el hecho es que, a través de esa noche increíble, la muerte me parecía completamente sin importancia tal como me había sucedido en ciertos grandes momentos de la guerra.
Pero como verán, no parecía desprovista de importancia para Hench, por ejemplo, y ni por un momento para Pengelly.
En realidad, la forma en que su inminencia actuó sobre todos nosotros de diferente modo es uno de los motivos de esta narración. Por mi parte sólo puedo decir que desde el instante en que encontré nuevamente a Hellen hasta el último momento enloquecido entre los techos y las chimeneas, aunque experimenté también muchas otras emociones, la principal fue la de sobrecogedora, casi triunfal felicidad...

Fragmento de la novela En la plaza oscura, de Hugh Walpole, fallecido el 1 de junio de 1941.
El 1 de junio de 1936 fallecía Francisco Grandmontagne

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