miércoles, enero 31, 2007

Kenzaburo Oe

La noche en que el hombre gordo se quedó dormido acurrucado en su cama de matrimonio, lloriqueando, su madre, en su pueblo natal, se decidió a emprender la batalla decisiva contra su gordo hijo. Así pues, bien mirado, el hombre gordo no tenía ninguna razón para acongojarse, pues la causa de su pena era que pensaba que su madre no le había hecho ni caso. Cuando era niño, cada vez que interrogaba a su madre sobre la vida de confinamiento y la repentina muerte de su padre, ella, para no responderle, se hacía la loca. Y un día, por fin, el hombre gordo fingió volverse loco antes de que lo hiciera su madre, y, tras destrozar todo cuanto encontró a su alrededor, se tiró de cabeza desde el muro que había al fondo del jardín a un talud donde crecían unas frondosas matas de helechos. Pero ni siquiera así consiguió que su madre le respondiera, aunque saboreó una inútil sensación de gloria. Ello contribuyó simplemente a crear una relación de permanente tensión entre el hombre gordo y su madre durante veinte años, en el curso de los cuales ambos reconocían en secreto que resultaba victorioso en sus enfrentamientos el primero de los dos que decidía hacerse el loco. Era una tensión comparable a la de los pistoleros de las películas del oeste cuando avanzan el uno hacia el otro con la mano a la altura de la funda del revólver. Pero aquella noche, finalmente, las cosas empezaron a cambiar. Decidida a reanudar la lucha dándose un nuevo planteamiento, la madre del hombre gordo, tras redactar inmediatamente después de colgar el teléfono el texto de una circular, lo llevó a la imprenta del pueblo vecino a la mañana siguiente, y cuando estuvo impresa envió un ejemplar por correo urgente y certificado a los hermanos y hermanas del hombre gordo, a sus cuñados y cuñadas y a todos sus parientes. En la circular dirigida a la esposa del hombre gordo se indicaba que era "confidencial", aunque, a causa de su contenido, tuvo que mostrársela a su marido. Decía así:
Nuestro Reyezuelo se ha vuelto loco, pero su locura no ha sido heredada, lo cual le comunico para su conocimiento. Es consecuencia de una sífilis que contrajo en el extranjero, por lo que, para evitar un posible contagio, le ruego que rompa toda relación con él.


Fragmento de la narración Dinos cómo sobrevivir a nuestra locura, de Kenzaburo Oe, nacido el 31 de enero de 1935.
El 31 de enero de 1820 nacía Concepción Arenal

lunes, enero 29, 2007

Romain Rolland

Tranquilos ojos melancólicos. Un hombrecito débil, delgado de rostro, de orejas grandes y separadas. Tocado con blanco gorro, vestido con rústica tela blanca, lleva los pies desnudos. Se alimenta de arroz y frutas, no bebe más que agua, se acuesta sobre el suelo, duerme poco, trabaja sin cesar. Su cuerpo parece no contar. Al principio nada sorprende en él más que una expresión de gran paciencia y grande amor. Pearson, que lo viera en 1913, en Sudáfrica, piensa en San Francisco de Asís. Es simple como un niño, dulce y cortés hasta con sus adversarios, de una inmaculada sinceridad. Se juzga con modestia, y es escrupuloso al punto de dar la impresión de que titubeara a cada paso, como para decir: “Me equivoco”; jamás oculta sus errores, jamás contrae compromisos, carece de toda diplomacia, huye del efecto de la oratoria, o mejor sería decir que no piensa en él; aborrece las manifestaciones populares que su persona desencadena, y en las que su magro físico correría peligro de verse aplastado en ocasiones, de no ser por su amigo Maulana Shaukat Alí, que lo protege con su cuerpo atlético; literalmente enfermo de la multitud que lo adora; en el fondo no es más que su desconfianza del número y su aversión a la Mobocracy, al populacho voluble; no se siente a gusto más que entre la minoría, feliz más que en la soledad, escuchando la still small voice (la queda vocecita) que manda.
He aquí al hombre que ha sublevado a trescientos millones de hombres, quebrantado al Imperio Británico, e inaugurado en la política humana el movimiento más poderoso desde hace más de dos mil años.

Fragmento de Gandhi, de Romain Rolland, nacido en Clamecy (Nievre) el 29 de enero de 1866.
El 29 de enero de 1860 nacía Antón Chejov
El 29 de enero de 1867 nacía Vicente Blasco Ibáñez
El 29 de enero de 1938 fallecía Armando Palacio Valdés
El 29 de enero de 1997 fallecía Osvaldo Soriano

domingo, enero 28, 2007

José Martí

Cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea, y con tal que él quede de alcalde, o le mortifique al rival que le quitó la novia, o le crezcan en la alcancía los ahorros, ya da por bueno el orden universal, sin saber de los gigantes que llevan siete leguas en las botas y le pueden poner la bota encima, ni de la pelea de los cometas en el cielo, que van por el aire dormido engullendo mundos. Lo que quede de aldea en América ha de despertar. Estos tiempos no son para acostarse con el pañuelo a la cabeza, sino con las armas de almohada, como los varones de Juan de Castellanos: las armas del juicio, que vencen a las otras. Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra.
No hay proa que taje una nube de ideas. Una idea enérgica, flameada a tiempo ante el mundo, para, como la bandera mística del juicio final, a un escuadrón de acorazados. Los pueblos que no se conocen han de darse prisa para conocerse, como quienes van a pelear juntos. Los que se enseñan los puños, como hermanos celosos, que quieren los dos la misma tierra, o el de casa chica, que le tiene envidia al de casa mejor, han de encajar, de modo que sean una, las dos manos. Los que, al amparo de una tradición criminal, cercenaron, con el sable tinto en la sangre de sus mismas venas, la tierra del hermano vencido, del hermano castigado más allá de sus culpas, si no quieren que les llame el pueblo ladrones, devuélvanle sus tierras al hermano. Las deudas del honor no las cobra el honrado en dinero, a tanto por la bofetada. Ya no podemos ser el pueblo de hojas, que vive en el aire, con la copa cargada de flor, restallando o zumbando, según la acaricie el capricho de la luz, o la tundan y talen las tempestades; ¡los árboles se han de poner en fila, para que no pase el gigante de las siete leguas! Es la hora del recuento, y de la marcha unida, y hemos de andar en cuadro apretado, como la plata en las raíces de los Andes.

Fragmento de Nuestra América, de José Martí, nacido en La Habana el 28 de enero de 1853.
El 28 de enero de 1928 fallecía Vicente Blasco Ibáñez
El 28 de enero de 1972 fallecía Dino Buzzati

sábado, enero 27, 2007

Giovanni Verga

Después de la cena, el cotidiano paseo. La noche era bellísima; pero, sin saber por qué, yo no estaba tan alegre, tan contenta como notaba a los demás, y como solía estarlo otras veces. Me complacía en escuchar el leve ruido de las hojas que caían, el rumor de los árboles, el canto lejano del búho; me internaba en la espesura, bizarra, afrontando el temor causado por las sombras, gustaba estar sola aparte, pues de rato en rato velábanse mis ojos de lágrimas.
¿Qué misterio existe en nuestras almas, Mariana? Debería haber estado alegre aquel día, en que todos lo estaban. No sabía explicarme a mí misma esta extravagancia. Tendré quizá el genio poco equilibrado, al que convenga más la quietud del claustro y que aquí se halla fuera de su quicio, agitado, inquieto y tal vez algo alocado.
Adiós. Te escribiré cuanto antes. Esta carta es breve, hasta seca, cuando debiera escribirte una larga, muy larga, en que te narrara cien cosas más: todas las tonterías que se me vinieran a la mente, todo lo que no pudiera charlar contigo de viva voz. Pero, ¿qué quieres? Hoy fáltanme alientos. Me siento fatigada, sin ganas, no tengo las ideas claras. Hasta mañana, pues.

Fragmento de Historia de una capinera, de Giovanni Verga, fallecido el 27 de enero de 1922.

viernes, enero 26, 2007

Gérard de Nerval

El Puente Nuevo, acabado de edificar en tiempos de Enrique IV, es el monumento principal de su reinado. Nada comparable al entusiasmo que produjo su vista cuando, después de grandes trabajos y una vez terminado, atravesó totalmente el Sena con sus doce arcos y unió más estrechamente las tres antiguas ciudades a la capital.
Pronto también se convirtió en lugar de reunión de todos —infinitos en número— los parisienses desocupados y, por consiguiente, de todos los prestidigitadores, vendedores de ungüentos y carteristas, cuyas habilidades ponen en acción a la muchedumbre como al molino el salto del agua.
Cuando Eustaquio salió del triángulo de la plaza de la Delfina el sol dejaba caer sus rayos como dardos fulminantes sobre el puente, muy concurrido entonces; y es que los paseos más frecuentados de París son por lo común los de aceras empedradas adornados con escaparates y ensombrecidos por las casas y murallones.
A duras penas iba Eustaquio penetrando por aquel río humano que cruzaba el otro río y discurría con lentitud de un extremo a otro del puente, deteniéndose ante el menor obstáculo, como los helados témpanos que el agua arrastra, dando vueltas y más vueltas para arremolinarse en torno de algunos escamoteadores, cantantes o vendedores que pregonaban sus géneros. Muchos deteníanse a lo largo de los pretiles para contemplar las almadías navegadoras bajo los ojos del puente, o el deslizarse de las lanchas, o el magnífico panorama que río abajo ofrecía el Sena, costeando la larga hilera de edificios del Louvre a la derecha y a la izquierda el Pré-aux-Clercs, surcado por hermosas avenidas de tilos y rodeado por sauces grises desmelenados o sauces llorones verdeantes sobre el agua; más allá, una en cada orilla, erguíanse la Torre de Nesle y la del Bosque, que parecían estar de centinelas en las puertas de París como los gigantes de las novelas antiguas.

Fragmento de La mano encantada, de Gérard de Nerval, fallecido el 26 de enero de 1855.
El 26 de enero 1926 nacía José María Valverde
Comentarios

jueves, enero 25, 2007

Somerset Maugham

Ashenden tenía la costumbre de afirmar que él nunca se aburría. Aseguraba que las personas que se aburren son aquellas que carecen de recursos en sí mismas, y que es una estupidez depender del mundo exterior para divertirse. Ashenden no se hacía ilusiones sobre sí mismo y el éxito literario que había alcanzado no le había hecho cambiar. Distinguía con agudeza la fama de la notoriedad pasajera con que recompensa a un autor una novela de éxito o una obra teatral acertada y ello le dejaba indiferente excepto en la medida en que podía reportarle beneficios tangibles. Estaba dispuesto a obtener ventaja de la popularidad de su nombre para conseguir, por ejemplo, un camarote mejor en un barco y cuando un oficial de aduanas pasaba su equipaje sin revisarlo porque había leído sus novelas cortas, Ashenden admitía de buen grado que el cultivo de la literatura tiene sus compensaciones. Pero suspiraba cuando ávidos literatos jóvenes intentaban hablar con él de su técnica literaria y deseaba haber muerto cuando señoras efusivas y trémulas le susurraban al oído su gran admiración por sus libros. De todos modos, se consideraba a sí mismo inteligente y, por tanto, absurdo que en algún momento se aburriera. En realidad, a menudo charlaba con interés con personas normalmente tan obtusas que sus propios camaradas huían de ellas como si les debieran dinero. Puede que en eso se dejara llevar por el instinto profesional que raras veces dormía en él. Aquella gente, su extraño material, no le aburrían en absoluto igual que los fósiles no aburren a los geólogos. Y ahora disponía de todo lo que un hombre sensato puede desear para su entretenimiento. Tenía unas excelentes habitaciones en un buen hotel de Ginebra, que es una de las ciudades más agradables de Europa para vivir. Tomaba de vez en cuando un bote y remaba con él por el lago o alquilaba un caballo y trotaba con él a placer, pues en esa ciudad limpia y ordenada resulta difícil encontrar un camino por donde se pueda galopar, entre las asfaltadas carreteras de las afueras. Paseaba a pie, otras veces, por las viejas calles, intentando captar el espíritu de los tiempos pasados, entre aquellas vetustas casas de piedra gris, tan solemnes y magníficas.

Fragmento del relato Giulia Lazzari, de William Somerset Maugham, nacido en París el 25 de enero de 1874.
El 25 de enero de 1882 nacía Virginia Woolf
Comentarios

miércoles, enero 24, 2007

Edith Wharton

Archer había retomado todas sus viejas ideas heredadas acerca del matrimonio. Vivir conforme a las tradiciones y tratar a May exactamente igual que sus amigos trataban a sus esposas era mucho más cómodo que tratar de poner en práctica las teorías que había elaborado cuando era soltero y plenamente libre. No había motivo para tratar de emancipar a una esposa que no tenía la más remota noción de que no fuera libre; y ya hacía tiempo que había descubierto que el único uso de esa libertad que May suponía poseer sería depositar dicha libertad en el altar de su adoración de esposa. Su innata dignidad siempre le evitaría hacer el don de manera abyecta; e incluso vendría un día (como ya ocurrió una vez) en que encontraría fuerzas para retirarlo si pensaba que lo hacía para el bien de Archer. Pero con una concepción del matrimonio tan poco complicada y tan indiferente como la suya, tal crisis podría provocarla sólo algo visiblemente afrentoso en la conducta de su marido; y la delicadeza de sus sentimientos hacia él lo hacían impensable. Pasara lo que pasara, Archer sabía que ella siempre sería leal, valiente y sin resentimientos. Y eso lo comprometía a practicar las mismas virtudes.
Todo lo cual tendía a llevarlo de vuelta a sus viejos hábitos mentales.

Fragmento de La edad de la inocencia, de Edith Wharton, nacida en Nueva York el 24 de enero de 1862.
El 24 de enero de 1776 nacía E.T.A. Hoffmann
El 24 de enero de 1967 fallecía Oliverio Girondo

martes, enero 23, 2007

Stendhal

Un torrente, que desciende precipitado de la montaña, atraviesa a Verrières y mueve una porción de sierras mecánicas, antes de verter en el Doubs su violento caudal. La mayor parte de los habitantes de la ciudad, más campesinos que ciudadanos, disfrutan de un bienestar relativo, merced a la industria de aserrar maderas, aunque, a decir verdad, no son las sierras las que han enriquecido a nuestra pequeña ciudad, sino la fábrica de telas pintadas llamadas de Mulhouse, cuyos rendimientos han remozado casi todas las fachadas de las casas, después de la caída de Napoleón.
Aturde al viajero que entra en la ciudad el estrépito ensordecedor de una máquina de terrible apariencia. Una rueda movida por el torrente, levanta veinte mazos pesadísimos, que, al caer, producen un estruendo que hace retemblar el pavimento de las calles. Cada uno de esos mazos fabrica diariamente una infinidad de millares de clavos. Muchachas deliciosas, frescas y bonitas, ofrecen al rudo beso de los mazos barras de hierro, que éstos transforman en clavos en un abrir y cerrar de ojos. Esta labor, que a primera vista parece ruda, es una de las que en mayor grado sorprenden y maravillan al viajero que penetra por vez primera en las montañas que forman la divisoria entre Francia y Helvecia.

Fragmento de la novela Rojo y negro, de Henri Beyle Stendhal, nacido en Grenoble el 23 de enero de 1783.
El 23 de enero de 1950 nacía Luis Alberto Spinetta
Comentarios

domingo, enero 21, 2007

George Orwell

Los cerdos hicieron del guadarnés su cuartel general. Todas las noches, estudiaban herrería, carpintería y otros oficios necesarios, en los libros que habían traído de la casa. Snowball también se ocupó en organizar a los otros, en lo que denominaba Comités de Animales. Para esto, era incansable. Formó el Comité de producción de huevos para las gallinas, la Liga de las colas limpias para las vacas, el Comité para reeducación de los camaradas salvajes (cuyo objeto era domesticar las ratas y los conejos), el Movimiento pro-lana más blanca para las ovejas, y otros muchos, además de organizar clases de lectura y escritura. En general, estos proyectos resultaron un fracaso. El ensayo de domesticar a los animales salvajes, por ejemplo, falló casi de raíz. Siguieron portándose prácticamente igual que antes, y cuando eran tratados con generosidad se aprovechaban de ello. La gata se incorporó al Comité para la reeducación y actuó mucho en él durante algunos días. Cierta vez la vieron sentada en la azotea charlando con algunos gorriones que estaban fuera de su alcance. Les estaba diciendo que todos los animales eran ya camaradas y que cualquier gorrión que quisiera podía posarse sobre su garra; pero los gorriones prefirieron abstenerse.
Las clases de lectura y escritura, por el contrario, tuvieron gran éxito. Para otoño casi todos los animales, en mayor o menor grado, tenían alguna instrucción. Los cerdos ya sabían leer y escribir perfectamente. Los perros aprendieron la lectura bastante bien, pero no les interesaba leer otra cosa que los siete mandamientos. Muriel, la cabra, leía un poco mejor que los perros, y a veces, por la noche, acostumbraba a hacer lecturas para los demás, de los recortes de periódicos que encontraba en la basura.


Fragmento de la novela Rebelión de la granja, de George Orwell, fallecido el 21 de enero de 1950.
El 21 de enero de 1977 fallecía Sandro Penna

viernes, enero 19, 2007

Julian Barnes

Gustave anotó y aprobó la costumbre oriental de derribar las casas de los muertos; de modo que quizá se hubiera sentido menos dolido que sus lectores, que sus perseguidores, por la destrucción de su propia casa. La fábrica que extraía alcohol del trigo malogrado fue también arrasada cuando le llegó su turno; y en ese mismo solar se eleva ahora, más apropiadamente, una gran fábrica de papel. De la residencia de Flaubert no queda más que un pequeño pabellón de una sola planta, a unos cien metros de la carretera: una casita de verano a la que el escritor se retiraba cuando necesitaba más soledad incluso que de ordinario. Ahora se encuentra en mal estado y parece inútil, pero al menos es algo. Han erigido junto al porche un tocón de una columna acanalada, desenterrada en Cartago, como recuerdo del autor de Salammbô. Abrí la puerta de un empujón; un alsaciano comenzó a ladrar, y una canosa gardienne se me acercó. Esta no llevaba bata blanca, sino un bien cortado uniforme azul. Mientras chapurreaba mi mal francés recordé la marca de fábrica de los intérpretes cartagineses que aparecen en Salammbô: todos ellos, como símbolo de su oficio, llevan un loro tatuado en el pecho.

Fragmento de la novela El loro de Flaubert, de Julian Barnes, nacido el 19 de enero de 1946.
El 19 de enero de 1809 nacía Edgar Allan Poe
El 19 de enero de 1868 nacía Gustav Meyrink
El 19 de enero de 1947 fallecía Manuel Machado

jueves, enero 18, 2007

Rubén Darío

Quiero expresar mi angustia en versos que abolida
dirán mi juventud de rosas y de ensueños,
y la desfloración amarga de mi vida
por un vasto dolor y cuidados pequeños.

Y el viaje a un vago Oriente por entrevistos barcos,
y el grano de oraciones que floreció en blasfemias,
y los azoramientos del cisne entre los charcos,
y el falso azul nocturno de inquerida bohemia.

Lejano clavicordio que en silencio y olvido
no diste nunca al sueño la sublime sonata,
huérfano esquife, árbol insigne, obscuro nido
que suavizó la noche de dulzura de plata...

Esperanza olorosa a hierbas frescas, trino
del ruiseñor primaveral y matinal,
azucena tronchada por un fatal destino,
rebusca de la dicha, persecución del mal...

El ánfora funesta del divino veneno
que ha de hacer por la vida la tortura interior;
la conciencia espantable de nuestro humano cieno
y el horror de sentirse pasajero, el horror

de ir a tientas, en intermitentes espantos,
hacia lo inevitable desconocido, y la
pesadilla brutal de este dormir de llantos
¡de la cual no hay más que Ella que nos despertará!


Nocturno, poema de Rubén Darío, nacido el 18 de enero de 1867.
El 18 de enero de 1893 nacía Jorge Guillén
El 18 de enero de 1936 fallecía Rudyard Kipling

martes, enero 16, 2007

Sender

Mosén Millán oía en su recuerdo la voz de Paco. Pensaba en el día que se casó. No se casó Paco a ciegas, como otros mozos, en una explosión temprana de deseo. Las cosas se hicieron despacio y bien. En primer lugar, -la familia de Paco estaba preocupada por las quintas. La probabilidad de que, sacando un número bajo, tuviera que ir al servicio militar los desvelaba a todos. La madre de Paco habló con el cura, y éste aconsejó pedir el favor a Dios y merecerlo con actos edificantes.
La madre propuso a su hijo que al llegar la Semana Santa fuera en la procesión del Viernes con un hábito de penitente, como hacían otros, arrastrando con los pies descalzos dos cadenas atadas a los tobillos. Paco se negó. En años anteriores había visto a aquellos penitentes. Las cadenas que llevaban atadas a los pies tenían, al menos, seis metros de largas, y sonaban sobre las losas o la tierra apelmazada de un nodo bronco y terrible. Algunos expiaban así quién sabe qué pecados, y llevaban la cara descubierta por orden del cura, para que todos los vieran. Otros iban simplemente a pedir algún don, y preferían cubrirse el rostro.

Cuando la procesión volvía a la iglesia, al oscurecer, los penitentes sangraban por los tobillos, y al hacer avanzar cada pie recogían el cuerpo sobre el lado contrario y se inclinaban como bestias cansinas. Las canciones de las beatas sobre aquel rumor de hierros producían un contraste muy raro. Y cuando los penitentes entraban en el templo el ruido de las cadenas resonaba más, bajo las bóvedas. Entretanto, en la torre sonaban las matracas.

Paco recordaba que los penitentes viejos llevaban siempre la cara descubierta. Las mujerucas, al verlos pasar, decían en voz baja cosas tremendas.


Fragmento de Réquiem por un campesino español, de Ramón J. Sender, fallecido el 16 de enero de 1982.
El 16 de enero de 1933 nacía Susan Sontag
Comentarios

lunes, enero 15, 2007

Federico Gana

Sobre los surcos oscuros y los pantanos, vagaban todavía algunos tenues vapores; el aire adquiría una intensa claridad bajo las nubes espesas, y un soplo de extraña calma parecía adormecer todo el paisaje.
Después de pasar el estero, en un alto árido y pedregoso, divisé el cementerio del lugar. Por encima de las tapias ruinosas, entre viejos sauces y rosales, asomaban algunos mausoleos: enormes columnas truncadas teñidas de cal, ángeles de yeso, grandes cruces negras con adornos de papel blanco. ¡Pobres muestras de la vanidad lugareña!
En el corredor de la sucia y pobre casita del sepulturero, una mujer, embozada en un pañuelo rojo, soplaba el fuego, mientras sus hijos harapientos, con los pies desnudos, jugaban en el camino real.
Al dar vuelta un recodo, me vi detenido de improviso por una pequeña partida de hombres a caballo.
Era un entierro de pobres, en descanso.
Reconocí a algunos inquilinos de las haciendas vecinas.
Permanecían casi todos inmóviles sobre sus flacos caballejos, espoleados y sudorosos.

Fragmento de Días de campo, de Federico Gana, nacido en Santiago el 15 de enero de 1867.
El 15 de enero de 1622 fue bautizado Molière
Comentarios

domingo, enero 14, 2007

John Dos Passos

El sendero bajaba zigzagueando por un olivar, entre el gárrulo resplandor de las acequias, que a trechos se ensanchaban en verdes charcos bordeados de juncos, llenos de ranas, en torno a los cuales se erizaban achaparradas adelfas. Yo veía a través de las hojas plateadas de los olivos la rojiza mole de las montañas, veteada por la esmeralda de los campos de mijo, y arriba, nevadas cumbres contra un cielo añil, bosques de metal recortado en la radiante luz del mediodía. Delante de mí, el retintín de un cascabel; luego, en el recodo de un sendero, la grupa trasquilada de un burro gris, que, balanceando meditativamente su cola, se abría camino por entre las piedras, la cabeza todavía oculta por los cestos de mimbre de la carga. En la curva siguiente, adelantándome al burro, me acerqué al arriero, un muchacho moreno, con unos pantalones azules muy ceñidos y una blusa gris muy corta. Tenía los pómulos prominentes, una nariz de halcón y esbeltas caderas de moro. Hablaba un andaluz aspirado, que sonaba a árabe.
Nos saludamos cordialmente, como hacen los viajeros en las comarcas montañosas donde los senderos son estrechos. Hablamos del tiempo, del viento, de las fábricas de azúcar de Motril, de mujeres, de viajes, de la vendimia, luchando todo el rato como náufragos para entender nuestra jerga.

Fragmento de Rocinante vuelve al camino, de John Dos Passos, nacido el 14 de enero de 1896.
El 14 de enero de 1925 nacía Yukio Mishima
El 14 de enero de 1977 fallecía Anaïs Nin

sábado, enero 13, 2007

Clark Ashton Smith

Limitadas por un horizonte lejano, que desde cierto punto se encuentra muy remoto y parece fundido con la brillantez azul de un cielo metálico, contrastan el negro esplendor de sus formas marmóreas con el insuperable resplandor del sol. Construidas en el amanecer de los tiempos, por una raza cuyas tumbas en forma de torre y ciudades de altas cúpulas constituyen ahora un solo polvo con el de sus constructores en las lentas evoluciones del desierto, permanecen en pie para contemplar los terribles amaneceres postreros, que surgen en otros países, consumiendo los velos de la noche en las desolaciones infinitas. Al mismo nivel de la luz, sus ceños temibles conservan el orgullo de los reyes Titánicos. En sus ojos de mirada pétrea, implacables y sin párpados, se refleja la desesperación de quienes han contemplado el infinito durante demasiado tiempo.
Mudas como las montañas de cuyo seno metálico surgieran, sus labios nunca han reconocido la soberanía de los soles que en llamarada triunfante cabalgan de horizonte a horizonte por la tierra subyugada. Unicamente al atardecer, cuando el oeste arde como un horno gigantesco, y las lejanas montañas lanzan chispas doradas a las profundidades de los cielos caldeados —únicamente al atardecer, cuando el este se hace infinito e indefinido, y las sombras del desierto se mezclan con la sombra de la noche hasta formar una sola—, entonces, y sólo entonces, surge de sus gargantas pétreas una música que se eleva hacia el horizonte cobrizo; es una música fuerte y triste, extraña y de gran sonoridad, como el canto de las estrellas negras, o la letanía de dioses que invocan olvido; es una música que enternece al desierto llegando hasta su corazón de roca, y que retumba en el granito de tumbas olvidadas, hasta que los últimos ecos de su alegría, cual trompetas del destino, se unen al negro silencio de lo infinito.

Las estatuas de la noche, texto de Clark Ashton Smith, nacido el 13 de enero de 1893.
El 13 de enero de 1941 fallecía James Joyce
Comentarios

jueves, enero 11, 2007

Eduardo Mendoza

El viajero que acude por primera vez a Barcelona advierte pronto dónde acaba la ciudad antigua y empieza la nueva. De ser sinuosas las calles se vuelven rectas y más anchas; las aceras, más holgadas; unos plátanos talludos las sombrean gratamente; las edificaciones son de más porte; no falta quien se aturde, creyendo haber sido transportado a otra ciudad mágicamente. A sabiendas de ello o no los propios barceloneses cultivan este equívoco: al pasar de un sector al otro parecen cambiar de físico, de actitud y de indumentaria. Esto no siempre fue así; esta transición tiene su explicación, su historia y su leyenda.
En sus muchos siglos de historia no hubo ocasión en que las murallas impidieran la conquista o el saqueo de Barcelona. Sí, en cambio, su crecimiento. Mientras dentro la densidad de población iba en aumento, hacía la vida insoportable, fuera se extendían huertos y baldíos. A la caída de la tarde o los días festivos los habitantes de los pueblos vecinos subían a las colinas (hoy el Putxet, Gracia, San José de la Montaña, etcétera) y miraban, a veces con catalejos de latón, a los barceloneses: febriles, ordenados y puntillosos éstos iban y venían, se saludaban, se perdían en el dédalo de callejuelas, volvían a encontrarse y se saludaban de nuevo, se interesaban mutuamente por su salud y sus negocios, se despedían hasta la próxima ocasión. Los pueblerinos se divertían con el espectáculo; no faltaba quien, en su llaneza, trataba de alcanzar a algún barcelonés de una pedrada: esto era imposible, por la distancia en primer lugar, y también por la muralla. El hacinamiento atentaba contra la higiene: cualquier enfermedad se convertía en epidemia, no había forma de aislar a los enfermos. Se cerraban las puertas de la ciudad para evitar que la plaga se extendiera y los habitantes de los pueblos formaban retenes, obligaban a regresar a los fugitivos a garrotazo limpio, lapidaban a los remisos, triplicaban el precio de los alimentos.

Fragmento de La ciudad de los prodigios, de Eduardo Mendoza, nacido en Barcelona el 11 de enero de 1943.
El 11 de enero de 1928 fallecía Thomas Hardy

miércoles, enero 10, 2007

Vicente Huidobro

Mi alma está sobre el mar y silba un sueño
Decid a los pastores que el viento prepara su caballo
Y saluda al partir en el orgullo de su infancia
Yo amo una mujer de orgullo y sueño
Desembarcando de su fondo silenciosa
Sabed pastores que debéis cuidarme
Y cuidar sus sueños y cuidar sus cantos
Y la fiesta de las olas
Como alegría de su orgullo y su belleza
Ah cielo azul para la reina al viento
Ah rebaño de cabras y cabellos blancos
Labios de elogios y cabellos rubios
Animales perdidos en sus ojos
Hablad a la osamenta que se peina
En el país del fondo hasta el fin de los siglos
Túnica y cetro
Amplificación de los recuerdos
Ruido de insectos y caminos
Hablad de la comarca como corre el océano
Ah el viento
El viento se detiene para la reina que sale de su cielo

Aire de alba, poema de Vicente Huidobro, nacido en Santiago el 10 de enero de 1893.
El 10 de enero de 1957 fallecía Gabriela Mistral
El 10 de enero de 1986 fallecía Jaroslav Seifert

martes, enero 09, 2007

Karel Capek

Podríamos decir que la historia se producía al por mayor y, por ello, el tiempo histórico se multiplicaba rápidamente (según cálculos, cinco veces más). Hoy no podemos esperar cientos de años para que en el mundo ocurra algo bueno o malo. Por ejemplo: el traslado de una nación de un lugar a otro, que antes duraba varias generaciones, se podría organizar, con el transporte actual, en unos tres años. De no ser así, no podría sacarse de ello ningún provecho. Lo mismo ocurrió con la liquidación del Imperio Romano, con la colonización de continentes, con el exterminio de indios, etc. Todas estas cosas pueden ser realizadas hoy con extraordinaria rapidez, si se confían a empresas con fuerte capital. En este sentido, el inmenso éxito alcanzado por el Sindicato de las Salamandras y su tremenda influencia en la historia del mundo muestran, sin lugar a dudas, el camino hacia el futuro. La historia de las Salamandras se distingue desde un principio por el hecho de que estaban bien y racionalmente organizadas. El primero, pero no el único mérito por ello, corresponde al Sindicato de las Salamandras; mas hay que reconocer que la la filantropía, la cultura, la prensa y muchas otras, participaron en no poca medida en el extraordinario desarrollo y progreso de las salamandras. También hay que tener en cuenta que fue el Sindicato de las Salamandras el que, día tras día, conquistó para sus protegidas nuevos continentes aun debiendo vencer muchos obstáculos que frenaban dicha expansión. El boletín trimestral del Sindicato muestra cómo, gradualmente, son colonizados por las salamandras los puertos de la India y China. Refiere también cómo dicha colonización de salamandras inunda las costas africanas y saltan al continente americano, donde pronto surgen las más modernas obras ejecutadas por aquéllas, en el Golfo de México. Junto a esta amplia ola de colonización se envían, también, salamandras como pioneros, vanguardia de la futura exportación. Por ejemplo: a Holanda, que podríamos llamar Estado Acuático, le han sido obsequiados por el Sindicato de las Salamandras mil ejemplares de primera calidad. A la ciudad de Marsella, seiscientas salamandras para la limpieza del antiguo puerto, y así otros casos. Es decir, a diferencia de la colonización humana del mundo, la expansión de las salamandras se verifica planeada y desinteresadamente. Si este trabajo hubiera sido confiado a la naturaleza, se hubieran retrasado los acontecimientos cientos y miles de años.

Fragmento de La guerra de las salamandras, de Karel Capek, nacido el 9 de enero de 1890.
El 9 de enero de 1881 nacía Giovanni Papini
El 9 de enero de 1908 nacía Simone de Beauvoir
El 9 de enero de 1923 fallecía Katherine Mansfield

lunes, enero 08, 2007

Wilkie Collins

El recuerdo del pasado, mis aspiraciones para el futuro, el sentimiento de lo falso y desesperado de mi posición, continuó oculto en mis sentimientos bajo la apariencia de una calma engañosa. Aturdido por el canto de la sirena, que dentro de mi propio corazón oía, cerré ojos y oídos a cuanto pudiera señalarme un peligro y navegué acercándome cada vez más a las rocas fatales de mi desgracia. Me despertó el alba, al fin, acusándome de mi propia debilidad. Fué la más leal, la más bondadosa de todas las luces, porque tácitamente venía de ella. Una noche como las demás nos despedimos. Mis labios, ni ese día ni otros anteriores, habían pronunciado la menor palabra que pudiera traicionarme o sorprenderla con el conocimiento de la verdad. Pero cuando por la mañana volvimos a encontrarnos, se había operado en ella un cambio, y esta transformación me lo dijo todo.
Me horroricé entonces, y todavía su recuerdo me produce espanto, al invadir el más íntimo santuario de su corazón y abandonarlo a las miradas de los demás, como hice con el mío. Diré tan sólo que la primera vez que ella sorprendió mí secreto fué en el mismo momento, estoy seguro, en que sorprendió el suyo, y ocurrió esto cuando su modo de ser cambió con respecto a mí en una noche.
Demasiado leal para engañar a nadie, era también, al mismo tiempo, demasiado sincera para engañarse a sí misma. Cuando se manifestaron en su corazón los primeros síntomas de lo que yo, con toda cobardía, había callado en el mío, se enfrentó con ellos diciendo resuelta y sencillamente: "Lo siento por los dos".

Fragmento de la novela La Dama de Blanco, de William Wilkie Collins, nacido el 8 de enero de 1824.
El 8 de enero de 1601 nacía Baltasar Gracián
El 8 de enero de 1990 fallecía Jaime Gil de Biedma

domingo, enero 07, 2007

Pedro Páramo

Estoy acostada en la misma cama donde murió mi madre hace ya muchos años; sobre el mismo colchón; bajo la misma cobija de lana negra con la cual nos envolvíamos las dos para dormir. Entonces yo dormía a su lado, en un lugarcito que ella me hacía debajo de sus brazos.
Creo sentir todavía el golpe pausado de su respiración; las palpitaciones y suspiros con que ella arrullaba mi sueño... Creo sentir la pena de su muerte...
Pero esto es falso.
Estoy aquí, boca arriba, pensando en aquel tiempo para olvidar mi soledad. Porque no estoy acostada sólo por un rato. Y ni en la cama de mi madre, sino dentro de un cajón negro como el que se usa para enterrar a los muertos. Porque estoy muerta.
Siento el lugar en que estoy y pienso...
Pienso cuando maduraban los limones. En el viento de febrero que rompía los tallos de los helechos, antes que el abandono los secara; los limones maduros que llenaban con su olor el viejo patio.
El viento bajaba de las montañas en las mañanas de febrero. Y las nubes se quedaban allá arriba en espera de que el tiempo bueno las hiciera bajar al valle; mientras tanto dejaban vacío el cielo azul, dejaban que la luz cayera en el juego del viento haciendo círculos sobre la tierra, removiendo el polvo y batiendo las ramas de los naranjos.

Fragmento de la novela Pedro Páramo, de Juan Rulfo, fallecido el 7 de enero de 1986.
El 7 de enero de 1873 nacía Charles Péguy
Comentarios

sábado, enero 06, 2007

Khalil Gibran

¿Hacia dónde me llevas, oh, hechicera?
¿Hasta cuándo te seguiré por este camino escarpado, cubierto de espinas, que serpentea entre las piedras y lleva mis pies a la cumbre y mi alma conduce al abismo?
Seguiré la orla de tu vestido. Te seguiré como un niño sigue a su madre, olvidado de mis sueños, absorbido por tu belleza, distraído por las sombras que flotan sobre mi cabeza, atraído por la fuerza misteriosa que se esconde en tu cuerpo.
Detente un instante y déjame contemplar tu rostro. Mírame un momento; quizá descubra en tus ojos los secretós de tu corazón y, en tus facciones, los enigmas de tu alma.
Detente un instante, oh, hada. Estoy cansado de andar y mi alma teme a los peligros del camino. Detente. Ya alcanzamos la encrucijada donde la vida y la muerte se encuentran.
Y no daré un paso más hasta que mi alma no descubra las intenciones de tu alma y mi corazón discierna los secretos de tu corazón.
Oye, ¡oh, hada hechicera!
Yo era hasta ayer un pájaro libre que se movía entre los arroyos y flotaba en el espacio y, al atardecer, se posaba en los árboles y contemplaba los palacios y los templos de la ciudad y las nubes coloridas que el sol construyó en el crepúsculo y destruyó en el ocaso.
Yo era como el pensamiento, que recorre, solo, las tierras de Oriente y Occidente, alegre con las bellezas y las delicias de la vida y sondeando los secretos y misterios de la existencia.
Yo era como un sueño: caminaba en las tinieblas de la noche y entraba por las ventanas en las alcobas de las vírgenes adormecidas y jugaba con sus sentimientos. Después pasaba por los lechos de los jóvenes y excitaba sus deseos. Y me sentaba cerca de los viejos y analizaba sus pensamientos. Hoy, habiéndome encontrado, oh, hechicera, y habiendo absorbido el veneno de tus besos, me he transformado en prisionero que carga sus cadenas sin rumbo conocido. Y me transformé en borracho que clama por el vino que robó su voluntad y besa la mano que le dio bofetadas.
Detente un instante, oh, hechicera, ya recuperé mis fuerzas y quebré las cadenas que aprisionaban mis pies y derramé la copa en que bebía el veneno que me deleitaba. ¿Qué quieres que hagamos? ¿Qué camino quieres que caminemos?
Reconquisté mi libertad.
¿Me aceptarías como compañero libre, que mira el sol con párpados firmes y toma el fuego con dedos que no temen?
Abrí nuevamente mis alas. ¿Me aceptas como amigo que pasa los días entre montañas como el águila y las noches durmiendo en el desierto como un león?
¿Te satisfarás con el amor de un hombre para quien el amor es un comensal y no un dueño?
¿Aceptarás la pasión de un corazón que desea, mas no se entrega: y que quema, mas no se derrite?
¿Aceptarás un amigo que no esclaviza ni se deja esclavizar? He aquí, entonces, mi mano; tómala en tus hermosas manos. He aquí mi cuerpo, apriétalo con tus brazos suaves. He aquí mi boca, bésala largamente, profundamente, silenciosamente.

La hechicera, texto de Gibran Khalil Gibran, nacido el 6 de enero de 1883.
El 6 de enero de 1943 nacía Osvaldo Soriano

viernes, enero 05, 2007

Umberto Eco

A veces, en el duermevela que viene después, me rebelo al sueño. Trata de recordar, conoces y recuerdas todo, y con todo has saldado las cuentas, o no las has abierto nunca. No hay nada que no sepas encontrar No hay nada.
Queda la sospecha de haber olvidado algo, de haberlo dejado entre los pliegues de la atención, como se olvida un billete de banco, o una nota con un dato fundamental, en un bolsillo de los pantalones o en una vieja chaqueta, y sólo más tarde se descubre que era lo más importante, lo decisivo, lo único.
De la ciudad tengo una imagen más clara. Es París, yo estoy en la margen izquierda, sé que si atravieso el río llegaré a una plaza que podría ser la place des Vosges... no, una plaza más abierta, porque en el fondo se yergue una especie de Madeleine. Después de la plaza, al otro lado del templo, encuentro una calle (hay una tienda de libros antiguos en la esquina) que dobla hacia la derecha y desemboca en unas callejuelas, y estoy en el Barrio Gótico de Barcelona, no me caben dudas.
Se podría salir a una calle, muy ancha, llena de luces, y es en esa calle, y lo recuerdo con evidencia eidética, donde a la derecha, al final de un callejón sin salida, está el Teatro.
No está claro qué sucede en ese sitio de delicias, sin duda algo ligeramente y gozosamente turbio, como en un striptease (por eso no me atrevo a hacer preguntas), algo de lo que ya sé bastante como para querer regresar, muy excitado. Pero en vano, hacia Chatham Road las calles se confunden.

Fragmento de la novela El pendulo de Foucault, de Umberto Eco, nacido el 5 de enero de 1932.
El 5 de enero de 1936 fallecía Valle-Inclán

jueves, enero 04, 2007

Gao Xingjian

Luego llegas a un puente de piedra. Ningún mal olor. Una fresca brisa sopla suavemente, refrescante y agradable. El puente de piedra une un ancho río. Aunque la calle está asfaltada, se distinguen aún vagamente unos leones esculpidos en las columnas acanaladas. Debe de ser seguramente muy antiguo. Apoyado en el pretil de piedra reforzada con hormigón, contemplas las dos partes de este pueblo unidas por el puente. De cada lado, innumerables tejados de tejas negras dispuestos en apretadas hileras se extienden hasta donde se pierde la vista. Entre las montañas se abre un valle con campos de arroz amarillo dorado moteados de cañaverales de verdes bambúes. El agua del río de un azul puro fluye tranquilamente entre los arenales de su lecho y, seguidamente, una vez llegada hasta los pilares del puente de piedra tallada que lo divide, se vuelve más profunda, tirando a verde oscuro. Una vez pasado el arco del puente, produce un fragor, y se forma una espuma blanca por encima de sus violentos remolinos. El agua ha dejado su marca en diferentes niveles del dique de piedra de más de diez metros de alto. El más reciente, de un amarillo grisáceo, data de la última inundación del verano. ¿Es el río You? ¿Tiene su nacimiento en Lingshan?
El sol va a ponerse. Su semiesfera semeja una tapadera de color anaranjado. Sigue siendo brillante, pero no deslumbra. Diriges la mirada hacia el lugar donde las dos vertientes del valle se unen, allí donde las cimas se encabalgan en medio de la bruma y de las nubes. Este marco ilusorio de un negro vivísimo comisquea paulatinamente la parte inferior del astro deslumbrante que parece dar vueltas. Cuanto más se tiñe de rojo el ocaso, más dulce resulta.

Fragmento de la novela La montaña del alma, de Gao Xingjian, nacido el 4 de enero de 1940.
El 4 de enero de 1960 fallecía Albert Camus
Comentarios

miércoles, enero 03, 2007

Tolkien

Cuatro días después del arroyo encantado, llegaron a un sitio del bosque poblado de hayas. En un primer momento les alegró el cambio, pues aquí no crecían malezas y las sombras no eran tan profundas. Había una luz verdosa a ambos lados del sendero, pero el resplandor sólo revelaba unas hileras interminables de troncos rectos y grises, como pilares de un vasto salón crepuscular. Había un soplo de aire y se oía un viento, pero el sonido era triste. Unas hojas secas cayeron recordándoles que fuera llegaba el otoño. Arrastraban los pies por entre las hojas muertas de otros otoños incontables, que en montones llegaban al sendero desde la alfombra granate del bosque.
Bombur dormía aún, y ellos estaban muy cansados. A veces oían una risa inquietante, y a veces también un canto a lo lejos. La risa era risa de voces armoniosas, no de trasgos, y el canto era hermoso, pero sonaba misterioso y extraño, y en vez de sentirse reconfortados, se dieron prisa por dejar aquellos parajes con las fuerzas que les restaban.
Dos días más tarde descubrieron que el sendero descendía, y antes de mucho tiempo salieron a un valle en el que crecían unos grandes robles.

Fragmento de la novela El Hobbit, de John Ronald Reuel Tolkien, nacido el 3 de enero de 1892.
Actualización enero 2007 de Revista Almiar
El 3 de Enero de 1951 nacía Rosa Montero
Comentarios

martes, enero 02, 2007

Isaac Asimov

Salvor Hardin no fue directamente al planeta Anacreonte, el cual había dado nombre al reino. No llegó hasta el día antes de la coronación, tras haber hecho rápidas visitas a ocho de los mayores sistemas estelares del reino, no deteniéndose más que el tiempo justo para conferenciar con los representantes locales de la Fundación.
El viaje le produjo la opresiva impresión de la enormidad del reino. Era una pequeña astilla, una insignificante manchita comparado con las extensiones inconcebibles del imperio galáctico, del cual había formado una parte tan distinguida; pero para alguien cuyos hábitos mentales han sido construidos alrededor de un solo planeta, que además está escasamente poblado, el tamaño y la población de Anacreonte eran impresionantes.
Siguiendo cerradamente los lindes de la antigua Prefectura de Anacreonte, abarcaba veinticinco sistemas estelares, seis de los cuales incluían más de un mundo habitable. La población de diecinueve billones, aunque aún muy inferior a la del apogeo del imperio, crecía rápidamente con el desarrollo científico cada vez mayor alentado por la Fundación.
Y sólo entonces Hardin se sintió aterrado ante la magnitud de esa tarea.

Fragmento de la novela Fundación, de Isaac Asimov, nacido el 2 de enero de 1920.
El 2 de enero de 1922 nacía Blaga Dimitrova

LinkWithin

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...