Después de una noche que duró tres veces veinticuatro horas, rasgáronse de pronto las tinieblas y el santo varón descubrió en el horizonte una playa más resplandeciente que un diamante. Aquella playa fue aumentando por momentos. A la claridad glacial de un sol inerte y bajo, Mael vio alzarse por encima de las olas una ciudad blanca, de calles silenciosas, la cual, más vasta que Tebas la de las cien puertas, extendía hasta perderse de vista las ruinas de su foro níveo, sus palacios de escarcha, sus arcos de cristal y sus obeliscos irisados.
Cubrían el Océano témpanos flotantes, en torno de los cuales nadaban hombres marinos de ojos claros y ariscos. Leviatán, a su paso, lanzó una columna de agua hasta las nubes.
Entretanto, sobre una mole de hielo que avanzaba a la par de la barca de piedra, hallábase recostada una osa blanca y tenía a su hijuelo entre los brazos. Mael oyóla murmurar suavemente este verso de Virgilio: Incipe parve puer, y, sobrecogido por la tristeza y la turbación, lloró.
Fragmento de La isla de los pingüinos, de Anatole France, nacido en París el 16 de abril de 1844.
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