Su senda bordeaba el lago de la montaña. De vez en cuando se detenía para dejar que sus ojos acariciaran el paisaje y su nariz aspirara el aire puro. Pronto habría concluido su paseo, y habría regresado una vez más de la melodiosa soledad del bosque y la ladera a la compañía de seres humanos que no siempre le comprendían. Tenía el oído fino, y ahora, no lejos, oyó voces, bajas, claras voces de mujer. Abandonó la senda y se abrió paso entre la maleza para ver a las que hablaban.
A veinte pies, a un nivel algo inferior al suyo, donde el lago se estrechaba y cerraba, se habían incrustado en la verde falda un par de escalones de piedra; allí se podía atracar una barca. Sobre los escalones había dos figuras femeninas, en las que, al cabo de unos segundos, Herr Cazotte reconoció a Ehrengard y a su doncella. Ehrengard estaba desvistiéndose, y la doncella recogía y doblaba sus ropas.
Fragmento de la narración Ehrengard, de Karen Blixen (Isak Dinesen), nacida el 17 de abril de 1885.
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