martes, noviembre 22, 2005

André Gide

-Lo que yo quisiera -decía Luciano- es contar la historia, no de un personaje, sino de un sitio -mira, por ejemplo, de una de esas avenidas, contar lo que sucede en ella- desde por la mañana hasta la noche. Llegan primero niñeras, nodrizas llenas de lazos... No, no..., primero gentes muy grises, sin sexo ni edad, a barrer la avenida, a regar el césped, a cambiar las flores, a fin de preparar el escenario y la decoración antes de abrirse las puertas, ¿comprendes? Entonces es cuando llegan las nodrizas. Unos chicuelos juegan con la arena y riñen entre ellos; las niñeras les pegan. Después, es la salida de los colegios, y más tarde de las obreras. Hay pobres que vienen a comer, en un banco. Luego gentes que se buscan; otras que se huyen; otras que se aíslan, soñadoras. Y después la multitud, en el momento de la música y de la salida de los almacenes. Estudiantes, como ahora. Al atardecer, amantes que se besan y otros que se separan, llorando. Y, finalmente, al anochecer, una pareja de viejos... Y de pronto, un redoble de tambor: cierran. Todo el mundo sale. Se acabó la comedia. ¿Comprendes? Algo que diese la impresión del final de todo, de la muerte..., pero sin hablar de la muerte, naturalmente.

Fragmento de la novela Los monederos falsos, del escritor francés André Gide, que nació el 22 de noviembre de 1869 en París.

Perséfona

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