viernes, marzo 31, 2006

Roberto Juarroz

Cada mañana resulta más difícil
reincorporarse al mundo,
convalidar sus fuentes de sequía,
reinstalarse en la histeria de sus ruidos,
conectar entre sí los colores,
volver a los abrevaderos de palabras,
reconocer los páramos de historia.

Cada vez es más duro
transar con la hipoteca
de vivir esta fábula
perdida entre los astros,
carcomiendo el misterio
de sentir que podíamos
haber sido otra cosa.

Cada día resulta más costoso
recomenzar el día,
a pesar los crípticos reajustes
con las intimidades de lo que no es el hombre:
los silencios como islas en la luz,
las savias que imaginan nuevos mundos,
los reflejos que consuelan a las grietas,
la nervadura de un pájaro que pasa
sin ir, sin pasar, apenas siendo un pájaro.

Y así ha crecido la sospecha:
lo imposible
ya casi no soporta a lo posible.

Poema de Roberto Juarroz, fallecido el 31 de Marzo de 1995 en Temperley (Buenos Aires)

Otros poemas de Roberto Juarroz
El 31 de marzo de 1914 nacía Octavio Paz

jueves, marzo 30, 2006

La casa grande

Se cansaron de mirar el pueblo cerrado, muerto, que comenzaba frente a la estación. Después de unas horas ya no les importó: se agruparon alrededor de lo que conocían: de sus fusiles y morrales y de sus amigos; y ya no esperaron nada.
La distancia entre la estación y el cuartel era corta y la caminaron en silencio, por calles y por casas en silencio.
El cuartel era sucio y casi deshabitado. Entraron caminando hasta el patio central rodeado de arcos y de puertas, embaldosado de ladrillos rojos y frescos. Comenzaron a formar: dejaron caer los morrales a un lado y descansaron los fusiles al otro, se movieron hacia adelante, hacia atrás, con pasos cortos y seguidos, alineándose; luego, quietos, a discreción, se numeraron. Cuando dieron la orden de romper filas, ya sabían a qué puertas dirigirse y sobre qué canastos tirar los cascos y tender las mantas. Ya eran ellos mismos otra vez: ya habían recuperado su rutina.

Fragmento de La casa grande, del escritor colombiano Alvaro Cepeda Samudio, nacido en Ciénaga (Magdalena) el 30 de marzo de 1923.
El 30 de marzo de 1844 nacía Paul Verlaine.

martes, marzo 28, 2006

Virginia Woolf

Habían llegado a la abertura en el seto, flanqueada por los dos grupos de liliáceas como barras al rojo vivo, y de nuevo se veía el Faro, pero no quiso mirar en aquella dirección. Si hubiera sabido que la miraba, pensó, no se habría quedado allí. No le gustaba nada que le recordaran que la habían visto sentada, pensativa. Miró por encima del hombro, hacia el pueblo. Las luces hacían ondas, y discurrían como si fueran gotas de agua que el viento sujetara con firmeza. Y toda la pobreza, todo el sufrimiento habían dado en aquello, pensó Mrs. Ramsay. Las luces del pueblo y de la bahía y las de los barcos parecían una red fantasmal que flotara allí como la baliza de señales de algo que se hubiera hundido. Bueno, si él no podía compartir los pensamientos con ella, se dijo Mr. Ramsay, entonces se dedicaría a los suyos, por su cuenta. Quería seguir reflexionando, repetirse la anécdota de cómo Hume se había caído a una charca; quería reírse. Pero, en primer lugar, era una necedad preocuparse demasiado por la ausencia de Andrew. A la edad de Andrew, él solía caminar por los campos durante todo el día, con unas galletas en el bolsillo, y nadie se preocupaba por él, ni temían que se hubiera despeñado por los acantilados. Dijo en voz alta que estaba pensando hacer una marcha de un día si hacía buen tiempo.

Fragmento de la novela Al faro, de Virginia Woolf, fallecida el 28 o 29 de marzo de 1941.
Un año después, el 28 de marzo de 1942, moría Miguel Hernández.

lunes, marzo 27, 2006

Enterrado en vida

Priam dejó de mirarlos con descuido y condescendencia. Un escalofrío especial le recorrió la espalda. Allí estaba, solitario, bajo el resplandor de la luz rosada, encerrado en su castillo, humano, con el aspecto exterior de un hombre como los demás hombres y, al mismo tiempo, las naciones de Europa estaban llorando por él. Oía sus sollozos. Todo amante de la gran pintura se sentía afectado por una pérdida personal. La voz misma del mundo había enmudecido. Después de todo, representaba algo el haber trabajado lo mejor posible; al fin y al cabo, lo bueno era apreciado por la gran mayoría de los seres humanos. El fenómeno presentado por los diarios de la noche resultaba, por cierto, prodigioso y muy impresionante. Toda la humanidad había sido dolorosamente sorprendida por la noticia de su muerte. Priam olvidó que Mrs. Challice, por ejemplo, había logrado ocultar perfectamente su duelo ante la pérdida irreparable, y que sus preguntas acerca de Priam Farll habían sido casi de pura fórmula. Olvidó también que él no había advertido ninguna señal de duelo profundo, ni siquiera de alguna clase de duelo, en las calles de la populosa capital, y que en los hoteles no resonaban los sollozos. ¡Priam sabía sólamente que toda Europa estaba de luto!

Fragmento de la novela Enterrado en vida, del escritor inglés Enoch Arnold Bennett, fallecido el 27 de marzo de 1931.
El 26 de marzo de 1892 fallecía el poeta Walt Whitman

viernes, marzo 24, 2006

La vuelta al mundo

Durante los primeros días de la travesía, el tiempo fue bastante malo. El viento arreció mucho. Fijándose en el Noroeste, contrarió la marcha del vapor, y el Rangoon, demasiado inestable, cabeceó considerablemente, adquiriendo los pasajeros el derecho de guardar rencor a esas anchurosas oleadas que el víento levantaba sobre la superficie del mar.
Durante los días 3 y 4 de noviembre fue aquello una especie de tempestad. La borrasca batió el mar con vehemencia. El
Rangoon debió estarse a la capa durante media jornada, manteniéndose con diez vueltas de hélice nada más, y tomando de sesgo a las olas. Todas las velas estaban arriadas, y aun sobraban todos los aparejos que silbaban en medio de las ráfagas.
La velocidad del vapor, como es fácil concebirlo, quedó notablemente rebajada, y se pudo calcular que la llegada a Hong-Kong llevaría veinte horas de retraso y quizá más si la tempestad no cesaba.
Phileas Fogg asistía a aquel espectáculo de un mar furioso que parecía luchar directamente contra él, sin perder su habitual impasibilidad.


Fragmento de la novela La vuelta al mundo en 80 días, de Julio Verne, fallecido el 24 de marzo de 1905.

El 24 de marzo de 1809 nacía Mariano José de Larra y en 1926 Darío Fo.

jueves, marzo 23, 2006

Alejandro Casona

En el Hogar del Suicida, sanatorio de almas del doctor Ariel. Vestíbulo como de hotel de montaña, recordando esos paradores de turismo construidos sobre ruinas de antiguos monasterios y artísticamente remozados por un gusto nuevo. Todo es aquí extraño, sugeridor y confortable: el mobiliario, la plástica, el trazado de las arquerías, la disposición indirecta de las luces acristaladas. En las paredes, bien visibles, óleos de suicidas famosos reproduciendo las escenas de su muerte: Sócrates Cleopatra, Séneca, Larra. Sobre un arco, tallados en piedra, los versos de Santa Teresa: «Ven, Muerte, tan escondida —que no te sienta venir— porque el placer de morir —no me vuelva a dar la vida.
Amplia verja al fondo, sobre un claro jardín de sauces y rosales. El jardín tiene un lago, visible en parte, un fondo lejano de cielo azul y montañas jóvenes nevadas. En ángulo, a la derecha, arranca una galena oscura, en arco, con pesada puerta de herrajes, practicable; sobre el dintel, una inscripción que dice: «Galería del Silencio». En frente, otra semejante, pero clara y sin puertas: «Jardín de la Meditación».
En escena, el Doctor Roda y Hans, su ayudante, con bata de enfermero. El primero, de aspecto inteligente y bondadoso; el segundo, de rostro y palabra mortalmente serios. El doctor, al lado de una mesa volante de trabajo, revisa sus ficheros.


Así comienza el acto primero de Prohibido suicidarse en primavera, de Alejandro Casona, nacido el 23 de Marzo de 1903, en Besullo.

El 23 de marzo de 1946 fallecía el poeta Alberto Ghiraldo

martes, marzo 21, 2006

Día mundial de la poesía

poesíaCantamos porque la vida lo precisa.
Porque al mágico influjo de la música
las piedras del camino devienen girasoles,
porque al cantar se cauterizan las heridas
y nace entre las manos una espiga
que eleva su estatura hacia el sonido
que fluye interminable, que germina
y se expande como un polen de promesas
por la extensión sin límite del cielo.

Cantamos porque el canto es necesario.
Porque en alguna parte, alguien que sufre,
necesita los versos, las notas que tañemos,
los acordes que inventa nuestra lira.

(Pésimo conversador es el silencio,
hay que romper su círculo encantado
y lanzar hacia el viento las palabras
como un cauce perpetuo que no tiembla
ante el rugido atronador de sus sicarios)

Cantamos nuestra dicha y nuestra pena,
el pan que nuestras bocas alimenta
y el vino que nos roba la consciencia.

El canto es una lucha que no ceja,
una herramienta contra las cadenas,
un estandarte imprescindible, una luz plena
que no apagan las noches de derrota
ni el severo fluir de lágrimas doradas.

Mi canto es una bandera de horizontes,
una hoguera de manos enlazadas,
un coro de palomas que despiertan.

Cantamos, de SBL en el Día mundial de la poesía

lunes, marzo 20, 2006

Hölderlin

¡Oh hijo espléndido de los dioses! Cuando te arrebataron a la que amabas,
Saliste a orillas del mar, y juntando tu llanto con las olas,
Quejándose de dolor, tu corazón ansiaba hundirse en el abismo sagrado,
En el silencio, donde, lejos del bullicio de las barcas,
Profundamente bajo las olas, en apacible gruta vive
Tetis, la hermosa diosa del mar, tu protectora.
¡Madre le era al adolescente, ella, la diosa poderosa, y antaño,
Cuando niño, amorosamente habíale nutrido en las costas rocosas
De su isla con el potente canto de las olas,
Y en baño fortificante le había convertido en héroe !
Así, la madre oyó la queja del adolescente a quien amaba,
Y semejante a nubes ligeras, tristemente surgió del lecho obscuro del mar,
Para calmar con tiernos abrazos el dolor de su favorito,
Y él sintió cuán amorosamente alivio le ofrecía.
¡Oh hijo de los dioses! Si fuera como tú, podría, lleno de confianza,
Confesar mi secreto dolor a alguno de los inmortales.
¡Ay! Pero no debo expresarlo; soportar debo la ignominia, como si nunca
Hubiera sido de ella, la que no obstante me recuerda con lágrimas.
¡Dioses benignos! Vosotros empero escucháis cualquier ruego ferviente de los hombres,
Y desde que vivo, ¡ay!, íntima y religiosamente te amaba a ti,
Luz sagrada; a ti, tierra, y a tus manantiales y bosques;
¡Padre Eter, demasiado ansioso y límpido te ha sentido
Este corazón! — ¡Oh, vosotros, seres de bondad, suavizadme el dolor
Para que mi alma no enmudezca demasiado temprano,
Para que viva y os dé las gracias, a vosotras, altas fuerzas divinas,
Con himnos de devoción; aún en el día declinante os dé las gracias,
Por bienes anteriores, por alegrías de la pasada juventud;
Entonces, llevad al solitario, llevadlo bondadosamente con vosotras!

Aquiles, poema de Friedrich Hölderlin, nacido el 20 de marzo de 1770 en Lauffen am Neckar.
Hoy se cumplen tres años del Día de la Vergüenza.
También un 20 de marzo, en 1828 nacía Henrik Ibsen.
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domingo, marzo 19, 2006

De noche a solas

Aunque los teletipos y la radio
y miles de carteles y periódicos
sigan con la noticia hasta cansarse
alguien -quizá los hombres humillados
de América y del mundo o los poetas
o el perseguido que cobija aún
a la esperanza como a un niño enfermo-
alguien siente un rumor de noche a solas
que le impide dormir que va royendo
su pecho en inquietud entre las sábanas
un rumor apagado que persiste
en el sueño después cuando ya otorgan
reposo mas no paz los barbitúricos
y que no cesa y crece tal el ritmo
desbocado de un tren que se avecina
y entonces es cuando aparece el hombre
vistiendo su camisa ensangrentada
entonces es cuando lo que fue duda
retumba entre disparos y es certeza
y llega el sobresalto el despertar
entonces cuando vuelve ese fantasma.

Poema de José Agustín Goytisolo, fallecido el 19 de marzo de 1999.

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sábado, marzo 18, 2006

Mallarmé


¡La luna se afligía. Dolientes serafines
Vagando -ocioso el arco- en la paz de las flores
Vaporosas, vertían de exánimes violines
Por los azules cálices blanco lloro en temblores.
-De tu beso primero era el bendito día.
Como en martirizarme mi afán se complacía,
Se embriagaba a conciencia con ese desvaído
Aroma en que -sin lástimas y sin resabio- anega
La cosecha de un sueño al alma que lo siega.
Yo iba mirando al suelo, errante y abstraído,
Cuando -con los cabellos en sol- toda sonriente,
En la calle, en la tarde, te me has aparecido.
Y creí ver el hada del casco refulgente
Que cruzaba mis éxtasis de niño preferido,
Dejando siempre, de sus manos entrecerradas,
Nevar blancos racimos de estrellas perfumadas.

Aparición, poema de Stéphane Mallarmé, escritor francés nacido el 18 de marzo de 1842.
El 18 de marzo de 1911 nacía Gabriel Celaya.

miércoles, marzo 15, 2006

País

La guitarra rasga la penumbra del zaguán, una mano crispada surge entre las rejas, pende en el cielo la camisa de los Fusilamientos.
El caballo bate sobre la testuz del toro -una capa cerveza se derrama en la arena-, en alto la lanza apócrifa de Breda.
Llueve hacia el noroeste, se escurre la tinta de las capitulares añosas de Flor de Santidad. Saudade. Minifundios fútiles. Lacios emigrantes.
Marinos como muñecos de mueca macabra. Santo domingo toda la semana. Vietnam hasta cuándo. Guiñol infernal.
La guitarra araña las sombras del zaguán; en el cielo, los ojos crispados de Saturno devorando a sus hijos.

País, de Blas de Otero, nacido el 15 de marzo de 1916 en Bilbao.

El 15 de marzo de 1937 fallecía H. P. Lovecraft.

domingo, marzo 12, 2006

Ana Frank

Ocultarse... ¿Adónde iríamos a ocultarnos? ¿En la ciudad, en el campo, en una casa, en una choza, cuándo, cómo, dónde?... Yo no podía formular estas preguntas que se me iban acudiendo una tras otra. Margot y yo nos pusimos a guardar lo estrictamente necesario en los bolsones del colegio. Empecé por meter este cuaderno, enseguida mis rizadores, mis pañuelos, mis libros de clase, mis peines, viejas cartas. Estaba obsesionada por la idea de nuestro escondite, y puse las cosas más inconcebibles. No lo lamento, porque me interesan más los recuerdos que los vestidos. Por fin, a las cinco, papá regresó. Telefoneamos al señor Koophuis para preguntarle si podía venir a casa esa misma noche. Van Daan partió en busca de Miep. (Miep está empleada en las oficinas de papá desde 1933, y es nuestra gran amiga, lo mismo que Henk, su flamante esposo). Miep vino para llevarse su cartera llena de zapatos, de vestidos, de abrigos, de medias, de ropa interior, prometiendo volver a la noche. Luego se hizo la calma en nuestra vivienda. Ninguno de los cuatro tenía ganas de comer, hacía calor y todo parecía extraño. Nuestra gran sala del primer piso había sido subalquilada a un tal señor Goudsmit, hombre divorciado, que pasaba de los treinta, y que al parecer no tenía nada que hacer esa noche, porque no logramos librarnos de él antes de las diez; todos los intentos disimulados para hacerle marchar antes habían resultado vanos. Miep y Henk van Santen llegaron a las once, para volver a irse a medianoche con medias, zapatos, libros y ropa interior, metidos en la cartera de Miep y en los bolsillos profundos de Henk.

Fragmento del Diario de Ana Frank, fallecida el 12 de marzo de 1945 en el campo de concentración de Bergen-Belsen.

El 12 de marzo de 2004 en Al_Andar...

viernes, marzo 10, 2006

Boris Vian

En la estación de Denfert-Rochereau subió al mismo departamento un compañero de estudios, pero de la sección superior. Llevaba una losa sepulcral de mayores dimensiones, y en un capacho llevaba, además, una hermosa cruz de cuentas de vidrio violetas. Fidéle le saludó. La disciplina académica era severa, y todos los discípulos debían vestir traje negro y cambiarse de ropa interior dos veces por semana. Debían también abstenerse de actitudes fuera de lugar, tales como salir sin sombrero o fumar por la calle. Fidéle envidiaba la cruz violeta, pero el año avanzaba, y en dos meses más pasaría también él al curso superior. Entonces tendría acceso a las grandes losas sepulcrales y a dos cruces de cuentas de vidrio y una de granito que, en principio, no tenían derecho a llevarse a casa para trabajar. Dado su elevado precio, el material estaba marcado con el nombre del director del curso, pero de vez en cuando los alumnos recibían autorización para trabajar en sus propias casas determinadas combinaciones estéticas, a fin de que sacaran un provecho completo de las enseñanzas recibidas en clase. En la primera sección se estudiaban los mármoles destinados a niños de hasta trece años, después se tenía derecho a los J-3 y, finalmente, en la tercera sección, se operaba sobre tumbas de adultos, que resultaban más interesantes y más variadas. Se trataba, por supuesto, de estudios teóricos: los conocimientos adquiridos se referían al proyecto y a la disposición de las losas. La ejecución del tallado y la realización material de la entalladura correspondían a los alumnos de la División de Realización.

Fragmento del relato El camino desierto, del escritor francés Boris Vian, nacido el 10 de marzo de 1920 en Ville D’Avray, suburbio de París.

Otros textos de Boris Vian.

jueves, marzo 09, 2006

Rosa Silverio

Mi mano nunca siembra,
mi mano mata,
se suicida lentamente,
como la última nota de una marcha fúnebre.
Mi mano es un racimo de balas,
cuchillos afilados que cortan las venas,
pastillas que dan alas a la muerte,
corales rotos inundados de rocío.

Mi mano, poema de la escritora dominicana Rosa Silverio, reciente vencedora del XXI Premio Internacional de Poesía Nosside

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martes, marzo 07, 2006

La Estación

Salí al aire frío de las calles, abandonando la oscuridad del almacén. Alguien que no reconocí me despidió con un extraño ademán. Recordé confusamente que debía tomar un tren.
Pocos días antes me había sido enviada una carta en la que se me recomendaba un viaje. Adjunto venía un billete de ferrocarril, que ahora descansaba sobre la mesilla de la solitaria habitación en la que cada noche me entrego a los despóticos juegos del sueño. No me tomé siquiera la elemental molestia de averiguar quién era el remitente de tan curioso envío, ni busqué en una guía cualquiera el lugar de destino. Pero ¿Quién hubiese vacilado ante un reto semejante? ¿Quién se hubiese resistido a ese instinto que siempre nos lanza hacia lo inesperado con tanta decisión como desprecio ante los posibles peligros? Conjeturé que sólo la cobardía hubiera podido impedir que recogiese el guante que el destino había tenido a bien lanzar contra mi rostro. Y nunca fui cobarde.
Así, poco después de las cinco de la tarde, tras una corta pero intensa siesta, me puse mi único traje (que apenas había utilizado una vez) metí en una maleta adquirida dos días antes mis escasas pertenencias y partí hacia la estación, dejándome azotar por las continuas ráfagas de un viento helado que hería inclemente las esquinas, los árboles, y el tránsito fugaz de los peatones que surcaban con rapidez las avenidas.

Fragmento de La Estación, relato de SBL.

Leer cuento completo.
El 7 de marzo de 2004 en Al_Andar...

sábado, marzo 04, 2006

Gogol

Bulba era exageradamente obstinado.
Era uno de esos caracteres que solo podían desenvolverse en el siglo XVI, en un rincón salvaje de Europa, cuando toda la Rusia meridional, abandonada de sus príncipes, fue asolada por las incursiones irresistibles de los mongoles; cuando, después de haber perdido su techo y todo abrigo, el hombre buscó un refugio en el valor de la desesperación; cuando sobre las humeantes ruinas de su hogar, en presencia de enemigos vecinos e implacables, se atrevió a edificar de nuevo una morada, conociendo el peligro, pero acostumbrándose a mirarle de frente; cuando, en fin, el carácter pacífico de los eslavos se inflamó en un ardor guerrero, y dio vida a ese arrojo desordenado de la naturaleza rusa que constituyó la sociedad cosaca (kasatchestvo). Entonces todas las márgenes de los ríos, los vados, los desfiladeros y hasta los pantanos se cubrieron de tantos cosacos que nadie los hubiera podido contar, y sus esforzados y valientes enviados pudieron contestar al sultán que deseaba conocer su número: "¿Quién lo sabe? En nuestro país, en la estepa, a cada paso se encuentra un cosaco". Fue aquello una explosión de la fuerza rusa que hicieron brotar del pecho del pueblo los repetidos golpes de la desgracia.
En vez de los antiguos oudély, en vez de las reducidas ciudades pobladas de vasallos cazadores, que se disputaban y vendían los pequeños príncipes, aparecieron pequeñas villas fortificadas, koureni, unidas entre sí por el sentimiento del peligro común y por el odio a los invasores paganos. La historia nos enseña que las luchas perpetuas de los cosacos salvaron a la Europa occidental de la invasión de las salvajes hordas asiáticas que amenazaban inundarla.


Fragmento de Taras Bulba, del escritor ruso Nicolai Gogol, fallecido el 4 de marzo de 1852 en Moscú.

Cuentos de Nicolai Gogol en Ciudad Seva.

viernes, marzo 03, 2006

Noticias literatura

La web de André Cruchaga (antes El gato con botas) ha cambiado de nombre y de dominio, pasando a denominarse Arte Poética - Rostros y Versos.
Arte poética es una Antología de poetas hispanoamericanos en constante expansión, que trata de reunir a las mejores voces de la poesía actual.

- - - - - -
Ya está en la red el número 26 de la revista Almiar (Grupo Margen Cero) correspondiente a febrero 2006, con nuevos relatos, artículos, reportajes, muestras pictóricas y otros contenidos, como la Leñe o Póquer literario.

El 3 de marzo de 2004 en Al_Andar...
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jueves, marzo 02, 2006

Pablo Armando Fernández

Ante las puertas últimas

¿Te acordaras de mí? ¿Recordarás?
Cántame ahora, canta
toda esta larga noche en que zozobro
ante puertas sin límites.
Así, tendido, no podría franquearlas.
Mientras oiga tu voz sentiré que estoy vivo.
No quiero, no quisiera pensar, saber
que sentirás mañana algo en ti muerto:
mi amor, mi cuerpo, su último calor
hundiéndose en el frío y la tiniebla.
(No vayas a asustarte, canta)
Un sueño que ha dejado de soñarse,
un sueño detenido, apagándose.
No temas, canta. La piedra es suave,
mullida como hierba;
suave como tus manos y tu boca.
Canta. Pronto todo será silencio:
tu voz, mi sangre, lo que en mí respira.
¿Te acordarás de mí? ¿Recordarás?

Ante las puertas últimas, del poeta cubano Pablo Armando Fernández, nacido el 2 de marzo de 1930.

El 2 de marzo de 1982 fallecía Philip K. Dick
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