sábado, marzo 04, 2006

Gogol

Bulba era exageradamente obstinado.
Era uno de esos caracteres que solo podían desenvolverse en el siglo XVI, en un rincón salvaje de Europa, cuando toda la Rusia meridional, abandonada de sus príncipes, fue asolada por las incursiones irresistibles de los mongoles; cuando, después de haber perdido su techo y todo abrigo, el hombre buscó un refugio en el valor de la desesperación; cuando sobre las humeantes ruinas de su hogar, en presencia de enemigos vecinos e implacables, se atrevió a edificar de nuevo una morada, conociendo el peligro, pero acostumbrándose a mirarle de frente; cuando, en fin, el carácter pacífico de los eslavos se inflamó en un ardor guerrero, y dio vida a ese arrojo desordenado de la naturaleza rusa que constituyó la sociedad cosaca (kasatchestvo). Entonces todas las márgenes de los ríos, los vados, los desfiladeros y hasta los pantanos se cubrieron de tantos cosacos que nadie los hubiera podido contar, y sus esforzados y valientes enviados pudieron contestar al sultán que deseaba conocer su número: "¿Quién lo sabe? En nuestro país, en la estepa, a cada paso se encuentra un cosaco". Fue aquello una explosión de la fuerza rusa que hicieron brotar del pecho del pueblo los repetidos golpes de la desgracia.
En vez de los antiguos oudély, en vez de las reducidas ciudades pobladas de vasallos cazadores, que se disputaban y vendían los pequeños príncipes, aparecieron pequeñas villas fortificadas, koureni, unidas entre sí por el sentimiento del peligro común y por el odio a los invasores paganos. La historia nos enseña que las luchas perpetuas de los cosacos salvaron a la Europa occidental de la invasión de las salvajes hordas asiáticas que amenazaban inundarla.


Fragmento de Taras Bulba, del escritor ruso Nicolai Gogol, fallecido el 4 de marzo de 1852 en Moscú.

Cuentos de Nicolai Gogol en Ciudad Seva.

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