lunes, julio 31, 2006

Denis Diderot

Nosotros somos los que sentimos; ellos, observan, estudian y pintan. ¿Lo diré? ¿Por qué no? La sensibilidad no es cualidad de grandes genios. Estos amarán la justicia, pero practicarán esta virtud sin gustar su dulzura. No es su corazón, sino su cabeza, la que hace todo. A la menor circunstancia inopinada, el hombre sensible la pierde; no será ni un gran rey, ni un gran ministro, ni un gran capitán, ni un gran abogado, ni un gran médico. Llenad la sala del teatro con estos llorones, pero no me coloquéis ninguno en las tablas. Ved las mujeres: no cabe duda que nos superan, y con gran ventaja, en sensibilidad; ¡qué diferencia de ellas a nosotros en los momentos de pasión! Pero tan por encima están de nosotros cuando obran, como por debajo cuando imitan. La sensibilidad no va nunca sin cierta flaqueza de organización. La lágrima que vierte el hombre verdaderamente hombre nos conmueve más que todos los llantos de una mujer. En la gran comedia, la comedia del mundo, a la que siempre vengo a parar, todas las almas sensibles ocupan la escena; todos los hombres de genio están en butacas. Los primeros se llaman locos; los segundos, que dan en copiar sus locuras, se llaman cuerdos y sabios.

Fragmento de La paradoja del comediante, de Denis Diderot, fallecido el 31 de julio de 1784.
El 31 de julio de 1919 nacía Primo Levi
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domingo, julio 30, 2006

Emily Brontë

En absoluto mutismo, se acercó la pipa a la boca, se cruzó de brazos y empezó a fumar. Yo no interrumpí su placer, y él, después de aspirar la última bocanada, se levantó, suspiró, y se fue tan gravemente como había llegado.
Sonaron cerca de mí otras pisadas más elásticas, y apenas yo abría la boca para saludar, la cerré de nuevo, al oír que Hareton Earnshaw se dedicaba a recitar en voz contenida una salmodia compuesta de tantas maldiciones como objetos iba tocando, mientras se afanaba en un rincón en busca de una azada para quitar la nieve. Me miró, dilató las aletas de la nariz, y tanto se le ocurrió saludarme a mí, como al gato que me hacía compañía. Comprendiendo por sus preparativos que estaba disponiéndose a salir, abandoné mi duro lecho y me apresté a seguirle. Él lo notó y con el mango de la azada me señaló una puerta que comunicaba con el salón. Las mujeres estaban en él ya. Zillah atizaba el fuego con un fuelle colosal, y la señora Heathcliff, arrodillada ante la lumbre, leía un libro al resplandor de las llamas. Tenía puesta la mano entre el fuego y sus ojos, y permanecía embebida en la lectura, que sólo interrumpía de vez en cuando para reprender a la cocinera si hacía salir chispas sobre ella, o para separar a alguno de los perros que a veces la rozaba con el hocico. Me sorprendió ver también allí a Heathcliff, en pie junto al fuego y, al parecer, concluyendo entonces de soltar una rociada sobre la pobre Zillah, la cual, de cuando en cuando, suspendía su tarea y suspiraba.

Fragmento de la novela Cumbres borrascosas, de Emily Brontë, nacida el 30 de julio de 1818.
El 30 de julio de 1904 nacía Salvador Novo
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sábado, julio 29, 2006

Chester Himes

Piel de Ébano, con sus ojos saltones de manchas amarillas, recorrió la fachada parduzca del hotel Majestic, del otro lado de la calle. Su mirada se detenía un momento en cada mujer de piel clara que cruzaba. En las esquinas de la calle, allí en el Central Avenue, divisó una muchacha de tez clara que subía a un coche cerrado, verde, pero un tranvía ruidoso se interpuso. Se pellizcó los labios rojos y los humedeció con la lengua. Echó a correr, a pesar de sus pies planos. Un coche pitó, rechinando los frenos, pero él ni siquiera se volvió. Un chófer de taxi lo insultó al pasar; apretó los dientes enseñando ligeramente las encías, pero la expresión irreal de su rostro descompuesto no cambió.
Torció a la derecha, delante del Majestic, se tropezó con un dandy de piel morena que estaba con dos mujeres viejas y muy pintadas, y, jadeando, se detuvo en la esquina de la calle. Él coche verde se saltó el semáforo rojo y arrancó con un gemido de caja de velocidades, dejando tras de sí un olor a caucho quemado.
Pero el coche había arrancado demasiado tarde y Piel de Ébano había tenido tiempo de ver la hermosa carita de María y el perfil de un chófer nervioso, encorvado sobre el volante.

Fragmento del relato La noche está hecha para llorar, de Chester Himes, nacido el 29 de julio de 1909.

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viernes, julio 28, 2006

Gloria Fuertes

Sale caro, señores, ser poeta
La gente va y se acuesta tan tranquila
--que después del trabajo da buen sueño--
Trabajo como esclavo llego a casa,
me siento ante la mesa sin cocina,
me pongo a meditar lo que sucede
La duda me acribilla todo espanta;
comienzo a ser comida por las sombras
las horas se me pasan sin bostezo
el dormir se me asusta se me huye
--escribiendo me da la madrugada--.
Y luego los amigos me organizan recitales,
a los que acudo y leo como tonta,
y la gente no sabe de esto nada.
Que me dejo la linfa en lo que escribo,
me caigo de la rama de la rima
asalto las trincheras de la angustia
me nombran su héroe los fantasmas,
me cuesta respirar cuando termino.
Sale caro señores ser poeta.

Sale caro ser poeta, de Gloria Fuertes, nacida en Madrid el 28 de julio de 1917.
El 28 de julio de 1909 nacía Malcolm Lowry
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jueves, julio 27, 2006

Bernardo Atxaga

Vivir es recorrer el tiempo, pero recorrerlo como quien avanza por un alambre, desequilibrándose ahora hacia un lado y mañana hacia el otro, y así iba viviendo yo, sin conocer el equilibrio, procurando correr cada vez más para olvidarme del vacío que me rodeaba y llegar cuanto antes, no ya a un hogar, ni tampoco a un jardín inefable como el que solían hallar los caballeros tras muchas fatigas, sino a un lugar siquiera ligeramente más seguro que el propio alambre: a un escalón, a una barra, al cabo de una cuerda sujeta en algún sitio. Mi actividad era, en esa época, frenética. Concertaba citas con todo el mundo: con mis antiguos compañeros de trabajo; con los fisioterapeutas que habían dirigido mi rehabilitación y con el psicólogo que me había ayudado en los momentos de crisis; con mis asesores bancarios; con los periodistas que alguna vez me habían pedido un artículo; con los libreros que, justo cuando el accidente, me habían hablado de una edición excepcionalmente hermosa de las obras completas de Baudelaire; con todos ellos y con muchísimos más. Naturalmente, la gran mayoría de esas citas no tenía sentido alguno. Pero, como ya he dicho, lo que yo quería era correr, escapar, huir de una situación que era como mi propia sombra. Por las noches, mi carrera continuaba, más deprisa si cabe: aparte de los clubes de siempre, visité otros que antes había considerado excesivamente barriobajeros. En uno de éstos conocí a un chico que se hacía llamar Carla. "¿Y tú quién eres?", me preguntó después de presentarse. Yo le respondí: "Soy el cojo que quiere correr".

Fragmento del relato Un traductor en París, de Bernardo Atxaga, nacido en Guipúzcoa el 27 de julio de 1951.
El 27 de julio de 1939 nacía Manuel Vázquez Montalbán
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martes, julio 25, 2006

Elias Canetti

No sirve de nada; uno puede cantarse coros a sí mismo, admirar a caníbales, estar doscientos años bajando por el tronco de un árbol al que antes había trepado; uno puede encerrar al mes como a un loco, en inofensivas cruzadas ir de peregrinación a Palestina con toda una quincallería en el cuerpo, escuchar a Buda, amansar a Mahoma, creer en Cristo, vigilar un capullo, pintar una flor, malograr la aparición de una fruta; uno puede también ir detrás del sol, así que éste se dobla; enseñar a los perros a maullar, a los gatos a ladrar, devolverle todos los dientes a un centenario, cosechar bosques, regar calvas, castrar vacas, ordeñar bueyes; uno puede hacerlo todo con excesiva facilidad (termina uno tan rápidamente con todo), aprender la lengua del hombre de Neanderthal, cortar los brazos de Shiva, quitar de las cabezas de Brahma los Vedas que están anticuados, vestir los Vedas desnudos; impedir que en los cielos de Dios canten los coros de ángeles, espolear a Lao-Tse; incitar a Confucio a que asesine a su padre, arrebatarle a Sócrates la copa de cicuta; quitarle de la boca la inmortalidad; uno puede..., pero no sirve de nada, no hay nada que sirva para nada, no hay qué hacer, no hay más pensamiento que éste: ¿cuándo se dejará de asesinar?

Fragmento de La provincia del hombre, de Elias Canetti, nacido el 25 de julio de 1905.
El 25 de julio de 1834 fallecía el poeta Samuel Taylor Coleridge

lunes, julio 24, 2006

Ignacio Aldecoa

Era la hora del ocaso y estaba sentada en la terraza de aquel bar del paseo de Rosales como si estuviera en un mirador que al mismo tiempo fuese un muelle. De vez en cuando contemplaba la estrecha caleta del vallecito, a su izquierda, perdiéndose en colores, calígine y humos hasta hacerse alta mar dorada en las brumosas montañas de la sierra. Luego todo se tornaba rojo, como el vinoso Mediterráneo de los crepúsculos, y emergían amenazantes escolleras oscuras del Parque del Oeste, de los Viveros de la Villa y del apretado bosque de la Casa de Campo. Se oían pitidos de locomotoras portuarias y un rumor metálico de peces asaltados por peces mayores, que transforman sus ordenados y precisos desfiles en vorágine caótica y hacen sonar la hora encamada de la matanza, y crujía suavemente, caricioso al oído, el apresto de las despedidas más largas. El Manzanares, paralizado y submarino, asomaba el lomo plateado.
Hacía un rato que había dejado sus cuadernos abandonados sobre el mármol del velador y miraba al mar resultante de muchos mares de verano; un mar compuesto de las sensaciones tenidas desde la infancia, acrecido y sensibilizado ahora, y que se le hacía melancólicamente real en el atardecer madrileño. Las aguas de entonces batían sus sentidos y había en ella éxtasis y anegación.

Fragmento del relato Los pájaros de Baden-Baden, de Ignacio Aldecoa, nacido en Vitoria el 24 de julio de 1925.
El 24 de julio de 1878 nacía Lord Dunsany

domingo, julio 23, 2006

Raymond Chandler

Ni siquiera estoy enamorado de ella, pensó. Ni ella de mí. No hay tragedia, ni verdadera pena, sólo un vacío plano. El vacío de un escritor al que no se le ocurre nada que escribir, y se trata de un vacío bien doloroso, pero por alguna razón no llega a ser como la tragedia. Jesús, somos la gente más inútil del mundo. Y debemos ser un buen montón, todos solitarios, todos vacíos todos pobres, todos afligidos por pequeñas y mezquinas preocupaciones sin dignidad. Todos esforzándose, como si estuvieran atrapados en arenas movedizas, por alcanzar un terreno firme donde apoyar los pies, y sabiendo en todo momento que no tiene la menor importancia que lo consigamos o no. Deberíamos celebrar un congreso en alguna parte, en un sitio como Aspen, Colorado, un sitio donde el aire sea claro, fresco y estimulante, y donde podamos lanzar nuestras desviadas inteligencias contra la dura mollera de los demás. Quizá así nos sentiríamos durante un rato como si de verdad tuviéramos talento. Todos los aspirantes a escritores del mundo, los chicos y chicas que poseen educación, voluntad, deseo, esperanza y nada más. Saben todo lo que hay que saber acerca de cómo se hace, pero son incapaces de hacerlo. Han estudiado a fondo e imitado a conciencia a todo aquél que alguna vez dio en el clavo.
Qué encantadora colección de nulidades formaríamos, pensó. Seríamos tan agudos como navajas de afeitar. Resonarían en el aire los chasquidos de nuestros sueños.

Fragmento del relato Un par de escritores, de Raymond Chandler, nacido en Chicago el 23 de julio de 1888.
El 23 de julio de 1908 nacía Elio Vittorini
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sábado, julio 22, 2006

Manuel Puig

Después de secarse olió sus manos y se tranquilizó, pensó en que Juan Carlos no había querido ir más a bailar al Club Social los domingos a la tarde prefiriendo llevarla al cine, pensó en que no tenía ninguna otra amiga en el Club, pensó en Celina, en sus ojos verdes, pensó en los gatos de ojos verdes, pensó en la posibilidad de hacerse amiga de un gato, amiga de una gata, sobarle el lomo, pensó en una gata vieja con sarna, cómo curarle la sarna, llevarle de comer, elegir el plato más bonito de la alacena y llenarlo de leche fresca para una gata vieja sarnosa, pensó en que la madre de Juan Carlos volviendo de la novena los saludó sin entusiasmo el domingo a la salida del cine, pensó en la muerte natural o por accidente de la esposa de Aschero, en la posibilidad de que Aschero la pidiese por esposa en segundas nupcias, en la posibilidad de casarse con Aschero y abandonarlo después de la luna de miel, en la cita que se daría con Juan Carlos en un refugio entre la nieve de Nahuel Huapi, Aschero en el tren: en bata de seda sale del retrete y se dirige por el pasillo hacia el camarote, golpea suavemente con los nudillos en la puerta, espera en vano una respuesta, abre la puerta y encuentra una carta diciendo que ella ha bajado en la estación anterior, que no la busque, mientras tanto Juan Carlos acude a la cita y llega al refugio, la encuentra con pantalones negros y pulóver negro de cuello alto, cabellera suelta rubia platinada...

Fragmento de Boquitas pintadas, de Manuel Puig, fallecido el 22 de julio de 1990.
El 22 de julio de 1972 fallecía Max Aub
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viernes, julio 21, 2006

Hemingway

Nada más fácil de adquirir que e! hábito de pasar por el 27 de la rué de Fleurus al caer la tarde, por amor a la lumbre y los cuadros magníficos y la conversación. Muchas veces yo era el único visitante, y Miss Stein estuvo siempre muy amable y por un tiempo estuvo cariñosa. Cuando yo volvía de un corto viaje a una conferencia política o al próximo Oriente o a Alemania, enviado por el periódico canadiense o por la agencia de noticias para la que trabajaba, ella me hacía contar todas las anécdotas divertidas. Siempre había incidentes chuscos que le gustaban, y le encantaban también los cuentos de un cómico macabro, lo que los alemanes llaman humor de horca. Miss Stein quería estar al tanto de la parte alegre de lo que ocurría por el mundo; nunca las partes reales, nunca las partes malas.
Yo era joven y no melancólico, y en los peores momentos ocurrían siempre cosas extravagantes y cómicas, y a Miss Stein le gustaba oírlas contar. De otras cosas yo no hablaba, pero las escribía por mi cuenta.
Cuando no había viaje reciente que contar, pero me dejaba caer por la rué de Fleurus al terminar mi trabajo, a veces procuraba que Miss Stein hablara de libros. Mientras estaba trabajando en algo mío, me resultaba necesario leer al acabar de escribir. Si uno sigue pensando en lo que escribe, pierde el hilo y al día siguiente no hay modo de continuar.

Fragmento de la novela París era una fiesta, de Ernest Hemingway, nacido en Illinois el 21 de julio de 1899.
El 21 de julio de 1796 fallecía Robert Burns

jueves, julio 20, 2006

Paul Valéry

Es un signo de los tiempos, y no muy bueno, que hoy sea necesario -y no sólo necesario, sino incluso urgente- interesar a los espíritus en la suerte del Espíritu, es decir en su propia suerte.
Esta necesidad surge al menos en hombres de cierta edad (cierta edad es, desgraciadamente una edad demasiado cierta), en hombres de cierta edad que han conocido una época completamente diferente, que han vivido una vida completamente diferente, que han aceptado, sufrido, examinado los males y bienes de la existencia en un medio completamente diferente, en un mundo muy diferente.
Admiraron cosas que ya casi no se admiran; vieron vivas verdades que están casi muertas; especularon, en fin, acerca de valores cuyo descenso o derrumbe es tan claro, tan manifiesto y tan ruinoso para sus esperanzas y sus creencias, como el descenso o el derrumbe de los títulos y las monedas que consideraban, como todo el mundo, valores inquebrantables.
Asistieron a la bancarrota de la confianza que habían tenido en el espíritu, confianza que fue para ellos el fundamento y, de alguna manera, el postulado de su vida ¿pero qué espíritu, y qué entendían por esa palabra?...

Fragmento de La libertad del espíritu, de Paul Valéry, fallecido el 20 de julio de 1945.
El 20 de julio de 1912 fallecía Andrew Lang
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martes, julio 18, 2006

William M. Thackeray

En la vida de la pobreza decente hay acciones y eventos que no está de más ocultar bajo tupido velo. Cualquiera de nosotros podemos, si nos viene en gana, traspasar la pantalla. A menudo no hay tras ella vergonzosos espectáculos...; sólo fuentes vacías, restos míseros y otras tristes señales que evidencian la escasez y el frío. ¿Pero a quién puede exigírsele que muestre al público sus andrajos y pregone por las calles el hambre que padece? Por aquel tiempo, la señora Prior -cuyo carácter ha variado desde entonces en el sentido de una menor amabilidad- tenía un aire respetable. Sin embargo, como ya he dicho, mis provisiones desaparecían con notable rapidez; mis botellas de vino y de aguardiente no dejaron de volar hasta que las puse al abrigo del aire encerrándolas en una alacena...; la mermelada de frambuesa de More, golosina que me dominaba y permanecía en la mesa unas cuantas horas, siempre se la había comido el gato, cuando no aquella pequeña y maravillosa criada para todo, tan activa, tan sumisa, tan bondadosa, tan sucia, tan servicial. ¿Era realmente la muchacha la que se apoderaba de mis provisiones? Yo he visto la Gazza Ladra, y sé perfectamente que con frecuencia se acusa a estas pobres criadas, con notoria injusticia; esto, sin contar con que en mi caso confieso que me tenía completamente sin cuidado quién fuera el culpable.

Fragmento de la obra El Viudo Lovel, de William Makepeace Thackeray, nacido en Calcuta el 18 de julio de 1811.
El 18 de julio de 1926 nacía Ángel Crespo

lunes, julio 17, 2006

Nicolás Guillén

La raíz de mi árbol, retorcida;
la raíz de mi árbol, de tu árbol,
de todos nuestros árboles,
bebiendo sangre, húmeda de sangre,
la raíz de mi árbol, de tu árbol.
Yo la siento,
la raíz de mi árbol, de tu árbol,
de todos nuestros árboles,
la siento
clavada en lo más hondo de mi tierra,
clavada allí, clavada,
arrastrándome y alzándome y hablándome,
gritándome.
La raíz de tu árbol, de mi árbol.
En mi tierra, clavada,
con clavos ya de hierro,
de pólvora, de piedra,
y floreciendo en lenguas ardorosas,
y alimentando ramas donde colgar los pájaros cansados,
y elevando sus venas, nuestras venas,
tus venas, la raíz de nuestros árboles.

Tus venas, la raíz de nuestros árboles. De España, poema en cuatro angustias y una esperanza, de Nicolás Guillén, fallecido el 17 de julio de 1989.
Cien años antes, el 17 de Julio de 1889 nacía Erle Stanley Gardner

sábado, julio 15, 2006

Rosalía de Castro

Glorias hay que deslumbran, cual deslumbra
el vivo resplandor de los relámpagos,
y que como él se apagan en la sombra,
sin dejar de su luz huella ni rastro.
Yo prefiero a ese brillo de un instante,
la triste soledad donde batallo,
y donde nunca a perturbar mi espíritu
llega el vano rumor de los aplausos.

Poema de En las orillas del Sar, de Rosalía de Castro, fallecida el 15 de julio de 1885.

Ya está en la red el Número Cero
de la Revista Palabras Diversas
El 15 de julio de 1904 fallecía Antón Chéjov
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viernes, julio 14, 2006

Isaac Bashevis Singer

En el ático, rabí Leib encontró los sacos de arcilla y se puso a esculpir una figura de hombre. Para esculpirla no usaba cincel, sino los dedos. Amasaba la arcilla como si fuera masa de pan. Trabajaba a toda velocidad; al mismo tiempo rezaba para que lo que estaba haciendo saliera bien. Todo el día estuvo rabí Leib atareado en el ático, y, cuando llegó la hora de las oraciones de la tarde, lo que había en el suelo era una forma descomunal de hombre, con una cabeza muy grande, anchos hombros y manos y pies enormes: un coloso de barro. El rabino lo contempló con asombro. Jamás hubiera logrado tal cosa sin la ayuda de la Providencia Todopoderosa y Particular. El rabino había tomado consigo el devocionario donde su santo visitante había escrito el nombre de Dios. Rabí Leib lo grabó en la frente del gólem, con letras hebreas tan pequeñas que sólo él mismo pudiera distinguirlas. Inmediatamente, la figura de arcilla empezó a dar señales de vida.
El gólem comenzó a mover los brazos y las piernas y trató de alzar la cabeza. Pero el rabino había tenido cuidado de no grabar el Santo Nombre entero; omitió una pequeña parte de la última letra que era un «alef», para que el gólem no empezara a actuar mientras no estuviera vestido. Como el rabino sabía que los fieles de la comunidad se extrañarían de que no estuviera en la sinagoga para decir las oraciones de la tarde, decidió dejar allí el gólem sin terminar y empezó a bajar los estrechos peldaños.

Fragmento de Golem, el coloso de barro, de Isaac Bashevis Singer, oficialmente nacido el 14 de julio de 1904.
El 14 de julio de 2003 fallecía Roberto Bolaño

miércoles, julio 12, 2006

El poeta

Antes anduve por la vida, en medio
de un amor doloroso: antes retuve
una pequeña página de cuarzo
clavándome los ojos en la vida.
Compré bondad, estuve en el mercado
de la codicia, respiré las aguas
más sordas de la envidia, la inhumana
hostilidad de máscaras y seres.
Viví un mundo de ciénaga marina
en que la flor de pronto, la azucena
me devoraba en su temblor de espuma,
y donde puse el pie resbaló mi alma
hacia las dentaduras del abismo.
Así nació mi poesía, apenas
rescatada de ortigas, empuñada
sobre la soledad como un castigo,
o apartó en el jardín de la impudicia
su más secreta flor hasta enterrarla.
Aislado así como el agua sombría
que vive en sus profundos corredores,
corrí de mano en mano, al aislamiento
de cada ser, al odio cotidiano.
Supe que así vivían, escondiendo
la mitad de los seres, como peces
del más extraño mar, y en las fangosas
inmensidades encontré la muerte.
La muerte abriendo puertas y caminos.
La muerte deslizándose en los muros.

Poema del Canto General de Pablo Neruda, nacido en Parral (Chile) el 12 de julio de 1904.
El 12 de julio de 1817 nacía Henry David Thoreau

lunes, julio 10, 2006

Marcel Proust

Muy de mañana, mirando todavía a la pared y sin haber visto aún el matiz de la raya del día sobre las grandes cortinas de la ventana, sabía ya qué tiempo hacía. Me lo decían los primeros ruidos de la calle, según llegaran amortiguados y desviados por la humedad o vibrantes como flechas en el aire resonante y vacío de una mañana espaciosa, glacial y pura; en el paso del primer tranvía notaba yo si rodaba aterido en la lluvia o iba camino del azur. Y acaso a estos ruidos se había anticipado alguna emanación más rápida y más penetrante que, filtrándose en mi sueño, le infundía una tristeza que presagiaba la nieve o bien hacía entonar en él a cierto pequeño personaje intermitente tan numerosos cánticos a la gloria del sol, que acababan por provocar en mí, dormido aún, con un asomo de sonrisa y dispuestos los párpados cerrados a dejarse deslumbrar, un estrepitoso despertar en música. En aquella época, yo percibía la vida exterior sobre todo desde mi cuarto. Sé que Bloch contó que, cuando iba a verme por la noche, oía un rumor de conversación. Como mi madre estaba en Combray y él no encontraba nunca a nadie en mi habitación, dedujo que hablaba solo. Cuando, mucho más tarde, supo que Albertina vivía entonces conmigo y comprendió que la escondía de todo el mundo, dijo que por fin veía la razón de que, en aquella época de mi vida, nunca quisiera salir. Se equivocaba. Pero era muy disculpable, pues la realidad, aunque sea necesaria, no es completamente previsible; los que se enteran de algún detalle exacto sobre la vida de otro sacan en seguida consecuencias que no lo son y ven en el hecho recién descubierto la explicación de cosas que precisamente no tienen ninguna relación con él.

Fragmento de La prisionera, de Marcel Proust, nacido en Auteil (París) el 10 de julio de 1871.
El 10 de julio de 1915 nacía Saul Bellow
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domingo, julio 09, 2006

Jan Neruda

Andaba por las calles siempre con el sombrero en la mano, por mucho frío que hiciese o por mucho que quemase el sol. A lo más, se le vio alguna vez protegiendo con su chistera chata, pero de ala ancha, su cabeza, como una sombrilla. Su pelo gris estaba peinado formando una crencha lisa pegada al cráneo, que terminaba detrás en una coleta tan apretada y tan atada que ni siquiera se movía; una de las últimas coletas de Praga, cuando ya no existían más que dos o tres. Su frac, de color verde, con botones dorados, tenía un cuerpo muy corto, pero en cambio unos faldones muy largos, que chocaban a cada paso con las delgadas pantorrillas del señor Rybar cuando paseaba su cuerpecillo delgado por aquellas calles de Dios. Cubría su pecho con un chaleco blanco, y los pantalones, negros, sólo le llegaban hasta debajo de la rodilla, donde lucía dos hebillas de plata, a las que seguían dos medias blancas como la nieve, que terminaban en otras dos hebillas de plata y en dos zapatos bastante grandes.

Fragmento del relato Hastrman, del escritor checo Jan Neruda, nacido el 9 de julio de 1834.
El 9 de julio de 1962 fallecía Georges Bataille
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sábado, julio 08, 2006

Giovanní Papini

Una imposible mañana de invierno, en una estación bien conocida, un hombre al que no conozco, con abrigo y dos violetas en el ojal, quería demostrarme que los hombres son felices, que la vida es grande y que el mundo es bello. Yo lo escuchaba con interés, sacudiendo a cada momento la ceniza de mi cigarrillo, que se consumía al viento sin que nunca me lo llevara a la boca. Lo escuchaba y sonreía, y el Hombre que no conozco se acaloraba cada vez más y ya del humour pasaba al sentimiento, al entusiasmo, al delirio. La fuga de sus rápidas palabras, escurridizas, duras, como acabadas de fundir, como acuñadas de nuevo en algún sitio, hacía poco tiempo, me llenaba de una embriaguez muy parecida a la que da el champaña. Algo picante y saltarín; una necesidad de abrazar y de llorar, de bailar, de reír a pequeños impulsos.
A un cierto momento, su voz dijo:
- Piense, caballero, piense en la grandeza del progreso que se realiza bajo nuestros ojos, en el progreso que lleva a los hombres del pasado al futuro, de aquello que ya no es a lo que no es todavía, de aquello que se recuerda a aquello que se espera. Los salvajes no prevén el futuro, no piensan en lo por venir; no prevén y no previenen. Pero nosotros: nosotros, hombres civilizados; nosotros, hombres nuevos, vivimos para el futuro y gracias al futuro. Toda nuestra vida está dirigida hacia lo que tiene que venir, está construida en vista a lo que sucederá. Nuestros hombres consagran el hoy al mañana, siempre, cada día que pasa al mañana que pasará, respetuosamente y valerosamente... (continúa)

Fragmento del relato El espejo que huye, de Giovanni Papini, fallecido en Florencia el 8 de julio de 1956.
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viernes, julio 07, 2006

Lion Feuchtwanger

Ibrahim seguía sentado en los derruidos escalones de la fuente, seca desde hacía mucho tiempo, la cabeza apoyada en la mano, y de pronto tuvo que reconocerlo: aunque había visto claro desde el principio el carácter aventurero del negocio, se trasladaría a Toledo a pesar de todo, a esta casa.
Era esta casa ridícula y en ruinas la que lo había traído hasta aquí.
Existía un viejo y extraño lazo entre él y la casa. Él, Ibrahim, el gran hombre de negocios de la orgullosa Sevilla, el amigo y consejero del emir se había convertido ya en su juventud al profeta Mahoma, pero no había nacido musulmán sino judío, y este edificio, el castillo de Castro, había pertenecido a sus antepasados, a la familia Ibn Esra, durante todo el tiempo que los musulmanes fueron señores de Toledo. Pero desde que el rey Alfonso, el sexto de su nombre, arrebató la ciudad a los musulmanes, hacía apenas cien años, los barones de Castro se habían apoderado de la casa. Ibrahim había estado muchas veces en Toledo y cada vez había permanecido en pie, lleno de añoranza, ante el oscuro muro exterior del castillo. Ahora que el rey había expulsado a los Castro de Toledo y les habla expropiado la casa, podía por fin ver su interior y considerar la posibilidad de recuperar las antiguas propiedades de sus padres.
Sin prisa, pero con mirada escrutadora y ávida, había recorrido las muchas escaleras, salas, corredores y patios. Era un edificio desolado y feo, más bien una fortaleza que un palacio.

Fragmento de La judía de Toledo, de Lion Feuchtwanger, nacido en Munich el 7 de julio de 1884.
El 7 de julio de 1930 fallecía Arthur Conan Doyle
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jueves, julio 06, 2006

Santuario

Temple vio el árbol que cegaba el camino, pero no hizo otra cosa que prepararse para lo inevitable. Tuvo la impresión de que se trataba del lógico y desastroso final de la serie de circunstancias en que se había visto envuelta. Siguió inmóvil, con el cuerpo en tensión, contemplando cómo Gowan, con la mirada fija al parecer en lo que tenía delante, se lanzaba contra el árbol a veinte millas por hora. El coche chocó, salió despedido hacia atrás, volvió a embestir el árbol y cayó de lado.
Temple sintió que salía despedida por el aire, llevándose consigo un hombro insensibilizado por el golpe y la imagen de dos individuos que atisbaban entre la cortina de cañas al borde del camino. Se incorporó como pudo, mirando hacia atrás, y los vio avanzar, uno de ellos con un traje negro muy ceñido y sombrero de paja, fumando un cigarrillo, y el otro destocado, con mono, empuñando una escopeta y el barbado rostro distendido en una lenta expresión de asombro boquiabierto. Sin dejar de correr, Temple notó que sus huesos se licuaban y cayó de bruces, todavía corriendo.

Sin detenerse, giró muy de prisa y se incorporó, la boca abierta en un gemido inaudible, totalmente sin aliento. El hombre del mono seguía mirándola, con la boca abierta en inocente asombro, dentro de una suave barba recortada. El otro hombre se inclinaba sobre el coche volcado, con la ceñida chaqueta formándole crestas sobre los hombros. Luego el motor se detuvo, aunque la rueda delantera que había quedado en el aire siguiera girando, perezosa, cada vez más lentamente.


Fragmento de la novela Santuario, de William Faulkner, fallecido el 6 de julio de 1962.
El 6 de julio de 1893 fallecía Guy de Maupassant

lunes, julio 03, 2006

El Castillo

¿Es un servicio del castillo el que presta Barnabás? Nos preguntamos entonces; cierto, va a las oficinas, pero ¿son las oficinas el castillo? Y aun cuando las oficinas pertenezcan al castillo, ¿son las oficinas el lugar donde Barnabás puede entrar? Él entra en oficinas, pero sólo son una parte de todas ellas, después hay barreras y detrás hay más oficinas. No se le prohíbe seguir avanzando, pero no puede seguir avanzando cuando ya ha encontrado a sus superiores, le han despachado y despedido. Además, allí siempre te observan, al menos así se cree. E incluso si siguiese avanzando, ¿de qué serviría si allí no tiene ningún trabajo administrativo y sería un intruso? Esas barreras no te las tienes que imaginar como una determinada frontera, sobre ello Barnabás siempre me llama la atención. En las oficinas también hay barreras, por las que él pasa, por lo tanto también hay barreras que atraviesa y que no se distinguen de aquellas por las que no ha pasado, y no puede afirmarse de antemano que detrás de esas últimas barreras no haya otras oficinas en esencia iguales a aquellas en las que Barnabás ya ha estado. Sólo en esas horas sombrías lo cree así. Y luego la duda se extiende, no se puede evitar. Barnabás habla con funcionarios y recibe mensajes, pero ¿qué tipo de funcionarios y qué tipo de mensajes?

Fragmento de la novela El Castillo, de Franz Kafka, nacido en Praga
el 3 de Julio de 1883.


Se ha editado en formato PDF el libro Camino al Andar (2004-05) con textos de Sergio Borao Llop. Puede descargarse de forma gratuita en la web del autor.

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domingo, julio 02, 2006

Hermann Hesse

Evoqué todos mis recuerdos de Max Demian, remontándome hasta mi aventura con Kromer. ¡Cuántas cosas, de las que había dicho entonces, volvieron a surgir! Y todas tenían aún sentido, eran actuales, me concernían. También lo que me había dicho, en nuestro último y poco grato encuentro, sobre el libertinaje y la santidad, surgió con toda claridad en mi alma. ¿No era exactamente lo que me había pasado a mí? ¿No había vivido yo en la embriaguez y en el lodo, aturdido y perdido hasta que un nuevo instinto vital había despertado en mí precisamente lo contrario: el ansia de pureza, la nostalgia de la santidad?
Fui siguiendo mis recuerdos mientras caía la noche. Fuera llovía. También en mis recuerdos oía caer la lluvia, bajo los castaños, el día que Demian me preguntó qué me pasaba con Franz Kromer y acertó mi secreto. Una a una fueron saliendo las conversaciones camino del colegio y durante las clases de religión. Al final recordé mi primera entrevista con Max Demian. ¿De qué había tratado?

Aunque no me acordaba bien, tenía tiempo y me sumí totalmente en mis pensamientos. Volví a precisar mis recuerdos. Habíamos estado parados delante de nuestra casa, después de que él me había comunicado su opinión sobre Caín. Había hablado del viejo y borroso escudo que campeaba sobre nuestro portal; y me había dicho que el escudo le interesaba, que había que fijarse bien en estas cosas. Por la noche soñé con Demian y con el escudo, que cambiaba de forma constantemente.
Fragmento de la novela Demian, de Hermann Hesse,
nacido el 2 de julio de 1877.
El 2 de julio de 1977 fallecía Vladimir Nabokov
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sábado, julio 01, 2006

Daniel Moyano

Cuando ellos llegan montados en sus tigres Hualacato se inclina, modifica su paisaje. Se apoderan del tiempo y las cosechas, las calles son cerradas o desviadas, los caminos no llevan a los lugares de siempre. Hualacato se arruga. Las fachadas chorreantes llorando desde sus grietas enfermas, especie de nuevo orden arquitectónico que turistas de diversas lenguas corren a fotografiar ávidamente. Los albañiles sacan sus plomadas y comprueban que las casas son un maizal al viento. Están torcidas, dicen los albañiles; y les quitan las plomadas. Sin plomada, usan el ojo clínico. Están torcidas, no hay vuelta que darle, dicen. Entonces se los llevan. Están torcidas sea como sea, alcanzan a decir mientras desaparecen entre grandes puertas, mientras los edificios quieren caerse, inclinándose bajo vientos impensados. Entonces las vicuñas dejan de reproducirse, porque todo tiene su respuesta, contaba el viejo Aballay, que venía peleando desde hacía cuarenta años, a su manera, claro, desde una silla de ruedas, con puras invenciones.
Todo prohibido en Hualacato, pero la gente afina sus instrumentos en otro tono para no perder la alegría. Y a medida que se va prohibiendo cualquier tono ellos suben o bajan sus cuerdas, ya se sabe que la música es infinita. Con esto consiguen vivir en un mundo por lo menos paralelo con la realidad, y para no perder el rumbo se refugian en sus antiguas supersticiones.
Desmontando sus tigres van apropiándose de todo. A los hualacateños en sus casas solamente les quedan dos lugares, uno para el hambre y otro para el frío. Hasta el agua es envasada y sellada, incluso la de lluvia, captada por inmensos aparatos. No llueve más en Hualacato, madrecita.
No es la primera vez que vienen. En cuarenta años, el viejo los ha visto llegar en caballos, en camiones, siempre de noche, desde todos los puntos cardinales llegan ellos siempre, cambian todo de sitio llamando sur al norte, lo miran todo sospechando, pueden derretir una flor o una persona cuando miran, lo miran todo con los ojos que debe de tener la tristeza del mundo cuando se siente muy enfermo. Llegan de noche mezclando su percusión, sus ruidos, a los ruidos de la vida.

Fragmento de la novela El vuelo del tigre, de Daniel Moyano, fallecido el 1 de Julio de 1992.
El 1 de julio de 1909 nacía Juan Carlos Onetti
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