Era esta casa ridícula y en ruinas la que lo había traído hasta aquí.
Existía un viejo y extraño lazo entre él y la casa. Él, Ibrahim, el gran hombre de negocios de la orgullosa Sevilla, el amigo y consejero del emir se había convertido ya en su juventud al profeta Mahoma, pero no había nacido musulmán sino judío, y este edificio, el castillo de Castro, había pertenecido a sus antepasados, a la familia Ibn Esra, durante todo el tiempo que los musulmanes fueron señores de Toledo. Pero desde que el rey Alfonso, el sexto de su nombre, arrebató la ciudad a los musulmanes, hacía apenas cien años, los barones de Castro se habían apoderado de la casa. Ibrahim había estado muchas veces en Toledo y cada vez había permanecido en pie, lleno de añoranza, ante el oscuro muro exterior del castillo. Ahora que el rey había expulsado a los Castro de Toledo y les habla expropiado la casa, podía por fin ver su interior y considerar la posibilidad de recuperar las antiguas propiedades de sus padres.
Sin prisa, pero con mirada escrutadora y ávida, había recorrido las muchas escaleras, salas, corredores y patios. Era un edificio desolado y feo, más bien una fortaleza que un palacio.
Fragmento de La judía de Toledo, de Lion Feuchtwanger, nacido en Munich el 7 de julio de 1884.
El 7 de julio de 1930 fallecía Arthur Conan Doyle
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