Ni siquiera estoy enamorado de ella, pensó. Ni ella de mí. No hay tragedia, ni verdadera pena, sólo un vacío plano. El vacío de un escritor al que no se le ocurre nada que escribir, y se trata de un vacío bien doloroso, pero por alguna razón no llega a ser como la tragedia. Jesús, somos la gente más inútil del mundo. Y debemos ser un buen montón, todos solitarios, todos vacíos todos pobres, todos afligidos por pequeñas y mezquinas preocupaciones sin dignidad. Todos esforzándose, como si estuvieran atrapados en arenas movedizas, por alcanzar un terreno firme donde apoyar los pies, y sabiendo en todo momento que no tiene la menor importancia que lo consigamos o no. Deberíamos celebrar un congreso en alguna parte, en un sitio como Aspen, Colorado, un sitio donde el aire sea claro, fresco y estimulante, y donde podamos lanzar nuestras desviadas inteligencias contra la dura mollera de los demás. Quizá así nos sentiríamos durante un rato como si de verdad tuviéramos talento. Todos los aspirantes a escritores del mundo, los chicos y chicas que poseen educación, voluntad, deseo, esperanza y nada más. Saben todo lo que hay que saber acerca de cómo se hace, pero son incapaces de hacerlo. Han estudiado a fondo e imitado a conciencia a todo aquél que alguna vez dio en el clavo.Qué encantadora colección de nulidades formaríamos, pensó. Seríamos tan agudos como navajas de afeitar. Resonarían en el aire los chasquidos de nuestros sueños.
Fragmento del relato
Un par de escritores, de
Raymond Chandler, nacido en
Chicago el 23 de julio de 1888.
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