miércoles, febrero 28, 2007

Montaigne

Si de mí dependiera formarme a mi albedrío, creo que no hallaría ningún modo de ser, por óptimo que fuera, en el cual me resignara a fijarme para no poder desprenderme; la vida es un movimiento desigual, irregular y multiforme. No es ser amigo de sí mismo y menos todavía dueño, es ser esclavo de la propia individualidad el seguir incesantemente y el estar tan domado por las inclinaciones, que no nos sea dable rehuirlas ni torcerlas. Yo lo declaro en este punto por no poder fácilmente libertarme de la importunidad de mi alma, que comúnmente no acierta a solazarse sino allí donde encuentra impedimentos, ni a emplearse más que en tensión e íntegramente. Por insignificante cosa que se la procure, la abulta y alarga fácilmente hasta un punto en que halla labor para todas sus fuerzas; por esta causa la ociosidad del alma es para mí una ocupación penosa que quebranta mi salud. La mayor parte de los espíritus han menester de materia extraña para desadormecerse y ejercitarse, el mío siente igual necesidad para calmarse y detenerse: El trabajo nos libra de los vicios que a la ociosidad acompañan, pues su más laborioso y principal quehacer es conocerse a sí mismo. Los libros pertenecen para él al género de ocupaciones que le apartan de su estudio; ante los primeros pensamientos que le asaltan, agítase y da muestras de su vigor en todos sentidos, ejercitando sus facultades ya hacia el orden y la gracia, ya encontrando su natural asiento, moderándose y fortificándose. Tiene por sí mismo recursos con que despertar sus facultades, pues la naturaleza le otorgó, como a todos, suficientes medios para su utilidad a la vez que asuntos propios para inventar y discernir.
El meditar es un estudio poderoso y pleno para quien sabe tantearse y emplearse vigorosamente: yo mejor prefiero forjar mi alma que amueblarla. Ninguna ocupación existe ni más débil ni más fuerte que la de conversar con las propias fantasías, según sea el temple de espíritu que se posee, y con ello hacen su oficio las mayores: Para los cuales vivir es pensar; por eso la naturaleza la favoreció con este privilegio, consistente en que nada hay que podamos hacer tan continuamente ni acción a la cual nos sea dable consagrarnos más ordinaria y fácilmente. Es la labor de los dioses, dice Aristóteles, de la cual germinan su beatitud y la nuestra.

Fragmento del ensayo De tres comercios, de Michel de Montaigne, nacido en el Castillo de Montaigne el 28 de febrero de 1533.
El 28 de febrero de 1916 fallecía Henry James
El 28 de febrero de 1981 fallecía Álvaro Cunqueiro
El 28 de febrero de 2004 fallecía Carmen Laforet

martes, febrero 27, 2007

Moebiana

Para verificar que venía siguiéndome, ensayé itinerarios imposibles. Así, ejecutamos con precisión idénticos vaivenes, idénticas elipses, recortes y tirabuzones. Recorrimos extraños vericuetos, laberintos y desiertos. Inventamos rutas, estaciones y nombres de ciudades.
Como era previsible, nos perdimos; y lo que es peor: Después de tantas vueltas inútiles ya ni siquiera sabemos quién es el perseguido y quién el perseguidor, ni qué motivó esta situación, ni adónde nos dirigimos.


Moebiana, de SBL
El 27 de febrero de 1902 nacía John Steinbeck
El 27 de febrero de 1912 nacía Lawrence Durrell

lunes, febrero 26, 2007

Michel Houellebecq

Al día siguiente era domingo. Volví al barrio pero no encontré el coche. De hecho, ya no me acordaba de donde lo había aparcado; todas las calles me parecían igual de posibles. La calle Marcel-Sembat, Marcel-Dassault…, mucho Marcel. Inmuebles rectangulares donde vivía gente. Violenta impresión de reconocimiento. Pero ¿donde estaba mi coche?
Deambulando entre tanto Marcel, me invadió progresivamente cierto hastío con relación a los coches y a las cosas de este mundo. Desde que lo compre, el Peugeot 104 solo me había dado quebraderos de cabeza: reparaciones múltiples y poco comprensibles, choques leves…, claro que los otros conductores fingen estar relajados, sacan el formulario con amabilidad, dicen: “OK, de acuerdo”; pero en el fondo se lanzan miradas de odio; es muy desagradable.
Y además, pensándolo bien, yo iba al trabajo en metro; ya casi no salía los fines de semana, por falta de destino verosímil; en vacaciones optaba la mayoría de las veces por la formula de viaje organizado, y en alguna ocasión por la de club de vacaciones. “¿Para que quiero este coche? “, me repetía con impaciencia al enfilar la calle Emile-Landrin. Sin embargo, fue al desembocar en la avenida Ferdinand-Buisson cuando se me ocurrió la idea de denunciar un robo. En estos tiempos roban muchos coches, sobre todo en el extrarradio; seria fácil que la compañía de seguros y mis compañeros de trabajo entendieran y aceptaran la historia. Porque, ¿cómo iba a confesar que había perdido el coche? Enseguida me tomarían por gracioso, hasta por anormal o por gilipollas; era muy imprudente. No se admiten bromas sobre este tipo de temas; así se crea una reputación, se hacen y deshacen las amistades. Conozco la vida, estoy acostumbrado. Confesar que uno ha perdido el coche es casi excluirse del cuerpo social; decididamente, aleguemos un robo.

Fragmento de la novela Ampliación del campo de batalla, de Michel Houellebecq, nacido el 26 de febrero de 1958.
El 26 de febrero de 1802 nacía Victor Hugo
El 26 de febrero de 1905 fallecía Marcel Schwob
El 26 de febrero de 2001 fallecía Arturo Uslar Pietri

domingo, febrero 25, 2007

Amin Maalouf

Cuatro largos meses nos separan todavía del año de la Bestia, y ya la tenemos ahí. Su sombra vela nuestros pechos y las ventanas de nuestras casas.
A mi alrededor, la gente no habla de otra cosa. El año que se acerca, las señales precursoras, las predicciones... A veces me digo a mí mismo: ¡pues que venga!, ¡que vacíe por fin su alforja de prodigios y de calamidades! Entonces, me echo atrás, me acuerdo de todos aquellos otros años corrientes en los que cada día transcurría esperando las alegrías del atardecer. Y maldigo con todas mis fuerzas a los adoradores del apocalipsis.
¿Cómo empezó esta locura? ¿En qué alma germinó primero? ¿Bajo qué cielos? No podría decirlo con exactitud, y sin embargo, en cierto modo, lo sé. Allí donde me encontraba veía el miedo, el miedo monstruoso, nacer y crecer y difundirse; le veía insinuarse en las almas, incluso en las de mis allegados, incluso en la mía, le he visto golpear la razón, pisotearla, humillarla y después devorarla.
Vi alejarse los días felices.
Hasta entonces, yo había vivido en la serenidad. Yo prosperaba, con salud y con fortuna, un poquito cada año; no codiciaba nada que no estuviera al alcance de mi mano; los vecinos me adulaban más que me envidiaban.
Y, de repente, todo se precipita a mi alrededor.
Ese extraño libro que aparece y luego desaparece, por mi culpa...
La muerte del anciano Idriss, de la que nadie me acusa, es cierto... excepto yo mismo.
Y ese viaje que tengo que emprender el lunes, a pesar de mis reticencias. Un viaje del que hoy tengo la sensación de que no voy a regresar.

Fragmento de la novela El viaje de Baldassare, de Amin Maalouf, nacido en Beirut el 25 de febrero de 1949.
El 25 de febrero de 1917 nacía Anthony Burgess
El 25 de febrero de 1983 fallecía Tennessee Williams

sábado, febrero 24, 2007

August Derleth

Supongo que, entre sus amigos, más de uno ya estaba buscando algo en madera para Jason Wecter, pero resultó que fui yo quien encontré un día, en una tienda de segunda mano en Portland en la que no se reparaba a primera vista, una pieza efectivamente extraña pero exquisitamente tallada, una especie de bajorrelieve que representaba un octópodo surgiendo de una estructura monolítica fracturada en un paisaje submarino. El precio, de cuatro dólares, me pareció extremadamente módico, y el hecho de que yo no pudiera interpretar la talla fue probablemente lo que más valor añadió al objeto a los ojos de Wecter.
He descrito a la criatura como un octópodo, pero no se trataba de un pulpo. Qué era exactamente, no lo sabía; su aspecto sugería un cuerpo mucho más largo y una forma distinta a la de cualquier pulpo, y sus apéndices tentaculares no partían solamente de su cara, del lugar que deberían ocupar las fosas nasales -un poco como aparece en la escultura de Smith Dios Arquetípico-, sino que arrancaban también de los flancos y del centro de su cuerpo. Los dos apéndices que salían de su rostro eran claramente prensiles y estaban esculpidos en actitud de lanzarse hacia fuera, como si estuviesen a punto de agarrar, o agarrando algo. Justo encima de estos dos tentáculos tenía unos ojos hundidos, tallados con una extraña destreza, ya que transmitían la impresión de una perturbadora maldad. En su base había inscrita una frase en un idioma desconocido:
Ph'nglui mglw'nafh Cthulhu R'lyeh wgah'nagl fhtagn.
No conocía la clase de madera en la que estaba tallada, pero era anormalmente pesada y tenía un color marrón oscuro; era madera casi negra, con un veteado en espiral que nunca había visto. Aunque era mayor de lo que yo tenía pensado regalar a Jason Wecter, supe que le gustaría. ¿De dónde provenía?, le pregunté al flemático hombrecillo que había tras el mostrador atestado de objetos.
Se echó las gafas hacia arriba y me dijo que todo lo que podía contarme era que procedía del Atlántico.

Fragmento del relato Una talla en madera, de August Derleth, nacido el 24 de febrero de 1909.
El 24 de febrero de 1837 nacía Rosalía de Castro
El 24 de febrero de 1943 nacía Pablo Milanés

viernes, febrero 23, 2007

Santiago Bao

Tiempos malditos estos
en que los esclavos
temen romper sus cadenas
y hasta se preguntan
si son dignos de ellas
el amo y el esclavo
satisfechos
la ilusión perfecta
de un paraíso maldito


Tiempos malditos
poema de Santiago Bao

El 23 de febrero de 1821 fallecía John Keats
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jueves, febrero 22, 2007

Arthur Schopenhauer

Es un gran error decir con La Rochefoucauld que sucede con el amor apasionado como con los espectros; que todo el mundo habla de él y nadie lo ha visto; o bien, negar con Lichtenberg, en su Ensayo sobre el poder del amor, la realidad de esta pasión y el que esté conforme con la Naturaleza. Porque es imposible concebir que siendo un sentimiento extraño o contrario a la naturaleza humana o un puro capricho, no se cansen de pintarlo los poetas, ni la humanidad de acogerlo con una simpatía inquebrantable, puesto que sin verdad no hay arte cabal.
Por otra parte, la experiencia general, aunque no se renueva todos los días, prueba que bajo el imperio de ciertas circunstancias, una inclinación viva y aun gobernable puede crecer y superar por su violencia a todas las demás pasiones, echar a un lado todas las consideraciones, vencer todos los obstáculos con una fuerza y una perseverancia increíbles, hasta el punto de arriesgar sin vacilación la vida por satisfacer su deseo, y hasta perderla si ese deseo es sin esperanza.
No sólo en las novelas hay Werthers y Jacobo Ortís; todos los años pudieran señalarse en Europa lo menos media docena. Mueren desconocidos, y sus sufrimientos no tienen otro cronista que el empleado que registra las defunciones ni otros anales que la sección de noticias de periódicos.

Fragmento de El amor, las mujeres y la muerte, de Arthur Schopenhauer, nacido el 22 de febrero de 1788.
El 22 de febrero de 1939 fallecía Antonio Machado
El 22 de febrero de 1942 fallecía Stefan Zweig

miércoles, febrero 21, 2007

Mikhail Sholokhov

El caserío se extendía a un lado, a lo lejos, y junto al embarcadero había ese silencio que únicamente reina, en pleno otoño o a principios de primavera, en los lugares deshabitados. Del agua venía un hálito de humedad, en unión del acerbo aliento de los alisos putrefactos, y de las lejanas estepas de Prijoperskie, hundidas en el humo liliáceo de la niebla, el suave vientecillo traía el aroma, eternamente joven, de la tierra recién liberada de la nieve.
Cerca de allí, sobre la arena de la orilla, yacía un seto derribado. Me senté en él y quise fumar, pero, al meter la mano en el bolsillo derecho de la enguatada chaqueta, comprobé con gran pena que la cajetilla de "Bielomor" estaba toda empapada. Durante la travesía, una ola había barrido la cubierta de la baja barquilla, hundiéndome en agua turbia hasta la cintura. En aquellos instantes yo no estaba para pensar en los cigarrillos, pues hubo que soltar el remo y sacar el agua con la mayor rapidez posible, para que la lancha no zozobrara, y ahora, lamentando amargamente mi imprevisión, extraje del bolsillo con cuidado la cajetilla reblandecida, me puse en cuclillas y empecé a colocar sobre el seto, uno tras otro, los mojados y pardos cigarrillos.
Era mediodía. El sol picaba como en mayo. Yo confiaba que los cigarrillos se secarían pronto. Los rayos solares calentaban tanto, que me arrepentí de haberme puesto para el viaje los acolchados pantalones y la enguatada chaqueta de soldado. Era aquel el primer día verdaderamente tibio después del invierno. Constituía un placer estar sentado en el seto, sumido por entero en la soledad y el silencio, quitarse el gorro de orejeras, también de soldado, secar al vientecillo los cabellos, empapados después del penoso bogar, y, sin pensar en nada, seguir el movimiento de las nubes que se deslizaban blancas, henchidas, por el azul pálido del cielo.

Fragmento de la narración El destino de un hombre, de Mikhail Sholokhov, fallecido el 21 de febrero de 1984.
El 21 de febrero de 1903 nacía Anaïs Nin
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martes, febrero 20, 2007

Richard Matheson

Se detuvo y alzó los ojos. En el techo había dos hileras de luces apagadas, y el cielo raso estaba dividido en grandes cuadrados profundos, decorados con mosaicos hindúes, al parecer. La luz del día entraba por las ventanas polvorientas, y unas motas grises quedaban suspendidas en los rayos de sol.
Observó las largas mesas de madera y las hileras de sillas. Todo estaba en su sitio. El último día, pensó, alguna bibliotecaria solterona había recorrido la sala colocando las sillas en el lugar correspondiente, con una laboriosa precisión.
Se imaginó a la mujer que había muerto solitaria para volver, quizá, condenada a terribles vagabundeos, y sacudió la cabeza. Basta, se dijo, no hay tiempo para divagaciones románticas.
Pasó ante otros libros hasta que llegó a Medicina. Esta era la sección que le interesaba. Miró los títulos y encontró libros sobre higiene, fisiología (general y especial), terapéutica. Un poco más allá, bacteriología.
Sacó cinco obras de fisiología general y varios libros que trataban temas relacionados con la sangre y los dejó sobre una mesa. ¿Le interesaban también algunos textos sobre la bacteriología? Durante un rato miró indeciso los títulos.
Al fin se encogió de hombros. Bueno, ¿en qué se diferenciaban? Sacó varias obras al azar y las añadió al montón. Tenía nueve libros, suficientes para empezar. Podía volver en cualquier momento. Cuando salía de la sala miró el reloj sobre la puerta. Las manecillas rojas se habían parado a las siete y veinticinco. Neville se preguntó qué día se habrían detenido.

Fragmento de la novela Soy leyenda, de Richard Matheson, nacido el 20 de febrero de 1926.
El 20 de febrero de 1926 nacía Alfonso Sastre
El 20 de febrero de 2003 fallecía Maurice Blanchot

lunes, febrero 19, 2007

Amy Tan

La idea del Club de la Buena Estrella se me ocurrió una noche de verano tan calurosa que incluso las mariposas nocturnas caían al suelo desmayadas, sus alas demasiado pesadas a causa del calor húmedo. Todo estaba tan lleno de gente que no había espacio para que circulara el aire fresco. Desde las cloacas se alzaban olores insoportables hasta mi ventana en el segundo piso, y el hedor no tenía más sitio adonde ir que mis narices. Oía gritos durante todas las horas del día y de la noche. No sabía si se trataba de un campesino que degollaba a un cerdo prófugo o de un oficial que azotaba a un campesino medio muerto por yacer en la acera, impidiéndole el paso. Ni siquiera me asomaba a la ventana para averiguarlo, pues, ¿de qué me habría servido? Y fue entonces cuando pensé que necesitaba alguna cosa que me ayudara a moverme.
Mi idea consistía en una reunión de cuatro mujeres, una para cada esquina de la mesa de mah jong. Sabía a qué mujeres quería proponérselo, todas ellas jóvenes como yo, con semblantes en los que se expresaba su anhelo. Una de ellas era la esposa de un oficial del ejército, como yo, otra una muchacha de modales muy refinados, pertenecientes a una familia rica de Shanghai, de donde había huido con muy poco dinero, y finalmente una chica de Nanking con el cabello más negro que he visto jamás. Su familia era de clase baja, pero ella era bonita y agradable y se había casado bien, con un viejo que murió y le dejó los medios para una vida mejor.
Cada semana una de nosotras daba una fiesta a fin de recaudar dinero y levantarnos el ánimo. La anfitriona tenía que servir comida dyansyin especial para invocar la buena suerte en todos los aspectos de la vida: buñuelos en forma de lingotes de plata, largos fideos de arroz para tener larga vida, cacahuetes hervidos para concebir hijos y, por supuesto, muchas naranjas de la buena suerte para gozar de una vida plena y dulce.

Fragmento de la novela El Club de la Buena Estrella, de Amy Tan, nacida el 19 de febrero de 1952.
El 19 de febrero de 1888 nacía José Eustasio Rivera
El 19 de febrero de 1937 fallecía Horacio Quiroga
El 19 de febrero de 1951 fallecía André Gide
El 19 de febrero de 1952 fallecía Knut Hamsun

domingo, febrero 18, 2007

Jean Marie Auel

La pradera abierta, de colinas suavemente onduladas y horizontes lejanos, por donde habían viajado después de salir de la Asamblea Estival, se elevaba cada vez más. La corriente veloz del afluente, nacida en terreno más alto, emergía con mayor vigor que la sinuosa corriente principal y excavaba un canal profundo con altas orillas en el suelo de loess batido por el viento. Aunque Jondalar deseaba marchar hacia el sur, se vieron obligados a desplazarse hacia el oeste, y después hacia el noroeste, mientras buscaban el lugar adecuado para tratar de vadear el río.
Cuanto más se alejaban de su camino, más irritado e impaciente se sentía Jondalar. No estaba seguro de que hubiera sido acertada su decisión de seguir la ruta meridional, más larga, en lugar de la septentrional que le habían sugerido -más de una vez- y en cuya dirección el río parecía decidido a llevarles. Si bien no estaba familiarizado con aquel camino, que era mucho más corto, quizás hubieran debido seguirlo. Pensó que si podía adquirir la certeza de que llegarían a la meseta del glaciar, más hacia el oeste, en la fuente del Río de la Gran Madre, antes de la primavera, seguiría ese camino.
Esto significaría renunciar a su última oportunidad de ver a los Sharamudoi, pero, ¿era eso tan importante? Tenía que reconocer que en realidad deseaba verles. Le ilusionaba la idea desde hacía tiempo. Jondalar no estaba seguro de que su decisión de marchar hacia el sur obedeciera realmente a su deseo de seguir el camino conocido y, por tanto, más seguro para que regresaran Ayla y él, o antes bien a su deseo de ver a los integrantes de su familia.

Fragmento de la novela Las Llanuras del Tránsito, de Jean Marie Auel, nacida el 18 de febrero de 1936.
El 18 de febrero de 1883 nacía Nikos Kazantzakis
El 18 de febrero de 1931 nacía Toni Morrison
El 18 de febrero de 1938 fallecía Leopoldo Lugones

sábado, febrero 17, 2007

Heinrich Heine

Cuanto más bajábamos, tanto más deliciosamente sonaban las aguas subterráneas; sólo acá y allá, bajo peñas y malezas, brillaban y parecían acechar cautelosamente, como si fueran a atreverse a salir a la luz, y por fin llegaba a brotar una decidida y pequeña onda. Sucedía entonces lo que ocurre ordinariamente; el más atrevido comienza, y la gran muchedumbre de los medrosos se ve de repente, y con asombro propio, reanimada, y corre a unirse al primero. Otras muchas fuentes saltaban ya apresuradamente de sus escondrijos, reuníanse a las que antes brotaran y, juntas, formaban al fin un ya considerable arroyuelo, que descendía al valle haciendo innumerables cascadas y admirables ondulaciones.
Este es el Ilse, el amable y dulce Ilse, que corre a través del valle feraz de su nombre, a cuyos dos lados elévanse insensiblemente las montañas, cubiertas, en gran parte desde su pie, de hayas, encinas y frondosos arbustos, aunque no de abetos y otros árboles de hojas aciculares; pues estas especies crecen predominantemente en el Harz inferior, como se denomina a la vertiente oriental del Brocken, en oposición a la occidental del mismo, llamada Harz superior, que realmente es mucho más alta, y, por tanto, más apropiada para el desarrollo de las coníferas.
Es indescriptible el regocijo, la sencillez y la gracia con que se precipita el Ilse sobre los fragmentos de roca extrañamente configurados que en su curso encuentra, ya silbando aquí el agua de un modo salvaje, o corriendo espumosa, ya brotando allá por todo género de grietas, como por una regadera, derramándose en arcos puros, volviendo a saltar más abajo sobre las piedrecillas como una inquieta muchacha. Sí, la tradición es cierta, el Ilse es una princesa que desciende de la montaña riente y espléndida.

Fragmento de Cuadros de viaje, de Heinrich Heine, fallecido el 17 de febrero de 1856.
El 17 de febrero de 1673 fallecía Molière
El 17 de febrero de 1836 nacía Gustavo Adolfo Bécquer
El 17 de febrero de 1967 fallecía Ciro Alegría

viernes, febrero 16, 2007

Angela Carter

Invierno. Invierno y frío. En esta región de bosques y montañas no ha quedado para los lobos nada que comer. Sin cabras ni ovejas, ahora encerradas en los establos, sin los venados que han partido hacia laderas más meridionales en busca de las últimas pasturas, los lobos están enflaquecidos, hambrientos. Tan escasa es su carne que podrías contar, a través del pellejo, las costillas de esas alimañas famélicas, si acaso te dieran tiempo antes de abalanzarse sobre ti. Esas mandíbulas que rezuman baba; la lengua jadeante; la escarcha de saliva en el barbijo canoso. De todos los peligros que acechan en la noche y el bosque -aparecidos, trasgos, ogros que asan niños en la parrilla, brujas que ceban cautivos en jaulas para sus festines caníbales-, de todos, el lobo es el peor porque no atiende razones.
En el bosque, donde nadie habita, siempre estás en peligro. Si traspones los portales de los grandes pinos, allí donde las ramas hirsutas se enmarañan para encerrarte, para atrapar en sus redes viajeros incautos, como si la vegetación misma estuviera confabulada con los lobos que allí moran, como si los pérfidos árboles salieran de pesca para sus amigos..., si traspones los soportales del bosque, hazlo con la mayor cautela y con infinitas precauciones, pues si por un instante te desvías de tu senda, los lobos te devorarán. Son grises como la hambruna, despiadados como la peste.
Los niños de ojos graves de las desperdigadas aldehuelas, siempre llevan cuchillos cuando salen a pastorear las pequeñas majadas de cabras que proveen a las familias de leche agria y quesos rancios y agusanados.

Fragmento del relato En compañía de lobos, de Angela Carter, fallecida el 16 de febrero de 1992.
El 16 de febrero de 1848 nacía Octave Mirbeau
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miércoles, febrero 14, 2007

Hanni Ossott

Mira cómo abordo: destejo lo ilusorio y construyo el sueño. Ni un instante fuera de actividad. Sucesión tras sucesión. Esta forma ya es en potencia abrasivo que expande el fallecer.
Mira cómo me duelo. El cuerpo es traje reversible, pero aun más allá, una forma plástica. El cuerpo se modula a sí, voltea su cobertura, la piel, ese depósito receptor, esa forma amorfa que recibe y contiene, expulsa y aborta.
Mira mi extensión. Colma y acude. Sin llamado. Apenas una fuerza siempre extraña a mí, un huracán quizás, ha obligado el despliegue. Y mi energía anónima, sin amor, indiferente, abrasa. y no me es dado soñarlo, es lo exterior que teje: una modulación azarosa, impulsada a atravesarme.
Y ahora te cubro y baño esos inmensos sembradíos, tus señales, grietas, elevaciones. Hasta la próxima, hasta el escanciamiento o la absorción, hasta mi propio exceso en tu exceso: tres cuartas partes de agua y una de tierra.
Isla serás en mí hasta el azar que me dibuje en laguna y luego en valle, tierra seré en ti para otras aguas. Hacia otras tierras que nos contendrán en sucesión. Y no lo sabremos de tanto anonimato.
Infundirás energía a tu cuerpo e insuflaré energía a mi potencia de cubrir y contendrás y excederé tu contención hasta el resurgimiento de lo reversible, dejaré entonces que esta piel se borre y sea contenida, cubierta hasta lo visible, reabsorbida, pulsará en lo eterno hacia su nuevo nacimiento. Y seré germen y disolución mientras te edifiques como forma y seré forma informe mientras exceda el contener. Hasta nuestro límite: el espacio que modulas para mi informidad y la disposición de mi informidad hacia tu forma. Vaso para el agua y agua para el vaso. Límite de lo visible. Acto de fe hacia la modulación de lo inmodulable...
Hasta el próximo azar.

Lo modulable, texto de Hanni Ossott, nacida el 14 de febrero de 1946. Tomado de su reciente Antología poética, con prólogo de Beatriz Alicia García
El 14 de febrero de 1928 nacía Juan García Hortelano
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martes, febrero 13, 2007

Georges Simenon

Gilles Mauvoisin miraba a su alrededor sin ver, con los ojos y los párpados enrojecidos de quien ha llorado mucho. Sin embargo, no había llorado.
El capitán Solemdal le había dicho que estuviera preparado y que esperara en la cámara de oficiales, donde, durante la travesía, le habían servido todas las comidas.
Y él, con un largo abrigo negro que no era suyo, un gorro negro de nutria en la cabeza y un pañuelo en la mano a causa de su resfriado, esperaba junto a su maleta como si se encontrara en el pasillo de un tren poco antes de llegar a su destino.
El Flint ya estaba entrando en la dársena de los barcos de pesca y el joven todavía no había conseguido ver nada de La Rochelle. Tal vez su ojo de buey estuviera en la borda opuesta. En el mar, el barco se había deslizado junto a unas boyas rojas y negras que probablemente señalaban la entrada al canal, y luego pasó tan cerca de unos tamarindos que a punto estuvo de rozarlos. En ese momento comenzaron las maniobras, el repiqueteo del telégrafo, la velocidad reducida y las órdenes: stop, atrás, stop, adelante...
Gilles seguía buscando la ciudad con la mirada mientras el Flint giraba sobre sí mismo en medio de la dársena, pero sólo veía raíles, vagones que parecían abandonados, un viejo barco con las juntas cubiertas de minio, un talud pelado y cámaras frigoríficas.
Empezaba a oscurecer. Una neblina amarillenta que conservaba un vago reflejo del sol lo envolvía todo. Vio más raíles y, allí, justo delante de él, a una pareja abrazada junto a una bicicleta apoyada en un vagón cisterna.
En el fondo, aquélla fue la primera visión que Gilles Mauvoisin tuvo de La Rochelle.

Fragmento de El viajero del día de Todos los Santos, de Georges Simenon, nacido en Lieja el 13 de febrero de 1903.
El 13 de febrero de 1837 fallecía Mariano José de Larra
El 13 de febrero de 1886 nacía Ricardo Güiraldes

lunes, febrero 12, 2007

Thomas Bernhard

Los médicos psiquiatras son los verdaderos demonios de nuestra época. Se dedican a su negocio protegido, en el sentido más auténtico de la palabra, de la forma más vergonzosamente inatacable, sin ley y sin conciencia. Cuando me fue ya posible levantarme e ir hasta la ventana, y finalmente incluso al pasillo, y andar, con todos los demás candidatos a la muerte que podían hacerlo, de un extremo a otro del pabellón, y finalmente pude incluso salir un día del pabellón Hermann, traté de llegar hasta el pabellón Ludwig. Sin embargo, había sobreestimado bastante mis fuerzas y tuve que detenerme ya antes del pabellón Ernst. Me tuve que sentar en el banco allí atornillado al muro y calmarme antes de nuevo, para poder volver siquiera por mi mismo al pabellón Hermann. Si los pacientes están en cama semanas o tal vez meses, sobreestiman absolutamente sus fuerzas cuando pueden volver a levantarse, se proponen sencillamente demasiado y a veces retroceden semanas por esa tontería; muchos se han buscado sencillamente, con alguna de esas empresas súbitas, la muerte a la que habían escapado antes mediante una operación. Aunque soy un enfermo experimentado y, durante toda mi vida, he tenido que vivir con mis enfermedades más o menos graves y gravísimas y, en definitiva, siempre con las llamadas enfermedades incurables, una y otra vez he caído en el diletantismo en materia de enfermedad, y he cometido tonterías imperdonables. Primero unos pasos, cuatro o cinco, luego diez u once, luego trece o catorce, y finalmente veinte o treinta, así tiene que actuar un enfermo, y no levantarse enseguida y salir y marcharse, lo que la mayoría de las veces resulta mortal. Pero el enfermo encerrado durante meses ansía en esos meses salir y no sabe aguardar el momento en que podrá dejar su habitación de enfermo y, como es natural, no se contenta con dar unos pasos por el pasillo, no, sale al aire libre y se mata a sí mismo.

Fragmento de El sobrino de Wittgenstein, de Thomas Bernhard, fallecido el 12 de febrero de 1989.
El 12 de febrero de 1984 fallecía Julio Cortázar

domingo, febrero 11, 2007

Frank Herbert

Jessica estaba de pie en el centro del salón. Se volvió lentamente, recorriendo con su mirada los bajorrelieves que asomaban entre las sombras, las ventanas profundamente entalladas en las gruesas paredes. El gigantesco anacronismo de aquella estancia le recordaba el Salón de las Hermanas en su escuela Bene Gesserit. Pero en la escuela el efecto era cálido y acogedor. Aquí, todo era dura piedra.
Algún arquitecto había tenido que bucear profundamente en la historia para recrear aquellas bóvedas y aquellas oscuras tapicerías, pensó. El arco del techo culminaba dos pisos por encima de ella, con enormes vigas transversales que, estaba segura, habían sido transportadas hasta Arrakis a un coste fabuloso. No existía ningún planeta en el sistema que poseyera árboles capaces de proporcionar tales vigas... a menos que las vigas fueran de imitación de madera.
No lo creía.
Aquella había sido la residencia del gobierno, en los días del Viejo Imperio. Los costes no habían tenido una gran importancia entonces, mucho antes de los Harkonnen y su nueva megalópolis de Carthag... un lugar de mal gusto y miserable a unos doscientos kilómetros al nordeste, más allá de la Tierra Accidentada. Leto había demostrado su buen juicio eligiendo aquel lugar para sede del gobierno. Ya su nombre, Arrakeen, sonaba bien, lleno de tradición. Y era una ciudad pequeña, más fácil de higienizar y defender.
Oyó nuevamente el ruido de las cajas que eran descargadas a la entrada, y suspiró.

Fragmento de la novela Dune, de Frank Herbert, fallecido el 11 de febrero de 1986.
El 11 de febrero de 1963 fallecía Sylvia Plath

sábado, febrero 10, 2007

Arthur Miller

Piensan en nosotros y sonrío porque me saludan con tanto recelo. Es porque soy abogado. En este barrio encontrarse con un abogado o con un cura es mala fortuna; piensan en desastres, por eso nos prefieren lejos.
A veces pienso que detrás de ese saludo descansan tres mil años de desconfianza. Un abogado significa la ley, y en Sicilia, de donde vienen sus padres, la ley no es una idea agradable desde que los griegos fueron derrotados.
Tiendo a advertir las ruinas en las cosas, quizá porque nací en Italia... Llegué aquí a los veinticinco. En esos días, Al Capone, el cartaginense más famoso, aprendía su oficio en este empedrado, y el mismísimo Frankie Yale fue partido en dos por una ráfaga de ametralladora en la esquina de Union Street, a sólo dos manzanas. Aquí muchos fueron baleados justamente por hombres injustos. Aquí la justicia es muy importante.
Pero esto es Red Hook, no Sicilia. Y el barrio enfrenta la bahía de este lado del Puente de Brooklyn, que da al mar. Éstas son las fauces de Nueva York tragándose los tonelajes del mundo. Y ahora somos casi civilizados, casi norteamericanos. Ahora arreglo las cosas de otro modo, y eso me gusta más. Por eso ya no guardo un revólver en mi escritorio. Y mi trabajo carece de todo romanticismo.
Mi mujer me advirtió y también mis amigos; me dijeron que la gente de este barrio carece de elegancia, de glamour. Después de todo ¿con quiénes traté a lo largo de mi vida? Con estibadores y con sus mujeres, con sus padres y sus abuelos; en casos de indemnizaciones, desalojos, peleas familiares - los despreciables problemas de los pobres – pero... una vez cada tanto mientras atiendo algún caso y escucho a las partes contarme sus problemas, el aire chato de mi oficina se impregna del verde aroma del mar, el polvo de este aire se disipa, y llega a mí la imagen, en tiempos de César, o tal vez en Calabria o junto a un acantilado en Siracusa, de otro abogado que, vestido de manera diferente a la mía, escucha las mismas quejas y – allí sentado, tan impotente como yo - observa cómo el caso sigue, inexorablemente, su curso sangriento.

Fragmento de la obra Panorama desde el puente, de Arthur Miller, fallecido el 10 de febrero de 2005.
El 10 de febrero de 1837 fallecía Aleksandr Pushkin
El 10 de febrero de 1898 nacía Berthold Brecht

viernes, febrero 09, 2007

J M Coetzee

Durante una hora deambula por las calles conocidas del barrio del mercado. Luego regresa atravesando el puente Kokushkin a la posada donde el día anterior alquiló un cuarto a nombre de Isaev.
No tiene hambre. Completamente vestido se tiende en la cama, cruza los brazos y procura dormir. Pero vuelve continuamente al número 63, al cuarto de su hijo. Las cortinas están abiertas. La luz de la luna baña la cama. Ahí está: de pie junto a la puerta, sin apenas respirar, concentrada la mirada en la silla del rincón, esperando a que la oscuridad se espese, que se convierta en tinieblas de otra clase, en tinieblas de una presencia. En silencio mueve los labios al pronunciar el nombre de su hijo tres y cuatro veces.
Intenta lanzar un encantamiento, pero ¿sobre quién? ¿Sobre un espíritu o sobre sí mismo?. Piensa en Orfeo cuando camina hacia atrás, paso a paso, susurrando el nombre de la mujer muerta, para engatusarla y obligarla a salir de las entrañas del infierno; piensa en la esposa envuelta en el sudario, con los ojos ciegos, muertos, que lo sigue con las manos extendidas ante sí, inertes, como una sonámbula. No hay flauta, no hay lira: sólo la palabra, la única palabra, una y otra vez. Cuando la muerte siega todos los demás lazos, aún queda el nombre.

Fragmento de la novela El maestro de Petersburgo, de John Maxwell Coetzee, nacido en Ciudad del Cabo el 9 de febrero de 1940.
El 9 de febrero de 1881 fallecía Fiodor Dostoievski
El 9 de febrero de 1914 nacía Adalberto Ortiz Quiñónez

jueves, febrero 08, 2007

Otredad

Añoro caminar por otras calles
indagar otros rostros, dispersarme;
abrazar otros cuerpos, adaptarme
al ritmo de otras muchedumbres.

No sé si es escapar o renacerse
pero en mis manos hay palomas
que no son de esta plaza.


Otredad, de SBL

El 8 de febrero de 1828 nacía Julio Verne
El 8 de febrero de 1878 nacía Martin Buber
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miércoles, febrero 07, 2007

Sinclair Lewis

Retiraron la pasarela y ese único eslabón que le unía a América, a Newlife, al Hayden Chart de la casa Chart, Bradbin & Chart, quedó cortado. Ya no había remedio. Era un exiliado. Y no tenía en absoluto la sensación de haber recobrado la juventud. Era un hombre cansado; seguramente, demasiado cansado para emprender una nueva vida ni hacer más que añorar la vida pasada, que le había resultado tan firme y provechosa.
No había visto embarcarse a nadie que él conociese. Marchó a su camarote a través de unos pasillos carcelarios, pero por muy alegre que fuese el cubrecama de cretona, por hermosas que fueran las flores artificiales que le habían puesto y por muy bien barnizado que estuviera el armario, no era un lugar adecuado para vivir en él. Apenas cabía en tan reducido espacio. Y es que su impaciencia le hacía moverse demasiado. No creía poder aguantar allí hasta que el barco le depositara en la otra orilla al cabo de seis días.
Ya sabía lo que todos los exiliados —antes y después de Dante — han de aprender, quiéranlo o no: que en el mundo entero no hay más que unas pocas calles donde le dejen a uno vivir a gusto, y que si confesamos a un desconocido: «Me he decidido a explorar, conquistar y colonizar mi propia alma», bostezará y nos dirá: « ¿Ah, sí? Pero ¿por qué tiene usted que hacerlo precisamente aquí?»

Fragmento de la novela Este inmenso mundo, de Sinclair Lewis, nacido el 7 de febrero de 1885.
El 7 de febrero de 1478 nacía Thomas More
El 7 de febrero de 1812 nacía Charles Dickens
El 7 de febrero de 2003 fallecía Augusto Monterroso

martes, febrero 06, 2007

Jorge Guillén

Llegó la sangre al río.
Todos los ríos eran una sangre,

Y por las carreteras

De soleado polvo

—O de luna olivácea—

Corría en río sangre ya fangosa

Y en las alcantarillas invisibles
El sangriento caudal era humillado
Por las heces de todos.

Entre las sangres todos siempre juntos,

Juntos formaban una red de miedo.

También demacra el miedo al que asesina,

Y el aterrado rostro palidece,
Frente a la cal de la pared postrera,

Como el semblante de quien es tan puro
Que mata.

Encrespándose en viento el crimen sopla.

Lo sienten las espigas de los trigos,

Lo barruntan los pájaros,
No deja respirar al transeúnte
Ni al todavía oculto,
No hay pecho que no ahogue:

Blanco posible de posible bala.


Innúmeros, los muertos,
Crujen triunfantes odios
De los aún, aún supervivientes.
A través de las llamas
Se ven fulgir quimeras,

Y hacia un mortal vacío

Clamando van dolores tras dolores.

Convencidos, solemnes si son jueces

Según terror con cara de justicia,
En baraúnda de misión y crimen
Se arrojan muchos a la gran hoguera
Que aviva con tal saña el mismo viento,
Y arde por fin el viento bajo un humo
Sin sentido quizá para las nubes.

¿Sin sentido? Jamás.


No es absurdo jamás horror tan grave.

Por entre los vaivenes de sucesos

—Abnegados, sublimes, tenebrosos,
Feroces—
La crisis vocifera su palabra
De mentira o verdad,

Y su ruta va abriéndose la Historia,

Allí mayor, hacia el futuro ignoto,

Que aguardan la esperanza, la conciencia
De tantas, tantas vidas.

La sangre al río, poema de Jorge Guillén, fallecido el 6 de febrero de 1984.
El 6 de febrero de 1916 fallecía Rubén Darío
El 6 de febrero de 1955 nacía Carlos Barbarito
El 6 de febrero de 1991 fallecía María Zambrano

lunes, febrero 05, 2007

William Burroughs

Conozco un trafiqueta que se pasea tarareando una canción y todo el que pasa por su lado se queda con ella. Es tan gris y espectral y anónimo que no le ven y creen que son ellos mismos los que tararean. Y los clientes se acercan al compás de Sonrisas o Tengo ganas de enamorarme o Dicen que somos demasiado jóvenes para amarnos, o la canción que toque ese día. Hay veces que se ven hasta cincuenta yonquis desastrados que sueltan chillidos enfermos, trotando detrás de un chico que toca la armónica, y allí está su Hombre, sentado en un bastón-asiento echando pan a los cisnes, un travestí gordo paseando su afgano por la calle Cincuenta Este, un borracho viejo meando contra una columna del Elevado, un estudiante judío extremista repartiendo panfletos en Washington Square, un ingeniero de montes, un exterminador, un publicitario marica en Nedick's que trata de tú al barman. La red mundial de los yonquis, tendida sobre un cable de lefa rancia, anudada en habitaciones amuebladas, estremecida en las mañanas enfermas sin droga. (Los hombres del viejo Pete aspiran el humo negro en la trastienda de la lavandería china y el Melancólico muere de una sobredosis de tiempo o de un corte de respiración en el pavo frío.) En Yemen, París, Nueva Orleans, México y Estambul; tiemblan bajo los martillos neumáticos y las excavadoras, se lanzan unos a otros maldiciones drogadas que los demás no oímos, y el Hombre pasa asomado a una apisonadora y yo recojo lo mío en un cubo de alquitrán. (Nota: Estambul, especialmente los barrios miserables de la droga, está siendo derribado y reconstruido. En Estambul hay más yonquis de heroína que en Nueva York.) Los vivos y los muertos, los enfermos de mono o los pasados, colgados o descolgados o vueltos a colgar, todos acuden al rayo luminoso de la droga y el Contacto se toma un chop-suey en la calle Dolores de México D. F., o moja bizcochos en el autoservicio, es perseguido en Exchange Place de Nueva Orleans por la gente del Grupo Especial.
El viejo Chino echa agua del río en una lata oxidada y lava un trozo de yen pox duro y negro como un tizón. (Nota: yen es opio, en chino; yen pox es la ceniza del opio ya fumado.)

Fragmento de El almuerzo desnudo, de William S. Burroughs, nacido el 5 de febrero de 1914.
Edición de enero en Almiar y Literatuya

domingo, febrero 04, 2007

Patricia Highsmith

Ralph Carpenter acudía a ver a Lola a las tres de la tarde del domingo, y se marchaba a las cuatro, se marchaba seguro, porque tenía que coger un tren a las cuatro y media, había dicho Lola. Claude iría a casa de Lola a las cuatro y diez; la mataría con la estatua del gato o con cualquier otra cosa pesada que se le pusiera a mano, abandonaría el apartamento, y la doncella de Lola llegaría a las cinco y encontraría el cuerpo. Las huellas de Ralph estarían por todas partes: en los vasos o copas, en las botellas, en el encendedor de Lola. Ralph pertenecía al tipo inquieto que va de un lado para otro tocándolo todo. Lo único que Claude tenía intención de limpiar meticulosamente era la estatua del gato, lo cual sería exactamente lo que haría un joven atolondrado como Ralph: limpiar el arma y dejar sus huellas por todo lo demás. El resfriado del que Lola se había quejado a Claude el jueves por la tarde en el teatro se había puesto peor a la mañana siguiente, y Lola dijo que iba a quedarse en casa todo el fin de semana y no ver a nadie excepto a Ralph, que aparecería a las tres del domingo. De pronto se le ocurrió a Claude —como uno de esos destellos de intuición que acostumbraban a llegarle después de horas de fútil meditación para resolver algún problema en su actuación— que Ralph Carpenter era exactamente la persona sobre quien cargar el asesinato.

Fragmento del relato No puedes confiar en nadie, de Patricia Highsmith, fallecida el 4 de febrero de 1995.
El 4 de febrero de 1893 fallecía Concepción Arenal
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sábado, febrero 03, 2007

Paul Auster

Estamos a tres de febrero de 1947. Lo que Azul no sabe, claro está, es que el caso durará años. Pero el presente no es menos oscuro que el pasado y su misterio es igual a cualquier cosa que nos reserva el futuro. Así es el mundo: un paso después de otro, una palabra y luego la siguiente. Hay ciertas cosas que Azul no puede saber en este momento. Porque el conocimiento llega despacio, y cuando llega, a menudo hay que pagar un alto precio personal.
Blanco sale de la oficina y un momento más tarde Azul coge el teléfono y llama a la futura señora Azul. Voy a esconderme, le dice a su novia. No te preocupes si estoy una temporadita sin llamarte. Estaré pensando en ti todo el tiempo.
Azul coge una pequeña bolsa gris de un estante y mete en ella su treinta y ocho, unos prismáticos, un cuaderno y otras herramientas del oficio. Luego arregla su mesa, pone en orden sus papeles y cierra la puerta con llave. Desde allí va directamente al apartamento que Blanco ha alquilado para él. La dirección no importa. Pero digamos que está en Brooklyn Heights, por bien de la trama. Una calle tranquila, poco transitada, no lejos del puente, la calle Naranja, quizá. Walt Whithman compuso a mano la primera edición de Hojas de hierba en esa calle en 1855 y fue ahí donde Henry Warb Beecher lanzó vituperios contra la esclavitud desde el púlpito de su iglesia de ladrillo rojo. Bueno, ya está bien de color local.
Es un pequeño estudio en el tercer piso de una casa de cuatro plantas de piedra parda. Azul se alegra al ver que está completamente amueblado, y mientras se mueve por la habitación examinando los muebles, descubre que todo lo que hay allí es nuevo: la cama, la mesa, la silla, la alfombra, las sábanas, los utensilios de cocina, todo. Hay un juego completo de ropa colgado en el armario, y Azul, preguntándose si la ropa es para él, se la prueba y ve que le sienta bien.

Fragmento de Fantasmas (Trilogía de Nueva York), de Paul Auster, nacido en Newark el 3 de febrero de 1947.
El 3 de febrero de 1901 nacía Ramón J Sender
El 3 de febrero de 1948 nacía Henning Mankell

viernes, febrero 02, 2007

Ayn Rand

Se torturaba por cosas insólitas: por la calle donde él vivía; por el umbral de la puerta de su casa; por los automóviles que doblaban la esquina de su calle; éstos, en especial, la molestaban; deseaba poder desviarlos por la calle próxima. Contemplaba el cubo de la basura de la casa vecina y se preguntaba si estaría allí en el momento en que él se había marchado a la oficina aquella mañana: si él habría mirado el arrugado estuche de cigarrillos que estaba encima. Una vez, en el vestíbulo de la casa, vio a un hombre que salía del ascensor. Se sintió ofendida, durante un segundo, porque siempre había tenido la sensación de que él era el único habitante de la casa. Cuando subía en el pequeño ascensor automático, se apoyaba en la pared, con los brazos cruzados y con las manos abrazándose los hombros; se sentía recogida e íntima, como bajo una ducha caliente.

Fragmento de la novela El manantial, de Ayn Rand, nacida el 2 de febrero de 1905.
El 2 de febrero de 1882 nacía James Joyce
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jueves, febrero 01, 2007

José Luis Sampedro

Hacia el mediodía hortelanos y mercaderes van recogiendo sus puestos. Los olores acres o dulces, fermentados o aromáticos, se avivan al remover los géneros: habas, lentejas, ahumados peces del delta, vísceras y carnes, pequeños higos de sicomoro junto a los más jugosos de la higuera, dátiles, pistachos, caracoles, miel de abejas salvajes cogida en los oasis nubios, sésamo, ajos y tantos otros artículos no comestibles: pelo cabrío, lino, cueros, herramientas, leña, carbón, aperos, sandalias y sombreros de papiro. La plaza se vacía pero en las callejuelas adyacentes permanecen abiertas tiendecillas con mercancías más selectas: desde las sedas y transparentes linos para plisar hasta la orfebrería, pasando por los amuletos y los perfumes, la plata y el lapislázuli del Sinaí, el ámbar importado y los cosméticos, las pelucas para hombre o mujer y los cinturones de última moda. Por una de esas vías, la que baja desde el otero coronado por el muy famoso templo de Serapis, desciende un jinete montado en un asno cuya alzada y lustroso pelo demuestran la calidad del personaje: un hombre maduro de tez clara, ojillos astutos y labios delgados que, de vez en cuando, comprueba la correcta colocación de su negra peluca. Un esclavo abre paso a la cabalgadura y otro camina al lado llevando el bastón y las sandalias de su señor; tres porteadores caminan detrás, con los fardos de géneros adquiridos en el mercado.
La sonrisa del jinete delata gratos pensamientos. Ciertamente, las palabras oídas en el templo no han podido ser más prometedoras, disipando sus temores de que el nuevo Padre de los Misterios no le dispensara la misma protección que el anterior, recientemente fallecido. La comunidad sacerdotal piensa a largo plazo y no ha alterado los planes previstos en defensa de los divinos intereses; ni tampoco ha olvidado los servicios prestados por el jinete desde que era un joven escriba en el santuario.

Fragmento de La vieja sirena, de José Luis Sampedro, nacido en Barcelona el 1 de febrero de 1917.
El 1 de febrero de 1851 fallecía Mary Wollstonecraft Shelley
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