Cerca de allí, sobre la arena de la orilla, yacía un seto derribado. Me senté en él y quise fumar, pero, al meter la mano en el bolsillo derecho de la enguatada chaqueta, comprobé con gran pena que la cajetilla de "Bielomor" estaba toda empapada. Durante la travesía, una ola había barrido la cubierta de la baja barquilla, hundiéndome en agua turbia hasta la cintura. En aquellos instantes yo no estaba para pensar en los cigarrillos, pues hubo que soltar el remo y sacar el agua con la mayor rapidez posible, para que la lancha no zozobrara, y ahora, lamentando amargamente mi imprevisión, extraje del bolsillo con cuidado la cajetilla reblandecida, me puse en cuclillas y empecé a colocar sobre el seto, uno tras otro, los mojados y pardos cigarrillos.
Era mediodía. El sol picaba como en mayo. Yo confiaba que los cigarrillos se secarían pronto. Los rayos solares calentaban tanto, que me arrepentí de haberme puesto para el viaje los acolchados pantalones y la enguatada chaqueta de soldado. Era aquel el primer día verdaderamente tibio después del invierno. Constituía un placer estar sentado en el seto, sumido por entero en la soledad y el silencio, quitarse el gorro de orejeras, también de soldado, secar al vientecillo los cabellos, empapados después del penoso bogar, y, sin pensar en nada, seguir el movimiento de las nubes que se deslizaban blancas, henchidas, por el azul pálido del cielo.
Fragmento de la narración El destino de un hombre, de Mikhail Sholokhov, fallecido el 21 de febrero de 1984.
El 21 de febrero de 1903 nacía Anaïs Nin
Comentarios
No hay comentarios:
Publicar un comentario