Se detuvo y alzó los ojos. En el techo había dos hileras de luces apagadas, y el cielo raso estaba dividido en grandes cuadrados profundos, decorados con mosaicos hindúes, al parecer. La luz del día entraba por las ventanas polvorientas, y unas motas grises quedaban suspendidas en los rayos de sol.
Observó las largas mesas de madera y las hileras de sillas. Todo estaba en su sitio. El último día, pensó, alguna bibliotecaria solterona había recorrido la sala colocando las sillas en el lugar correspondiente, con una laboriosa precisión.
Se imaginó a la mujer que había muerto solitaria para volver, quizá, condenada a terribles vagabundeos, y sacudió la cabeza. Basta, se dijo, no hay tiempo para divagaciones románticas.
Pasó ante otros libros hasta que llegó a Medicina. Esta era la sección que le interesaba. Miró los títulos y encontró libros sobre higiene, fisiología (general y especial), terapéutica. Un poco más allá, bacteriología.
Sacó cinco obras de fisiología general y varios libros que trataban temas relacionados con la sangre y los dejó sobre una mesa. ¿Le interesaban también algunos textos sobre la bacteriología? Durante un rato miró indeciso los títulos.
Al fin se encogió de hombros. Bueno, ¿en qué se diferenciaban? Sacó varias obras al azar y las añadió al montón. Tenía nueve libros, suficientes para empezar. Podía volver en cualquier momento. Cuando salía de la sala miró el reloj sobre la puerta. Las manecillas rojas se habían parado a las siete y veinticinco. Neville se preguntó qué día se habrían detenido.
Fragmento de la novela Soy leyenda, de Richard Matheson, nacido el 20 de febrero de 1926.
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