lunes, octubre 30, 2006

Pío Baroja

En el peligro y en las situaciones graves, a pesar de la cobardía extraordinaria del ex prestamista, no le abandonaba nunca su ingenio; el soltar una gracia constituía para él una necesidad y, probablemente, empalado, con la soga al cuello o en las gradas del patíbulo, temblando de miedo, hubiera tenido que decir, entre castañeteos de dientes y convulsiones, alguna cosa chusca.
Reñía con todo aquel a quien no necesitaba por cosas fútiles; vociferaba en los tranvías y teatros con cobradores y acomodadores; levantaba el bastón a los golfos; trataba desdeñosamente a todo el mundo; hacía proposiciones indecorosas a las mujeres delante de sus maridos o de sus padres, y, a pesar de esto, no recibía más que raras veces las bofetadas o palos que otro cualquiera en su lugar recibiera.
Vanidoso y petulante, él mismo se reía de su petulancia. Cambiaba la sonrisa en gesto amenazador; y el gesto amenazador, en sonrisa; a veces sentía cierta especie rara y cómica de pudor y se ruborizaba; pero no se desconcertaba nunca.
El ex prestamista, a pesar de que su tipo no era nada agradable, tenia grandes éxitos con las mujeres. Se dedicaba a la ancianidad. Su táctica era rapidísima y expedita: a la primera semana ya pedía dinero.

Fragmento de la novela Mala hierba, de Pío Baroja, fallecido el 30 de octubre de 1956.
El 30 de octubre de 1910 nacía Miguel Hernández
El 30 de octubre de 1871 nacía Paul Valéry
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sábado, octubre 28, 2006

Valle-Inclán

El Congal, con luminarias de verbena, juntaba en el patio mitote de naipe, aguardiente y buñuelo. Tenía el naipe al salir un interés fatigado: Menguaban las puestas, se encogían sobre el tapete, bajo el reflejo amarillo del candil, al aire contrario del naipe. Viendo el dinero tan receloso, para darle ánimo, trajo aguardiente de caña y chicha la Taracena. Nacho Veguillas, muy festejado, a medio vestir, suelto el chaleco, un tirante por rabo, saltaba mimando el dúo del sapo y la rana. La música clásica, que, cuando esparcía su ánimo sombrío, gustaba de oír Tirano Banderas. Nachito, con una lágrima de artista ambulante, recibía las felicitaciones, estrechaba las manos, se tambaleaba en épicos abrazos. El Doctor Polaco, celoso de aquellos triunfos, en un corro de niñas, disertaba, accionando con el libro de los naipes abierto en abanico. Atentas las manflotas, cerraban un círculo de ojeras y lazos, con meloso cuchicheo tropical. La chamaca fúnebre pasaba la bandejilla del petitorio, estirando el triste descote, mustia y resignada, horrible en su corpiño de muselinas azules, lívidos lujos de hambre.

Fragmento de la novela Tirano Banderas, de Ramón María del Valle-Inclán, nacido en Villanueva de Arosa (Pontevedra) el 28 de octubre de 1866.
El 28 de octubre de 1903 nacía Evelyn Waugh
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viernes, octubre 27, 2006

Sylvia Plath

Soy acusada. Sueño matanzas.
Soy un jardín de agonías negras y rojas.
Las bebo.
Me odian, rencorosas y espantadas.
Y ahora el mundo concibe
su fin y se abalanza hacia ella,
los brazos tendidos,
llenos de amor.
Es un amor de la muerte,
que todo envenena.
Un sol muerto destiñe el periódico.
Se torna rojo.
Pierdo vida tras vida. La tierra negra las bebe.

Ella es el vampiro de todas nosotras.
Nos mantiene.
Nos ceba, es buena.
Su boca es roja.
La conozco, la conozco íntimamente.
Vieja mendiga, escarchada y estéril, vieja
bomba de tiempo.
Los hombres la engañaron.
Ella se los tragará.
Los tragará, los tragará, sí, los tragará.
El sol ya se tendió. Yo muero.
Forjo una muerte.

Poema de la obra en verso Tres mujeres, de Sylvia Plath, nacida en Boston el 27 de octubre de 1932.
El 27 de octubre de 1914 nacía Dylan Thomas

jueves, octubre 26, 2006

Nikos Kazantzakis

El aire se había adensado, se había vuelto inquietante; ascendían tufaradas tibias de animales, de hombres y de duendes, así como un olor acre a pan recién sacado del horno, a amargo sudor humano y al aceite de laurel con que las mujeres se untan la cabellera.
Se olía, se sentía, se adivinaba, pero nada se veía. Poco a poco los ojos se habituaban a la oscuridad; distinguíanse ahora datileras que ascendían como chorros de agua, un ciprés de tronco recto y austero, más oscuro que la noche, olivos de follaje ralo que el viento agitaba y que centelleaban como plata en la oscuridad; y sobre una loma verdeante, ya formando grupos, ya aisladas, veíanse miserables casuchas cuadradas, hechas de noche, de barro y de ladrillos, y completamente encaladas. A causa del olor a piel mugrienta, adivinábase que en las terrazas dormían cuerpos humanos, cubiertos con sábanas o descubiertos.
El silencio había desaparecido. La feliz noche, solitaria, se llenó de angustia. Enredábanse pies y manos de hombres que no hallaban reposo, los pechos suspiraban, gritos aislados de mil gargantas luchaban por reunirse, desesperados, obstinados, en el abismo mudo habitado por Dios. Esforzábanse por saber qué ansiaban gritar y se separaban para perderse en delirios incoherentes.

Fragmento de la novela La última tentación, de Nikos Kazantzakis, fallecido el 26 de octubre de 1957.
El 26 de octubre de 1900 nacía Karin Boye
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miércoles, octubre 25, 2006

Lord Dunsany

En qué momento, no lo sé, percibo que la noche ha sido irremediablemente destronada. Repentinamente, la cansina palidez de las lámparas me revela que las calles están silenciosas y nocturnamente tranquilas, no porque haya alguna fuerza particular en la noche, sino porque los hombres no se han levantado aún del sueño para desafiarla. Del mismo modo, he visto guardias abatidos y desaliñados en portales palaciegos, quienes aún portan armaduras antiguas aunque los reinos de la monarquía que guardan se hayan encogido a una sola provincia, que ningún enemigo se ha preocupado de invadir.
Y ya se manifiesta, por el aspecto de las luces de la calle, vergonzosamente dependientes de la noche, que los picos de las montañas inglesas ya han visto el amanecer, que las cimas de Dover se yerguen blancas en la mañana y que la niebla marina se ha levantado y se derrama tierra adentro.

Y ahora han llegado varios hombres con un caballo y están mojando las calles.

¡Mirad! la noche ha muerto.

¡Qué recuerdos, qué fantasías llenan nuestra mente! Una noche más ya ha sido recogida por las hostiles manos del Tiempo. Un millón de cosas artificiales cubiertas, durante un momento, en el misterio; como mendigos vestidos de púrpura sentados sobre tronos terribles.


Fragmento de la narración Bethmoora, de Lord Dunsany, fallecido el 25 de octubre 1957.
El 25 de octubre de 1938 fallecía Alfonsina Storni
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lunes, octubre 23, 2006

Théophile Gautier

Sólo veo al pasar por las Landas desiertas,
un Sahara francés, mar de arena muy blanca,
entre hierbas resecas y verdosos charcales,
estos pinos que llevan una herida en su flanco,
pues, queriendo sus lágrimas de resina robarle,
ese avaro verdugo de las cosas, el hombre,
que no sabe vivir más que a costa del crimen,
en su tronco doliente abre un surco profundo.

Sin llorar por su sangre gota a gota vertida,
da su bálsamo el pino con la savia que hierve,
y le vemos erguido cual si fuera un soldado
que aunque herido quisiera ver la muerte de pie.

El poeta es lo mismo en las landas del mundo;
si no tiene una herida su tesoro conserva.
Necesita llevar en el pecho una muesca
para darnos sus versos como lágrimas de oro.

El pino de las landas, poema de Théophile Gautier, fallecido el 23 de octubre de 1872.

La muerta enamorada, relato de Théophile Gautier en Wikisource
El 23 en Octubre el año 1992 fallecía Humberto Díaz Casanueva
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sábado, octubre 21, 2006

Samuel Taylor Coleridge

Alrededor, alrededor, con empeño y desorden
los fuegos de la Muerte danzaban por la noche;
el agua, semejante a los ungüentos de una bruja,
ardía de verde y de azul y de blanco.

Y algunos en sueños fueron advertidos
acerca del Espíritu que así nos atormentaba:
a nueve brazas de profundidad nos había seguido
desde la Tierra de la Bruma y la Nieve.

Y cada lengua por la total falta de agua
se había agostado desde la raíz;
no podíamos hablar mejor que si
estuviésemos atragantados con hollín.

Fragmento de la Rima del anciano marinero, de Samuel Taylor Coleridge, nacido el 21 de octubre de 1772.

El 21 de octubre de 1886 fallecía José Hernández

viernes, octubre 20, 2006

Arthur Rimbaud

¡Otoño ya! — Pero ¿por qué añorar un eterno sol, estando comprometidos en el descubrimiento de la claridad divina, — lejos de las gentes que mueren con las estaciones?
Otoño. Nuestra barca alzada en las brumas inmóviles gira hacia el puerto de la miseria, la ciudad enorme con el cielo manchado de fuego y de lodo. ¡Ah! ¡Los harapos podridos, el pan empapado de lluvia, la embriaguez, los mil amores que me crucificaron! ¡Nunca, pues, se acabará esta vampira reina de millones de almas y de cuerpos muertos y que han de ser juzgados! Me veo de nuevo con la piel roída por el fango y la peste, llenos de gusanos el pelo y las axilas y con gusanos todavía más gruesos en el corazón, tumbado entre los desconocidos sin edad, sin sentimientos... Habría podido morir allí... ¡Horrorosa evocación! Abomino de la miseria.

Fragmento de Una temporada en el infierno, de Arthur Rimbaud, nacido el 20 de octubre de 1854.

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jueves, octubre 19, 2006

Miguel Ángel Asturias

Pero el hombre que se vuelve pueblo ruge como el mar y ése era el rugido que se oía en el caracol de la ciudad y que no escuchaban las gentes vestidas de carnaval que bailaban danzas extranjeras, paseaban en automóviles adornados y carruajes de flamantes caballos, soltaban globos desde sus patios o con el horror del populacho se aposentaban en los balcones que daban a la calle a mostrar dentaduras postizas reidoras, satisfechos de la fiesta y de sus personas que al cambiar los tiempos habían pasado del privilegio pretérito al bienestar dineroso. Ninguna alteración del orden, todo a compás. Ningún indicio de lucha, todo juglar, brillante. Color de fruta, las bandas de mensajeros que en sustitución de los que se desplomaban de fatiga, ocupados los lugares estratégicos, correteaban de un punto a otro llevando la consigna de sembrar la confusión entre los que eran y no eran autoridades, en el momento en que aparecieron en los lugares más visibles de la ciudad jefes militares, policías, magistrados, religiosos, forenses disfrazados en forma tan perfecta que se les pudiera tomar por auténticos, dudando de los que en verdad llenaban dichas funciones sólo porque tenían el vestido.
Un torrente de enmascarados arrancó de su casa a Tizonelli, asalto y captura que el italiano, sorprendido por las voces, las risas, los pitos, y matracas, tuvo por broma hasta que se vio fuera de su casa conducido casi en vilo a un jeep que arrancó velozmente.


Fragmento de Torotumbo, de Miguel Ángel Asturias, nacido el 19 de octubre de 1899.
El 19 de octubre de 1745 fallecía Jonathan Swift
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miércoles, octubre 18, 2006

Manuel Vázquez Montalbán

No era ella. Tal vez hubiera ido hacia el norte en busca de su ciudad o quizá hacia el sur, hacia el puerto para ensimismarse en las aguas y el trajín de las golondrinas hacia el rompeolas. Carvalho fue hacia el sur a largas zancadas con los brazos subrayando el esfuerzo del cuerpo y los ojos vigilantes, repitiéndose mentalmente que era un imbécil. Se lanzó a la calzada rodeante del monumento a Colón entre miradas aviesas y algún insulto de los automovilistas. La Puerta de la Paz aparecía despoblada por la primavera fría aunque el sol calentaba a algunos ancianos en los bancos, y los fotógrafos ambulantes perseguían con su salmodia a los escasos turistas desganados.
Junto a la garita donde vendían los tickets para las golondrinas, yacía una desastrada y sucia muchacha con niño mamante y semidormido. Un cartón a su lado contaba la historia de un marido canceroso y de una situación de extrema necesidad que exigía la limosna del paseante. Pedigüeños, parados, seguidores del Niño Jesús y de la santísima madre que lo parió. La ciudad parecía inundada de fugitivos de todo y de todos. Pasó lenta una barca, abriendo estelas pesadas en las aguas grasientas, Carvalho se quedó embobado contemplando la dignidad de un viejo jubilado con chaqueta demasiado grande, pantalón demasiado pequeño y un sombrero de fieltro tan hondo como el de un policía montado del Canadá. Uno de esos viejos pulcros que avanzan con decisión terrible hacia una sepultura pagada durante cuarenta años, primer domingo de mes a primer domingo de mes.
¿Quién llama? Di, ¿se ahorca a un inocente en esta casa? Aquí se ahorca simplemente. ¿Dónde había leído esto? ¿Quién es? El seguro de entierro. ¿Quién es? Los muertos. ¡Ah, bueno! ¿Para qué buscar a Jésica? ¿Qué responsabilidad tengo sobre ella? Se tirará a quince tíos en un mes y volverá a centrarse. Desanduvo lo andado en retorno a su despacho, pero aún buscaba con los ojos la posibilidad de Yes Rambla arriba.

Fragmento de la novela Los mares del Sur, de Manuel Vázquez Montalbán, fallecido el 18 de octubre de 2003.
El 18 de octubre de 1984 fallecía Henri Michaux
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martes, octubre 17, 2006

Miguel Delibes

Morir no es malo para el que muere, pensé; es tremendo para el que queda navegando por la estela que el otro trazó, desbrozando, soportando una vida larga, fofa, despojada del menor aliciente... Imaginé sería inferior mi zozobra si mi amigo hubiese volado íntegro a regiones superiores, si el gran viaje lo hubiera emprendido con el alma y el cuerpo en amigable armonía. Mas el hecho de haber velado su cuerpo inerte, de saber que sus restos secos descansaban al amparo de una piedra de granito, me desequilibraba hasta hacerme sentir palpablemente que mi cuerpo flotaba ingrávido en el espacio y daba vueltas a la esfera del mundo como un extraño e incansable satélite.
La conformación de la vida externa que en aquellos días asumió la casa de mi maestro me prestó muy poca ayuda para desprenderme de este sentimiento inaudito de soledad. La muerte transformó toda la casa de don Mateo de una manera sensible. Era como si su vitalidad se hubiese levantado ahora cimentada sobre el muro vacilante, suave como el crujir de la seda, en el que se condensara nuestra inquietud durante la enfermedad de Alfredo. Algo de este susurro vacilante se había pegado a nuestras vidas de modo impremeditado, pero profundo. Cesó de oírse la cajita de música después de las comidas; se extinguió la euforia bullanguera de Fany, el optimismo de Estefanía, la locuacidad mutilada de la pequeña Martina. Dejaron de ser los festines de los peces un festejo colectivo y comentado para quedar resumido a la mera satisfacción de una necesidad fisiológica. Perdieron sus tonalidades las cosas, los muebles y las paredes; desapareció, en fin, el reflejo de una amistad férvida y joven, tiñendo el fondo de aquella casa, de por sí austero.
La sombra de la muerte aún duraba, agarrándose a la superficie de las cosas.

Fragmento de La sombra del ciprés es alargada, de Miguel Delibes, nacido en Valladolid el 17 de octubre de 1920.
El 17 de octubre de 1915 nacía Arthur Miller
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domingo, octubre 15, 2006

Agustín García Calvo

Así que en la lengua no manda nadie, más que el pueblo, que no es nadie, y que para mandar en ella (en su repertorio de fonemas, en sus reglas de prosodia o de sintaxis) es preciso que, como una especie de senado subconsciente, no sepa lo que hace ni quiera hacerlo: al revés de los manejos políticos o culturales, a los que es inherente la pretensión al menos de que se sabe y se quiere hacer lo que se hace, como se ve también en el hecho de que se habla de ello, en los discursos de las Cámaras Altas y Bajas, en los artículos de críticos de Arte o entrevistas con artistas. Pero de la lengua no se habla (es ella la que habla de las otras cosas), si no es por pura equivocación y pedantería. No hay Poderes constituidos, no hay Individuos geniales, no hay Academias de la Lengua que puedan disponer ni cambiar nada en el cuerpo esencial del aparato de la lengua, ni inventar ni suprimir un solo fonema, ni mudar una regla de acentuación de las palabras, ni dictar una ley de construcción de sintagmas determinativos ni modificar por decreto la función de los mostrativos o de los cuantificadores que haya en el sistema de una lengua.
Y sin embargo, es error inherente a las almas de los cultos y poderosos el desconocer esa evidencia y el creer que sí que se le pueden, desde arriba, dictar normas a la lengua, creencia en la que arrastran de ordinario al vulgo semiculto, que para eso tiene la costumbre de prestar fe a las Autoridades. Es a esa intervención inoportuna de la conciencia y voluntad en los mecanismos de la lengua a lo que aquí denomino con el término técnico y preciso de pedantería.

Fragmento del artículo De lengua, pueblo y pedantes, de Agustín García Calvo, nacido en Zamora el 15 de octubre de 1926.
El 15 de octubre de 1923 nacía Italo Calvino
El 15 de octubre de 1926 nacía Michel Foucault
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sábado, octubre 14, 2006

Katherine Mansfield

Dos veces había encontrado su camino hacia la gran verja que habían cruzado la noche anterior y había vuelto para remontar la avenida que conducía a la casa; pero ¡había tantos caminitos por todos lados! Estos caminos conducían todos a una maraña de árboles elevados y de matorrales extraños, de hojas planas de terciopelo y de flores crema, ligeras como plumas, donde zumbaban las moscas cuando se les sacudían. Había un lado terrorífico que no se parecía nada a un jardín con sus senderitos húmedos y arcillosos, atravesados por raíces de árboles parecidos a patas de grandes aves.
Por el otro lado, había una linde de boj muy alto y todos los senderos estaban también bordeados de boj, se hundían en una maraña de flores cada vez más profunda. Las camelias estaban en flor, blancas y carmesíes, rosas y blancas, estriadas con brillantes hojas. No se veían hojas en los arbustos de celinda; tantos racimos blancos tenían. Las rosas estaban abiertas; rosas pequeñas, blancas, para poner en el ojal, pero demasiado llenas de insectos para ponerlas bajo la nariz de cualquiera; rosas rosadas, perennes, con un cerco de pétalos sembrados alrededor de una mazorca; rosas dobles sobre gruesos tallos, rosas musgosas siempre en capullo; rosaleda espléndida, entrelazada ramo a ramo, de un rojo tan oscuro que parecía, al caer, convertirse en negro y una especie color crema, encantadora, de fino tallo y hojas brillantes, escarlata, había grupos de campanillas de hadas y toda suerte de geranios, un macizo de pelargonium con ojos de terciopelo y follaje de alas de mariposa nocturna.

Fragmento de la novela Preludio, de Katherine Mansfield, nacida el 14 de octubre de 1888.
El 14 de octubre de 1894 nacía Edward Estlin Cummings
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viernes, octubre 13, 2006

Julia Otxoa

Realmente aquel hombre se obstinaba en no querer entender, mientras enfurecido me daba puntapiés en las costillas y riñones, me insultaba y me perseguía por toda la casa, incapaz de soportar la idea de esposo abandonado.
Yo no me defendía, sabía perfectamente que hubiera podido cortarle la yugular con la velocidad de un rayo, pero en el fondo me daba lástima, ya que en cuanto se cansara y dejara de golpearme, yo también me iría dejándole totalmente solo.
Porque ningún perro de mi categoría soportaría vivir con un dueño que no le permite contemplar escondido tras las cortinas del dormitorio, como su mujer se desnuda todas las noches.

Cuestión de orgullo, texto de Julia Otxoa, correspondiente a su último y reciente libro Un extraño envío
(Menoscuarto ediciones. Prólogo de José María Merino)

Ya en la red el nº de octubre de la revista Ave Viajera
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jueves, octubre 12, 2006

Letralia 150

El nº 150 de LETRALIA, TIERRA DE LETRAS ya está en la red, con los siguientes artículos:
- Orhan Pamuk gana el premio Nobel de Literatura
- Medellín en Estocolmo
-
En marzo concluirán el Centro José Hierro
- Organizan encuentro literario en Cajamarca
- Bolaño escribió los dos mejores libros de la década
y otros muchos artículos, ensayos, relatos, poemas, entrevistas y noticias en las distintas secciones.

El 12 de octubre de 1972 fallecía Alvaro Cepeda Samudio
El 12 de octubre de 1924 fallecía Anatole France
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miércoles, octubre 11, 2006

Luis Durand

Angol, la tierra sureña donde comenzaba a producirse uva de la más excelente calidad, era la patria de los árboles. Árboles, árboles, árboles por todas partes. En la calle, en el interior de las casas, en las húmedas quebradas de terciopelo, por donde se escurre el hilo brillante de un estero. Maduran allí las castañas, las nueces y las paltas. Es la tierra edénica y limpia. En sus calles no se ve jamás que el barro ensucie los zapatos de las gentes. Llueve. Llueve días y semanas y cuando el sol encaramado sobre unas nubes de armiño encumbra sus rayos desde la alta bóveda de un cielo azul, la tierra está enjuta, brillante, aromada por una especie de hálito nupcial. El aire es transparente y los cerros muestran a lo lejos sus jorobas azules, renegridas casi. Bajo dos y tres inmensos arcoiris, el campo está rejuvenecido. Los árboles brillan como si los hubieran barnizado; los esteros se deslizan ondulando en cabelleras transparentes, que hacen recordar los ojos claros y la tez de flor de las mujeres nórdicas.
Angol en esos días era el emporio de la Frontera. A la ciudad de los árboles, de las flores y de las frutas, llegaban los norteños trayendo sus mercaderías, sus vicios, y los adelantos que el país había alcanzado en el norte. Languidecían los minerales de las tierras atacameñas y entonces el hombre de Chile miraba hacia la Frontera, hacia la patria del indio, que estaba virgen, vestida de selvas opulentas, sus tierras optimas, donde crecían los pastizales alimentando a miles de chanchos bravos y vacunos caitas que no tenían dueño.

Fragmento de la novela Frontera, de Luis Durand, fallecido el 11 de octubre de 1954.
El 11 de octubre de 1963 fallecía Jean Cocteau
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martes, octubre 10, 2006

Antonio Di Benedetto

Más puntuales los sueños que los recuerdos, me visitaron para decirme que, por tercera vez, se cerraba el ciclo de los años de su ausencia.
Comencé a sentir el día como una carga, melancólica, dolorosa.
Debía esperar la noche para la conmemoración solitaria y el ritual sencillo de mi culto de amor.
En la mañana me ordenaron ir a una oficina pública que tiene, delante, un jardín de césped y una reja de barrotes finos. Mientras aguardaba el curso interno de unos papeles, me entretuve en caminar por el sendero enripiado.
Acompañada de una niñita con el asombro de la orfandad recién asomada al mundo, llegó una monja y, al pasar hacia el edificio, detuvo su mirada en mis ojos. Estuvimos cerca, el uno del otro, y pude percibir su bozo muy fino y un lunar pequeño, marrón claro, también sobre el labio. Ella era joven y no sé si su mirada removió mi tristeza o la nostalgia de aquel cariño que era como no tenerlo, porque nació a destiempo.

Cuando la monja se retiraba, y esto ocurrió en seguida, yo la miré intensamente. Ella me devolvió una mirada clara, limpia y lejana. Salió a la vereda, caminó a lo largo de la reja, pasó la calle y se alejó, sin volver nunca la cabeza.

En la noche caminé hacia la estación del ferrocarril.


Fragmento del relato No, de Antonio Di Benedetto, fallecido el 10 de octubre de 1986.
El 10 de octubre de 1913 nacía Claude Simon
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lunes, octubre 09, 2006

André Maurois

La idea misma del Destino es la que encuentro absurda y falsa. He vivido entre mahometanos y su fatalismo me ha curado el mío. Siento cierta timidez al exponer delante de usted ideas filosóficas; pero han sido sus lecciones las que me han hecho pensar un poco. Será indulgente... Le confesaré, pues, que habiendo reflexionado en mi alcazaba sobre estos problemas, me ha parecido que el determinismo materialista, forma moderna del destino, no es una verdad tan evidente como había creído. Sin duda, las leyes científicas son ciertas y en el interior de un sistema cerrado se puede prever lo que va a pasar; pero aplicar este principio al conjunto del Universo, admitir que lo que ocurrirá mañana está determinado desde hoy, es sobrepasar en mucho los resultados de la experiencia. Incluso es decidir contra ella, puesto que la voluntad humana constituye también un hecho de la experiencia. El porvenir no está escrito en el presente. Un espíritu perfecto que conociera todos los datos de una batalla, efectivos, número de cañones, transportes, estado del tiempo, no podría, sin embargo, prever el resultado. Es preciso, pues, no representarse a los hombres de acción como si avanzasen en medio de paisajes desconocidos, sino más bien como inclinados al borde de un oscuro abismo, donde se mueven las formas vagas y todavía inconsistentes del porvenir, formas que les corresponde esculpir si es que verdaderamente quieren.

Fragmento de Diálogos sobre el mando, de André Maurois, fallecido el 9 de octubre de 1967.
El 9 de octubre de 1970 fallecía Jean Giono
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domingo, octubre 08, 2006

José Cadalso

Al año tuve orden para volver a España, y entré en un país que era totalmente extraño para mí, aunque era mi patria. Lengua, costumbres, traje, todo era nuevo para un muchacho que había salido niño de España, y volvía a ella con todo el desenfreno de un francés, y toda la aspereza de un inglés. Aumentóse mucho esta mala disposición con la vista de miseria de nuestras posadas, caminos, etc. Llegué a Madrid, y al cabo de un mes no cabal de estar en compañía de mi padre, me dijo que por si me había relajado algo en costumbres, u religión, me convenía estar algún tiempo en el Seminario de Nobles de Madrid. Entré en él de dieciséis años muy cumplidos, después de haber andado media Europa, y haber gozado sobrada libertad en los principios de una juventud fogosa. Desde el mismo día empecé a tratar el modo de salir de aquella casa, que no se me podía figurar sino como cárcel. Pero mi padre era hombre tan metido en sí, que me era poco menos que imposible saber qué medio sería el más eficaz para este fin.

Fragmento de las Memorias, de José Cadalso, nacido en Cádiz el 8 de octubre de 1741.
El 8 de octubre de 1927 fallecía Ricardo Güiraldes
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sábado, octubre 07, 2006

Edgar Allan Poe

Por largo tiempo había estado yo en el hábito de hipnotizar a la persona en cuestión, -el Sr. Vankirk- y la usual susceptibilidad y exaltación aguda de la percepción hipnótica había sobrevenido. Por muchos meses él había estado trabajando bajo una tuberculosis confirmada, el efecto más inquietante de la cual había sido aliviado por mis manipulaciones; y en la noche del miércoles, decimoquinto del corriente mes, yo estaba emplazado junto a su cama.
El inválido estaba sufriendo un dolor agudo en la región del corazón, y respiraba con gran dificultad, presentando todos los síntomas típicos del asma. En espasmos como éstos generalmente había hallado alivio por la aplicación de mostaza en los centros nerviosos, pero ésta noche esto había sido intentado en vano.
Mientras entraba a su cuarto me saludó con una sonrisa alegre, y aunque evidentemente tenía mucho dolor corporal, parecía estar, mentalmente, bastante tranquilo.
"Lo mandé a buscar esta noche," dijo, "no tanto para atender a mi dolencia corporal, como para que me satisfaga sobre cierta impresión psíquica que, de tarde, me ha ocasionado mucha ansiedad y sorpresa. No necesito decirle cuán escéptico he sido hasta ahora en el tema de la inmortalidad del alma.

Fragmento del relato Revelación mesmérica, de Edgar Allan Poe, fallecido el 7 de octubre de 1849.
El 7 de octubre de 1888 nacía Benjamín Jarnés
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jueves, octubre 05, 2006

Pablo Mora

Nunca conoceremos lo desconocido. La última realidad nos será vedada. El uno exige el dos. La forma es el color. El paisaje sólo existe en la naturaleza. La ruptura proviene siempre de alguna huella del camino. Una línea, tres, bastan para hallarle el alma a alguna tarde, el aroma a un asombro o el gemido, la pena, a una nube. ¿Es preciso saber el nombre de los hombres? Oír al hombre basta. Su nombre dejémoselo al viento. Uno más engarzado en la alambrada, vibrando en el camino. Líneas, formas, articulaciones, andamiajes. Un cuadro llama al otro. Un asomo reta al otro. Una línea sigue en las otras. Un color flotando más allá del último horizonte. Línea a línea téjense los astros, brotan los contornos, los perfiles, los relámpagos. Dibujo tras dibujo, de mar en mar los frutos de la tierra tras el fuego. En regia fila las líneas, las planicies, hondonadas, muchedumbres; figuras, quiebres, caos, cosas. Isócrona geometría en onírica resonancia. Vestigios de insomnios, desfiles de enigmas, claridades, sombritudes. Luz, música interior. Génesis, memoria vegetal. El cuerpo del secreto, de la luz, el mundo de los símbolos; lo obscuro de las sombras, lo visible del misterio, los tejidos del alma; el claror del sueño, el fuego musical, el principio del encanto. Océano, musgo, rompeolas, eternidad. Vacío pleno de inminencias, intersticios. Temblores, filos y fisuras. Entrañas, crujientes hendiduras. Crecientes, pliegues milenarios. Archipiélagos, orilla pura, noche diluvial. La última realidad nos será vedada. El uno exige el dos. En orgiástica pasión, el hombre deambula. El clamor del hombre, su alarido, su gozo eterno, su asombro inextinguible, el vino, el himno de la vida, itinerario, término, confín.

Texto de Pablo Mora, director de la web Poesía.org
El 5 de octubre de 1713 nacía Denis Diderot
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miércoles, octubre 04, 2006

Armando Palacio Valdés

Caminé aterrado hacia mi casa y no tardé en llegar a ella. Al entrar se me ocurrió una idea feliz. Fui derecho a mi cuarto, guardé el bastón de hierro en el armario y tomé otro de junco que poseía, y volví a salir. Mi hija acudió a la puerta sorprendida. Inventé una cita con un amigo en el Casino, y, efectivamente, me dirigí a paso largo hacia este sitio. Todavía se hallaban reunidos en la sala contigua al billar unos cuantos de los que formaban la tertulia de última hora. Me senté al lado de ellos, aparenté buen humor, estuve jaranero en exceso y procuré por todos los medios que se fijasen en el ligero bastoncillo que llevaba en la mano. Lo doblaba hasta convertirlo en un arco, me azotaba los pantalones, lo blandía a guisa de florete, tocaba con él en la espalda de los tertulios para preguntarles cualquier cosa, lo dejaba caer al suelo. En fin, no quedó nada que hacer. Cuando al fin la tertulia se deshizo y en la calle me separé de mis compañeros, estaba un poco más sosegado. Pero al llegar a casa y quedarme solo en el cuarto, se apoderó de mí una tristeza mortal. Comprendí que aquella treta no serviría más que para agravar mi situación en el caso de que las sospechas recayesen sobre mí. Me desnudé maquinalmente y permanecí sentado al borde de la cama larguísimo rato, absorto en mis pensamientos tenebrosos. Al cabo el frío me obligó a acostarme.

Fragmento del relato El crimen de la calle de la perseguida, de Armando Palacio Valdés, nacido en Entralgo (Asturias) el 4 de octubre de 1853.
El 4 de octubre de 1892 fallecía Juan Antonio Pérez Bonalde
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martes, octubre 03, 2006

Alain-Fournier

El cuarto día fue uno de los más fríos de aquel invierno. Los alumnos que llegaban al patio durante las primeras horas se entretenían patinando alrededor del pozo para poder entrar en calor, y recién corrían hacia las aulas cuando la estufa estaba encendida.
Detrás del portón nos quedábamos algunos aguardando la llegada de los chicos del campo, que venían todavía admirando los paisajes de escarcha cruzados, los estanques helados, los bosques por donde se esconden las liebres. Transportaban en las blusas su familiar olor a heno y a caballeriza que se condensaba en el aire del aula cuando se apretujaban en torno a la estufa encendida. Aquella mañana, uno de ellos trajo en una cesta a una ardilla muerta de frío que había encontrado en el camino, e intentó colgarla por las garras en el poste de la sala de recreo.

Al rato comenzó la pesada clase de invierno.

Repentinamente, un áspero golpe en los vidrios dei ventanal nos hizo alzar la cabeza, y sorprendernos al ver de pie y junto a la puerta al gran Meaulnes. Se sacudió la escarcha de la blusa antes de entrar, y lucía la cabeza en alto y una expresión enceguecida.


Fragmento de la novela El gran Meaulnes, de Alain-Fournier, nacido el 3 de octubre de 1886.
El 3 de octubre de 1925 nacía Gore Vidal
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lunes, octubre 02, 2006

Graham Greene

Ascendí la colina. Las primeras casas eran todas nuevas, y experimenté cierto disgusto al contemplarlas. Ocultaban campos y verjas que debían haber permanecido como antes. era como un mapa estropeado, cuyas distintas partes se han pegado entre sí ocultando, al abrirlo, pedazos enteros. Pero, a mitad del camino, colina arriba, me encontré de pronto ante la escuela tal como la conociera en otros tiempos. Quizás incluso continuara regentándola la misma anciana profesora. La presencia de chiquillos exagera la edad de los mayores. En aquellos tiempos debió contar, a lo sumo, treinta y cinco años. Pude escuchar los acordes del piano. A lo que colegí, seguía la misma rutina de siempre. Los alumnos menores de ocho años, de seis a siete de la tarde. Los de ocho a trece, de siete a ocho. Abrí la verja y penetré en el jardín. Trataba de recordar.
No sé lo que la hizo volver a mí. Quizá fuese tan sólo el otoño, el frío, las húmedas hojas esparcidas por el suelo, más que el piano, de cuyo interior tantas tonadas diferentes habían salido durante mi niñez. El caso es que, de improviso, recordé a aquella muchachita, con la misma nitidez como si la estuviera contemplando en una fotografía.


Fragmento del relato El inocente, de Graham Greene, nacido el 2 de octubre de 1904.

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