La conformación de la vida externa que en aquellos días asumió la casa de mi maestro me prestó muy poca ayuda para desprenderme de este sentimiento inaudito de soledad. La muerte transformó toda la casa de don Mateo de una manera sensible. Era como si su vitalidad se hubiese levantado ahora cimentada sobre el muro vacilante, suave como el crujir de la seda, en el que se condensara nuestra inquietud durante la enfermedad de Alfredo. Algo de este susurro vacilante se había pegado a nuestras vidas de modo impremeditado, pero profundo. Cesó de oírse la cajita de música después de las comidas; se extinguió la euforia bullanguera de Fany, el optimismo de Estefanía, la locuacidad mutilada de la pequeña Martina. Dejaron de ser los festines de los peces un festejo colectivo y comentado para quedar resumido a la mera satisfacción de una necesidad fisiológica. Perdieron sus tonalidades las cosas, los muebles y las paredes; desapareció, en fin, el reflejo de una amistad férvida y joven, tiñendo el fondo de aquella casa, de por sí austero.
La sombra de la muerte aún duraba, agarrándose a la superficie de las cosas.
Fragmento de La sombra del ciprés es alargada, de Miguel Delibes, nacido en Valladolid el 17 de octubre de 1920.
El 17 de octubre de 1915 nacía Arthur Miller
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