El Congal, con luminarias de verbena, juntaba en el patio mitote de naipe, aguardiente y buñuelo. Tenía el naipe al salir un interés fatigado: Menguaban las puestas, se encogían sobre el tapete, bajo el reflejo amarillo del candil, al aire contrario del naipe. Viendo el dinero tan receloso, para darle ánimo, trajo aguardiente de caña y chicha la Taracena. Nacho Veguillas, muy festejado, a medio vestir, suelto el chaleco, un tirante por rabo, saltaba mimando el dúo del sapo y la rana. La música clásica, que, cuando esparcía su ánimo sombrío, gustaba de oír Tirano Banderas. Nachito, con una lágrima de artista ambulante, recibía las felicitaciones, estrechaba las manos, se tambaleaba en épicos abrazos. El Doctor Polaco, celoso de aquellos triunfos, en un corro de niñas, disertaba, accionando con el libro de los naipes abierto en abanico. Atentas las manflotas, cerraban un círculo de ojeras y lazos, con meloso cuchicheo tropical. La chamaca fúnebre pasaba la bandejilla del petitorio, estirando el triste descote, mustia y resignada, horrible en su corpiño de muselinas azules, lívidos lujos de hambre.Fragmento de la novela
Tirano Banderas, de
Ramón María del Valle-Inclán, nacido en
Villanueva de Arosa (Pontevedra) el 28 de octubre de 1866.
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