Comencé a sentir el día como una carga, melancólica, dolorosa.
Debía esperar la noche para la conmemoración solitaria y el ritual sencillo de mi culto de amor. En la mañana me ordenaron ir a una oficina pública que tiene, delante, un jardín de césped y una reja de barrotes finos. Mientras aguardaba el curso interno de unos papeles, me entretuve en caminar por el sendero enripiado.
Acompañada de una niñita con el asombro de la orfandad recién asomada al mundo, llegó una monja y, al pasar hacia el edificio, detuvo su mirada en mis ojos. Estuvimos cerca, el uno del otro, y pude percibir su bozo muy fino y un lunar pequeño, marrón claro, también sobre el labio. Ella era joven y no sé si su mirada removió mi tristeza o la nostalgia de aquel cariño que era como no tenerlo, porque nació a destiempo.
Cuando la monja se retiraba, y esto ocurrió en seguida, yo la miré intensamente. Ella me devolvió una mirada clara, limpia y lejana. Salió a la vereda, caminó a lo largo de la reja, pasó la calle y se alejó, sin volver nunca la cabeza.
En la noche caminé hacia la estación del ferrocarril.
Fragmento del relato No, de Antonio Di Benedetto, fallecido el 10 de octubre de 1986.
El 10 de octubre de 1913 nacía Claude Simon
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