Junto a la garita donde vendían los tickets para las golondrinas, yacía una desastrada y sucia muchacha con niño mamante y semidormido. Un cartón a su lado contaba la historia de un marido canceroso y de una situación de extrema necesidad que exigía la limosna del paseante. Pedigüeños, parados, seguidores del Niño Jesús y de la santísima madre que lo parió. La ciudad parecía inundada de fugitivos de todo y de todos. Pasó lenta una barca, abriendo estelas pesadas en las aguas grasientas, Carvalho se quedó embobado contemplando la dignidad de un viejo jubilado con chaqueta demasiado grande, pantalón demasiado pequeño y un sombrero de fieltro tan hondo como el de un policía montado del Canadá. Uno de esos viejos pulcros que avanzan con decisión terrible hacia una sepultura pagada durante cuarenta años, primer domingo de mes a primer domingo de mes.
¿Quién llama? Di, ¿se ahorca a un inocente en esta casa? Aquí se ahorca simplemente. ¿Dónde había leído esto? ¿Quién es? El seguro de entierro. ¿Quién es? Los muertos. ¡Ah, bueno! ¿Para qué buscar a Jésica? ¿Qué responsabilidad tengo sobre ella? Se tirará a quince tíos en un mes y volverá a centrarse. Desanduvo lo andado en retorno a su despacho, pero aún buscaba con los ojos la posibilidad de Yes Rambla arriba.
Fragmento de la novela Los mares del Sur, de Manuel Vázquez Montalbán, fallecido el 18 de octubre de 2003.
El 18 de octubre de 1984 fallecía Henri Michaux
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