sábado, julio 01, 2006

Daniel Moyano

Cuando ellos llegan montados en sus tigres Hualacato se inclina, modifica su paisaje. Se apoderan del tiempo y las cosechas, las calles son cerradas o desviadas, los caminos no llevan a los lugares de siempre. Hualacato se arruga. Las fachadas chorreantes llorando desde sus grietas enfermas, especie de nuevo orden arquitectónico que turistas de diversas lenguas corren a fotografiar ávidamente. Los albañiles sacan sus plomadas y comprueban que las casas son un maizal al viento. Están torcidas, dicen los albañiles; y les quitan las plomadas. Sin plomada, usan el ojo clínico. Están torcidas, no hay vuelta que darle, dicen. Entonces se los llevan. Están torcidas sea como sea, alcanzan a decir mientras desaparecen entre grandes puertas, mientras los edificios quieren caerse, inclinándose bajo vientos impensados. Entonces las vicuñas dejan de reproducirse, porque todo tiene su respuesta, contaba el viejo Aballay, que venía peleando desde hacía cuarenta años, a su manera, claro, desde una silla de ruedas, con puras invenciones.
Todo prohibido en Hualacato, pero la gente afina sus instrumentos en otro tono para no perder la alegría. Y a medida que se va prohibiendo cualquier tono ellos suben o bajan sus cuerdas, ya se sabe que la música es infinita. Con esto consiguen vivir en un mundo por lo menos paralelo con la realidad, y para no perder el rumbo se refugian en sus antiguas supersticiones.
Desmontando sus tigres van apropiándose de todo. A los hualacateños en sus casas solamente les quedan dos lugares, uno para el hambre y otro para el frío. Hasta el agua es envasada y sellada, incluso la de lluvia, captada por inmensos aparatos. No llueve más en Hualacato, madrecita.
No es la primera vez que vienen. En cuarenta años, el viejo los ha visto llegar en caballos, en camiones, siempre de noche, desde todos los puntos cardinales llegan ellos siempre, cambian todo de sitio llamando sur al norte, lo miran todo sospechando, pueden derretir una flor o una persona cuando miran, lo miran todo con los ojos que debe de tener la tristeza del mundo cuando se siente muy enfermo. Llegan de noche mezclando su percusión, sus ruidos, a los ruidos de la vida.

Fragmento de la novela El vuelo del tigre, de Daniel Moyano, fallecido el 1 de Julio de 1992.
El 1 de julio de 1909 nacía Juan Carlos Onetti
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