lunes, mayo 22, 2006

Arthur Conan Doyle

El lugar es muy apartado y solitario, y los paseos resultan extraordinariamente pintorescos. La granja comprende tierras de pastoreo en el fondo de una cañada o valle estrecho irregular. A uno y otro lado de la cañada se alzan las fantásticas colinas de piedra caliza, formadas por una roca tan blanda que se puede romper con las manos. Toda la región está llena de oquedades. Si fuese posible golpearla con algún martillo gigantesco retumbaría lo mismo que un tambor, si es que no se hunde por completo y deja al descubierto algún enorme mar subterráneo. Que existe un mar subterráneo, no cabe duda, porque los arroyos se pierden por todas partes en la montaña misma y ya no vuelven a reaparecer. Hay por todas partes bocas abiertas en la roca, y entrando por ellas se encuentra uno dentro de grandes cavernas, que penetran hasta las entrañas de la tierra. Yo dispongo de una pequeña linterna de bicicleta, y constituye un constante gozo para mí el entrar con ella en esas extrañas soledades, para contemplar los maravillosos juegos de plata y de negrura que se producen cuando proyecto su luz sobre las estalactitas que cuelgan en los pliegues de los altos techos. Cierra uno la lámpara, y se ve rodeado de las más negras tinieblas. La abre, y se le presenta un escenario propio de las mil y una noches.
Pero una de esas extrañas aberturas o cuevas despiertan un interés especial, porque es obra de la mano del hombre y no de la naturaleza.

El espanto de la cueva de Juan Azul, de Sir Arthur Conan Doyle, nacido en Edimburgo el 22 de mayo de 1859.

El 22 de mayo de 1885 fallecía Victor Hugo
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