El profesor Driuzdustades había explicado que la identificación de la novia con la luna no debía entenderse literalmente, sino solamente a modo de bella alegoría. Una mañana, un pensamiento terrible asaltó a Diotima: «¿Por qué, si la unión no es más que alegórica, no puede serlo también la práctica canibalesca? ¿Por qué no podía sustituir un muñeco de pastelería a la novia viviente?» El carácter blasfemo de este pensamiento la heló completamente de terror, se estremeció y se puso lívida. Thomas, que estaba presente, inquirió acerca de tal reacción, pero el pensamiento había pasado fugitivamente y ella no consideró prudente revelarlo. Otras dudas la asaltaban también. En la biblioteca de la universidad halló un viejo volumen polvoriento que, con toda evidencia, no había sido hollado durante un muy dilatado espacio de tiempo. Contenía las más curiosas especulaciones acerca de los siglos oscuros, antes del advenimiento del sagrado Zahatopolk. No pudo resistir la conmoción que le producía su enorme antigüedad, pues algunas de aquéllas eran, incluso, anteriores al advenimiento de la era greco-judaica. En algunos de aquellos escritos encontró una doctrina según la cual las simpatías de un hombre no debían limitarse exclusivamente a los individuos de su propia raza, sino extenderse al conjunto de las razas humanas. Descubrió también que, en tiempos remotos, hombres que no habían sido rojos habían alumbrado pensamientos y pronunciado palabras que le parecían por lo menos tan profundos como cualquiera de los producidos durante la era zahatopolkiana.
Fragmento de la narración Zahatopolk, de Bertrand Russell, nacido el 18 de mayo de 1872.
1 comentario:
Nadie jamás ha escrito una fábula tan sencilla y lúcida sobre el nacimiento de las religiones.
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