domingo, enero 29, 2006

Enemigos

Sobrevino el silencio. Kirilov volvió la espalda a Abogin; durante un rato permaneció inmóvil y luego pasó lentamente del vestíbulo a la sala. A juzgar por sus pasos, inseguros y mecánicos; por la atención con que acomodó la pantalla de una lámpara apagada y hojeó un grueso libro que estaba en la mesa, no tenía en estos momentos propósito ni deseo alguno, no pensaba en nada ni, probablemente, recordaba ya que en el vestíbulo lo esperaba, de pie, una persona extraña. Por lo visto, el crepúsculo y el silencio de la sala intensificaron su aturdimiento. Al pasar de la sala a su gabinete, levantaba el pie derecho más de lo necesario, buscaba con las manos el quicio de las puertas y en toda su figura sentíase entonces cierta perplejidad, como si viniera a parar a una casa ajena o por primera vez en la vida se hubiese emborrachado y se entregase ahora, sorprendido, a esa nueva sensación. Sobre una pared del gabinete, a través de los estantes llenos de libros, extendíase una amplia franja de luz; junto con el pesado olor a éter y ácido fénico, esa luz penetraba por la puerta entreabierta que daba al dormitorio... el doctor se sentó en un sillón ante la mesa; durante un minuto contempló, somnoliento, los libros iluminados, luego se levantó y entró en el dormitorio.
Reinaba allí una quietud mortal. Todo, hasta el último detalle, hablaba elocuentemente de la tempestad, recién soportada, del cansancio, y todo reposaba ahora.

Fragmento del relato Enemigos, del escritor ruso Antón Chejov, nacido el 29 de enero de 1860 en Taganrog

Cuentos de Antón Chejov. Más cuentos.

También recordamos a Osvaldo Soriano, que murió el 29 de enero de 1997.

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