"...durante una fracción de segundo su cabeza alcanzó la dulce ingravidez, giró lentamente y sus ojos recogieron por última vez la engañosa luz de las estrellas, la última promesa loca de la vida"
(La oscura historia de la prima Montse)
Juan Marsé
(La oscura historia de la prima Montse)
Juan Marsé
Y aunque no te conmovían los tangos, tu cara fresca me conmovía a mí y eso me bastaba. Cometiste el pecado de ser la Galleguita Olga, y tu frescura caía sobre mis sueños empapándome de ilusiones.
Y te decía con lasciva angustia que tu pubis era como un cuadro del renacimiento; y que tus piernas, largas y pálidas, eran una llamada de amor indio.
Y vos enfurruñada me crucificabas: Andá a joder a otras con esas comparaciones tontitas, y al decirlo recogiste tu cabello revuelto por la brisa.
Y vos meneabas ese garbo traído de las muñeiras de Galicia, donde tus viejos se rompieron el lomo gallego.
Y yo disfrutaba tu pantalon ajustado. Eras un ángel distraído que llegaste hasta la calle de baldosas sueltas que se rompían a tu paso y en la que gorriones incestuosos se columpiaban entre esos paraísos que se llevó el tiempo, arrugados exhaustos por inviernos tétricos lúgubres.
Y tengo en la retina tus ojos color difuso oscuros parpadeando con esa candidez deliberada que regocijaba mi corazón.
Y eras como un fresco pintado sobre una pared de barrio por un artista muerto de amor y pena. Y Sos un adulador mentiroso me decías sacudiéndome aquel dedo tan blanco y delgado que yo llamaba aguja de colchonero.
Y entonces te hacías la rata yéndote por largos días, tan largos y tan tristes me parecían que había decidido voltearme y dejarme morir.
Y entonces llegabas confundida entre un montón de sonámbulos sacándome la lengua como relamiendo una costra de chocolate.
Y aparecías como un trasgo envuelta en la niebla que trepaba del Riachuelo y yo suspirando, marmota imberbe aplanado por una ristra de emociones virginales.
Y a veces te imaginaba taconeando como una andaluza metida en esos timbos bochincheros, mientras tus piernas largas y pálidas llamada de amor indio se deslizaban entre las burbujas de la tardecita de ensueños e ilusiones, como para tomar mate con rosquitas o una taza de café renegrido con bizcochitos de grasa.
Y siempre pensándote en la cama arrullados entre las sábanas, y los sexos buscándose con premura e inocencia para gemir entre vaivenes agónicos y desesperados.
Y veía a esos tipos desgarbados que con estulticia despareja te desnudaban sin bochorno con miradas concupiscentes y salivosas.
Y me angustié el día ese en que sentada en la fonda de la calle Río Bamba susurraste: me voy.¿Que qué? me voy, y no pongas cara de Cristo apuñaleado o de Che Guevara sobre el mármol sucio y frío, que me voy…
Y no supe de vos hasta que encontraron tus piernas largas y pálidas llamada de amor indio, tu cara fresca y el pubis, que era como un cuadro del renacimiento, tumbados en ese basural del Docke. Y con la sangre reseca y negra, como el alma del que te violó y te punzó la garganta, tan suave tan bella tan Olga, Galleguita.
Y tus ojos color difuso rociados por aquellos lagrimones que resbalaban con pena, porque vos Olga Galleguita te fuiste con tus pájaros a saltar de rama en rama sobre los paraísos de la barriada.
Y el fresco pintado sobre una pared de barrio por un artista muerto de amor y pena yace atribulado entre velas de colores y lágrimas de yeso.
Y ahora ya no te escucho pucha decirme con aquella voz de sonsa: Sos un adulador mentiroso, sacudiéndome aquel dedo tan blanco y delgado que yo llamaba aguja de colchonero.
Y yo que quiero dejarme morir, Olga Galleguita, porque acuchillaron tu inocencia y a la mía la murieron.
Andrés Aldao, editor de la revista Artesanías Literarias
El 23 de enero de 1783 nacía Marie Henri Beyle, Stendhal
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