Priam dejó de mirarlos con descuido y condescendencia. Un escalofrío especial le recorrió la espalda. Allí estaba, solitario, bajo el resplandor de la luz rosada, encerrado en su castillo, humano, con el aspecto exterior de un hombre como los demás hombres y, al mismo tiempo, las naciones de Europa estaban llorando por él. Oía sus sollozos. Todo amante de la gran pintura se sentía afectado por una pérdida personal. La voz misma del mundo había enmudecido. Después de todo, representaba algo el haber trabajado lo mejor posible; al fin y al cabo, lo bueno era apreciado por la gran mayoría de los seres humanos. El fenómeno presentado por los diarios de la noche resultaba, por cierto, prodigioso y muy impresionante. Toda la humanidad había sido dolorosamente sorprendida por la noticia de su muerte. Priam olvidó que Mrs. Challice, por ejemplo, había logrado ocultar perfectamente su duelo ante la pérdida irreparable, y que sus preguntas acerca de Priam Farll habían sido casi de pura fórmula. Olvidó también que él no había advertido ninguna señal de duelo profundo, ni siquiera de alguna clase de duelo, en las calles de la populosa capital, y que en los hoteles no resonaban los sollozos. ¡Priam sabía sólamente que toda Europa estaba de luto!
Fragmento de la novela
Enterrado en vida, del escritor inglés
Enoch Arnold Bennett, fallecido el 27 de marzo de 1931.
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