martes, abril 03, 2007

Juan García Hortelano

Como tenía todo el día para pensar —y pensar me adormilaba—, luego, por las noches, dormía como un muerto, sin sueños. Pero algunas madrugadas me despertaban las sirenas y el ruido de los aviones, porque aquella parte de la ciudad, a diferencia del barrio de los abuelos, no había sido declarada zona libre de bombardeos. Oyese o no el estallido de las bombas, los cañonazos, el fragor de los derrumbamientos, algún apagado clamor de voces aterrorizadas, tenía que continuar a oscuras, sin poder recurrir a las novelas de Elena Fortún o de Salgari (las de Verne, a causa de su encuadernación, no me habían permitido sacarlas de casa de los abuelos), sin poder jugar una partida de damas contra mí mismo, sin la posibilidad siquiera de aburrirme con la baraja haciendo solitarios o rascacielos de dólmenes. Cuando no resistía más, me tiraba de la cama y escrutaba las tinieblas del cielo y del patio. Entonces, durante aquellas ocasiones en que me negaba tan eficazmente al miedo que llegaba a olvidarlo, me refugiaba en los recuerdos y pronto, aunque cada vez más despierto, era como si estuviese soñando. Veía a Concha, sus brazos, sus hombros, sus piernas y su rostro, tostados al sol de la terraza desde el principio de aquel verano que ya acababa y que, según repetían los tíos y la tía abuela Dominica, iba a ser el último de la guerra. En realidad no recordaba el cuerpo verdadero de la Concha, sino aquel cuerpo —tan idéntico y tan distinto— con el que había soñado una de las primeras noches en casa de la tía abuela, cuando aún la costumbre de la nueva casa no había aplacado la tristeza del traslado.

Fragmento del relato Carne de chocolate, de Juan García Hortelano, fallecido el 3 de abril de 1992.
El 3 de abril de 1783 nacía Washington Irving
El 3 de abril de 1922 nacía José Hierro
El 3 de abril de 1991 fallecía Graham Greene

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