En esta novela un tal Christopher Taubenschlag ínterpreta el papel de un hombre vivo.
No conseguí averiguar si vivió alguna vez; es seguro que no ha salido de mi fantasía, de esto estoy completamente convencido; lo afirmo con rotundidad para evitar el peligro de que se me considere como alguien que quiere hacerse el interesante. Aquí no se trata de describir con exactitud de qué modo se llevó a cabo el libro; baste saber que yo me limito a hacer un somero bosquejo de lo ocurrido.
Espero ser disculpado si hablo de mí mismo en algunas frases, un defecto que por desgracia no puedo evitar.
Tenía la novela bien perfilada en la cabeza y ya había empezado a escribirla cuando advertí - ¡no antes de repasar el borrador! - que el nombre de Taubenschlag se había introducido sin que yo me diera cuenta de ello. Pero esto no es todo: frases que me había propuesto trasladar al papel cambiaban bajo la pluma y escribía algo totalmente distinto de lo que yo quería decir; se inició una batalla entre el invisible «Christopher Taubenschlag» y yo, en la cual el primero consiguió imponerse.
Yo había planeado describir una pequeña ciudad que vive en mi memoria, pero surgió una imagen muy diferente, una imagen que hoy aparece más diáfana ante mis ojos que la conocida realmente.
Al final no me quedó otro remedio que dejar hacer su voluntad a la influencia que se llama Christopher Taubenschlag, prestarle mi mano, por así decirlo, y tachar del libro todo lo que procedía de mi propia imaginación.
Fragmento de la novela El dominico blanco, de Gustav Meyrink, fallecido el 4 de diciembre de 1932 en Starnberg (Baviera)
El relojero (cuento)
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