miércoles, abril 12, 2006

Paisaje sin batalla

Al fondo, a la derecha, puede verse un árbol repleto de pájaros callados. Ni un trino, ni un revoloteo, nada. Sólo una multitud de pájaros de ojos inmensamente abiertos, de ojos fijos; pájaros inmóviles y silenciosos como si estuvieran dormidos. Pero no están dormidos, sólo quietos.
Ligeramente más abajo hay una fuente cuyas aguas manan o parecen manar muy lentamente, como lamiendo con incierta voluptuosidad cada piedra, cada matojo de hierba amarillenta, como acariciando sin deseo, sin precipitación, desapasionadamente, el estrecho cauce apenas pronunciado. Sobre la boca del manantial, una pequeña roca parece ir a desprenderse provocando la catástrofe, cegando para siempre el ojo que destila las frescas gotas de agua. Pero sin duda lleva siglos allí, amenazando sin esperanza el tranquilo discurrir del escueto regato sobre la tierra seca.
Más arriba, agazapado en la oscuridad de la roca, un lagarto gris acecha cualquier posible presa disimulándose contra la frialdad de la piedra. Parece alerta y sin embargo, diríase incapaz del menor gesto, como si su inquietante inmovilidad no fuese una excusa sino un fin. Sus ojos miran, sin espanto, hacia el oeste, donde el sol debería estar poniéndose, mas el sol no se ve por parte alguna; sólo el ligero resplandor rojizo que suele acompañar los atardeceres, pero con una tonalidad más pesada, más asfixiante, como un turbio presagio de tormenta... (continúa)
SBL
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