viernes, septiembre 08, 2006

Alfred Jarry

Por un curioso instinto atávico las multitudes experimentan todavía una inexplicable necesidad de esconderse en el interior de cosas cerradas y de aspecto agresivo, tal como lo hacía el hombre primitivo en las cavernas. El vestigio más fácil de estudiar de esta tendencia es la afluencia de viajeros a los vagones de ferrocarril. Desgraciadamente, esos extraños impulsivos son a menudo víctimas de su retorno a la barbarie -la edad del hierro no significa un gran progreso sobre la de la piedra-, y en el choque de trenes de esta quincena se extinguió un gran número de especímenes de esta clase de trogloditas. La civilización ambiente está demasiado desarrollada para permitir que se desarrollen en adelante muchos de esos locos o desesperados. ¿Pues no es acaso cosa de locos o de desesperados dejarse encerrar buenamente en jaulas rodantes, a merced de alguien que no tiene otra idea que la de arrastrarlos no se sabe adónde, a toda velocidad, sobre vías complicadas de ex profeso, de manera que se entrecruzan en la mayor cantidad posible de puntos?

Accidentes de ferrocarril, texto breve de Alfred Jarry, nacido en Laval (Francia) el 8 de septiembre de 1873.
El 8 de septiembre de 1645 fallecía Francisco de Quevedo
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