Me levanté. Hurgué a tientas entre los objetos amontonados en la repisa del lavabo. Encontré el paquete de algodón, me lavé la cara con un pedazo húmedo y fui a echarme en la cama...
Una falena batió las alas. No, era la cinta del ventilador. El zumbido cesó, recomenzó. Yo ya no veía ni siquiera la ventana, todo se confundía en la oscuridad. Un rayo luminoso, cayendo no sé de dónde, atravesó el espacio y se demoró ante mí. ¿Sobre la pared o en el cielo negro? Recordé cuánto me había asustado la víspera la mirada vacía de la noche; mi miedo me hizo sonreír. Ya no temía esa mirada. Ya no temía nada. Levanté la muñeca y consulté la corona de cifras fosforescentes. Una hora más y llegaría la aurora del día azul.
Respiré hondo; saboreaba la oscuridad. Estaba vacío, liberado de todo pensamiento. Al moverme, sentí contra mi cadera la forma plana del magnetófono. Gibarían... una voz inmortalizada en bobinas de alambre. Me había olvidado de resucitarlo, de escucharlo, única cosa que ahora podía hacer por él.
Fragmento de la novela Solaris, de Stanislaw Lem, nacido el 12 de septiembre de 1921.
El 12 de septiembre de 1981 fallecía Eugenio Montale
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