sábado, septiembre 30, 2006

Truman Capote

Muy lejos, en Olathe, en una habitación de hotel con persianas que velaban la luz del sol de mediodía, Perry dormía mientras una radio portátil gris murmuraba a su lado. Aparte de quitarse las botas, no se había tomado la molestia de desvestirse. Sencillamente había caído boca abajo, como si el sueño fuera un arma que le hubiera herido por la espalda. Las botas, negras con rebordes plateados, recibían un baño de agua caliente jabonosa, ligeramente rosada, en el lavabo.
Unos kilómetros más al norte, en la acogedora cocina de una modesta granja, Dick terminaba su cena del domingo. Los demás a la mesa (su madre, su padre, su hermano menor) no notaron nada raro en él. Había llegado a casa a mediodía, besado a su madre, contestado a todas las preguntas que le hizo su padre respecto al supuesto viaje de Fort Scott y se sentó a comer con su aire de siempre. Después de comer, los tres miembros masculinos de la familia se sentaron en la sala a ver, por televisión, un partido de baloncesto. La transmisión apenas había empezado cuando el padre se sorprendió al oír que Dick estaba roncando. Como le dijo a su hijo menor, nunca creyó vivir para ver el día en que Dick preferiría dormir a ver un partido de baloncesto. Claro está, pero no podía suponer lo cansado que estaba Dick, pues ignoraba que su hijo, allí dormido, había hecho más de mil doscientos kilómetros al volante en las últimas veinticuatro horas, entre otras cosas.

Fragmento de la novela A sangre fría, de Truman Capote, nacido en Nueva Orleans el 30 de septiembre de 1924.
El 30 de septiembre de 1990 fallecía Patrick White
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