martes, marzo 20, 2007

Ovidio

Dioses de mar y cielo, ¿qué me resta sino acudir a los votos? No acabéis de destrozar mi nave quebrantada, ni confirméis, os lo suplico, la cólera del gran César. Contra la persecución de un Dios, otro nos presta muchas veces auxilio. Vulcano se declaró contra Troya, y Apolo la defendía. Venus era favorable a los Teucros, y Minerva su enemiga. La hija de Saturno aborrecía a Eneas y fue la defensora de Turno; pero aquél vivía incólume gracias a la protección de Venus. Neptuno, furibundo, acometió cien veces al cauto Ulises, y otras tantas Minerva salvó al hermano de su padre. Aunque a larga distancia de la grandeza de estos héroes, ¿quién impedirá que una divinidad nos defienda de las iras de otra? ¡Ay mísero!, piérdense en el vacío mis inútiles plegarias, y olas imponentes cierran la boca del que las profiere. El airado Noto dispersa las palabras y no permite que mis preces lleguen a los dioses a quienes van dirigidas; así los mismos vientos, como si un suplicio no bastase a destruirme, se llevan, yo no sé adónde, mis velas y mis votos.
¡Oh trance fatal, cuántos montes de agua se levantan contra mí! Diríase que amenazan a los astros del cielo. ¡Qué profundos valles entre las ondas que se rompen y hienden! Creyérase que van a descubrir los abismos del Tártaro. Adondequiera que vuelvas los ojos no verás sino mar y cielo: el uno hinchado con las olas, el otro amenazador con las nubes, y entre mar y cielo se desencadenan los vientos huracanados, y las ondas no saben a qué dueño obedecer; porque ya el Euro se precipita impetuoso desde el purpúreo Oriente, ya sopla el blando Céfiro de la parte occidental, ya el helado Bóreas desciende del árido Septentrión, ya el Noto le sale al encuentro por la parte contraria. El piloto, indeciso, no sabe qué rumbo seguir o evitar, y su arte vacila, recelando peligros por doquier. No hay duda, aquí perecemos, es vana la esperanza de salvación; mientras hablo, un golpe de mar me inunda el semblante, me quita el aliento y recibo por la boca, que implora al cielo en vano, las espumas salobres que pretenden ahogarme. Mi fiel esposa no se conduele más que de verme desterrado; es el único de mis trabajos que conoce y llora.

Fragmento de Las tristes, de Publio Ovidio Nasón, nacido el 20 de marzo del año 43 aC.
El 20 de marzo de 1770 nacía Friedrich Hölderlin
El 20 de marzo de 1828 nacía Henrik Ibsen
El 20 de marzo de 1953 nacía Alicia Kozameh
Hoy hace cuatro años del Día de la vergüenza

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