sábado, marzo 31, 2007

Charlotte Brontë

Jane Eyre, que era el día anterior una mujer llena de dulces anhelos, una casi desposada, se había convertido otra vez en una muchacha desamparada y sola, con una vida gris, llena de desoladas perspectivas ante ella. La nieve de diciembre había caído en medio del verano, el hielo helaba las manzanas maduras, un viento invernal arrancaba de sus tallos las rosas. Los bosques, que doce horas antes mostrábanse fragantes y espléndidos como tropicales árboles, eran ahora inmensos, solitarios, glaciales como los bosques de pinos en el invierno de Noruega... Mis esperanzas habían muerto de repente; mis deseos, el día anterior rebosantes de vida, estaban convertidos en lívidos cadáveres. Y mi amor, aquel sentimiento que Rochester había despertado en mí, yacía, angustiado, en mi corazón, como un niño en una cuna fría. Ya no podía buscar el brazo de Rochester ni encontrar calor en su pecho. Mi fe y mi confianza quedaban destruidas. Rochester no volvería a ser para mí lo que fue, porque resultaba distinto a como yo le había imaginado. No deseaba increparle ni quería reprocharle su traición, pero se me aparecía privado de la sinceridad que yo le atribuyese. Debía marchar de su lado. Cuándo y cómo, no lo sabía, pero adivinaba que él mismo me aconsejaría partir de Thornfield. Era imposible, a mi juicio, que hubiese sentido hacia mí verdadero afecto; sólo fue, sin duda, un capricho momentáneo. Debía procurar no cruzarme en su camino, porque ahora mi presencia había de resultarle odiosa, sin duda. ¡Oh, qué ciega había estado! ¡Qué débil había sido! Cerré los ojos. La oscuridad me rodeó. Sentí una inmensa lasitud y parecióme yacer en el lecho de un río seco, sintiendo retumbar entre las lejanas montañas el rumor del torrente que se aproximaba por el cauce.

Fragmento de Jane Eyre, de Charlotte Brontë, fallecida el 31 de marzo de 1855.
El 31 de marzo de 1914 nacía Octavio Paz
El 31 de Marzo de 1995 fallecía Roberto Juarroz

viernes, marzo 30, 2007

Paul Verlaine

La noche. La lluvia. Un cielo incoloro que desgarra
De flechas y de torres a plena luz la silueta
De una ciudad gótica apagada en la gris lejanía.
La llanura. Un patíbulo lleno de flacos ahorcados
Sacudidos por el pico ávido de las cornejas
Guiñotean en el aire danzas desiguales
Mientras que sus pies son pasto de los lobos.
Algunos matorrales espinosos dispersos y algunos acebos
Alzan el horror de su follaje a derecha, a izquierda
Sobre el tiznado barullo de un fondo de boceto.
Y luego, alrededor de tres lívidos prisioneros
Que andan descalzos, el grueso de los altivos guardianes,
Camina, erguidas sus armas, como rejas de rastrillo,
Brillando a contraluz las lanzas del aguacero.

Efecto nocturno, poema de Paul Verlaine, nacido en Metz el 30 de marzo de 1844.
El 30 de marzo de 1926 nacía Alvaro Cepeda Samudio
El 30 de marzo de 1947 fallecía Arthur Machen

jueves, marzo 29, 2007

Ernst Jünger

Por aquellos días tuve una experiencia desagradable que a punto estuvo de poner un fin prematuro y deshonroso a mi carrera militar. Nuestra compañía ocupaba el ala izquierda de la posición. En una ocasión, tras haber pasado toda la noche en vela, tuve que ir, al amanecer, a hacer una guardia, junto con otro camarada, a la hondonada del arroyo. Aunque estaba prohibido, yo, en vista del mucho frío que hacía, me había echado la manta por encima de la cabeza y me había recostado en un árbol, tras haber dejado el fusil en un matorral situado a poca distancia de mí. De repente oí a mis espaldas un ruido y quise echar mano al fusil — ¡había desaparecido! El oficial de guardia se había acerca do sigilosamente hasta el sitio donde me hallaba y se había llevado mi fusil sin que yo me diera cuenta. El castigo que me impuso fue enviarme unos cien metros adelante, en dirección a los apostaderos franceses, sin otra arma que un zapapico — una idea que sólo se les ocurre a los indios y que a punto estuvo de costarme la vida. Durante aquella extraña guardia de castigo ocurrió que una patrulla nuestra formada por tres voluntarios se fue adentrando en el extenso cañaveral que crecía a orillas del arroyo; y era tal el ruido que en los altos tallos producía aquella patrulla al caminar con total despreocupación que los franceses lo notaron enseguida y comenzaron a disparar en aquella dirección. Uno de los componentes de la patrulla, de nombre Lang, fue alcanzado y nunca más se lo volvió a ver. Puesto que yo me encontraba muy cerca de allí, también a mí me tocó una parte de las salvas disparadas por los franceses —una forma de tiro que entonces estaba muy en boga—, de modo que las ramas de la mimbrera junto a la que me hallaba me silbaban en las orejas. Apreté los dientes y por terquedad permanecí de pie. Al caer la tarde vinieron a recogerme.

Fragmento de Tempestades de acero, de Ernst Jünger, nacido el 29 de marzo de 1895.
El 28 o 29 de marzo de 1941 fallecía Virginia Woolf

miércoles, marzo 28, 2007

Julio Llamazares

Los ladridos nos han guiado en medio de la oscuridad, por el sendero que atraviesa brezales y piornos, hacia la línea gris del horizonte.
Cerca ya, Ramiro hace un gesto con la mano. Su hermano, Gildo y yo nos desplegamos con rapidez hacia los lados. La ascensión es ahora mucho más lenta y penosa: sin la oscura referencia del sendero y con los matojos agarrándose a nuestros pies como garras de animales enterrados en el barro.
La sombra de Ramiro, en el sendero, ha vuelto a detenerse. El perro ladra ya a escasos metros de nosotros.
Sobre la raya gris del horizonte, tras un mojón de robles, se dibuja, imprecisa y helada, la sombra de un tejado que flota entre la niebla.
La majada, en lo alto del puerto, es un montón de tapias arruinadas. Hasta nosotros llega un olor intenso a estiércol y abandono. A soledad.
Los ladridos amenazan con reventar el vientre hinchado de la noche.

Fragmento de la novela Luna de lobos, de Julio Llamazares, nacido el 28 de marzo de 1955.
El 28 de marzo de 1868 nacía Máximo Gorki
El 28 de marzo de 1942 fallecía Miguel Hernández

martes, marzo 27, 2007

Shusaku Endo

Empezó a nevar.
Hasta la caída de la tarde un sol tenue había bañado por los resquicios de las nubes el lecho de grava del río. Cuando oscureció, hubo un silencio repentino. Dos, tres copos de nieve bajaron revoloteando del cielo.
Mientras el samurai y sus hombres cortaban leña, la nieve rozaba sus ropas rústicas, tocaba sus caras y sus manos y se fundía como para subrayar la brevedad de la vida. Pero como ellos siguieron atareados con sus cortas hachas, sin decir palabra, la nieve los desdeñó y se alejó hacia zonas vecinas. La niebla nocturna se extendió y se unió a la nieve, y el campo visual se volvió gris.
Finalmente, el samurai y sus hombres terminaron su tarea y se echaron al hombro los haces de leña. Se preparaban para la inminente llegada del invierno. La nieve les azotó las frentes cuando emprendieron el regreso en fila india, como hormigas, volviendo sobre sus pasos a lo largo del lecho del río, hacia la llanura.
Había tres pueblos situados en el corazón de la llanura y rodeados por colinas de follaje marchito. Las casas estaban de espaldas a las colinas y frente a los campos: de ese modo, los pobladores veían si llegaban extraños. Las casas techadas con paja se apretaban unas contra otras, en línea. De los cielos rasos colgaban estantes de bambú trenzado en que se secaban la leña y el carrizo. Las casas eran oscuras y malolientes como establos.

Fragmento de la novela El Samurai, de Shusaku Endo, nacido el 27 de Marzo de 1923.
El 27 de marzo de 1871 nacía Heinrich Mann
El 27 de marzo de 1931 fallecía Enoch Arnold Bennett
El 27 de marzo de 2006 fallecía Stanislaw Lem

lunes, marzo 26, 2007

Lin Yutang

El filósofo chino sueña con un ojo abierto, considera la vida con amor y dulce ironía, mezcla su cinismo con una bondadosa tolerancia, y alternativamente despierta del sueño de la vida y vuelve a adormecerse, pues se siente con más vida cuando está soñando que cuando está despierto, con lo cual inviste a su vida en vela de una cualidad de mundo de ensueños. Ve con un ojo cerrado y otro abierto la inutilidad de mucho de lo que ocurre a su alrededor y de sus propias empresas, pero conserva suficiente sentido de la realidad para decidirse a seguir adelante. Rara vez se desilusiona, porque no tiene ilusiones, y rara vez se decepciona, porque nunca ha tenido esperanzas extravagantes. De esta manera está emancipado su espíritu.
Porque, después de recorrer el campo de la literatura y la filosofía chinas, llego a la conclusión de que el más alto ideal de la cultura china ha sido siempre un hombre con un sentido de desapego (takuan) hacia la vida, basado en un sentido de sabio desencanto. De este desapego viene el alto espíritu (k'uanghuai), un alto espíritu que nos permite ir por la vida con tolerante ironía y escapar a las tentaciones de fama y riqueza y logro, y eventualmente nos hace aceptar lo que venga. Y de ese desapego surge también un sentido de libertad, un amor por el vagabundeo y el orgullo y la despreocupación. Sólo con este sentido de libertad y esta despreocupación llega uno eventualmente a la aguda, a la intensa alegría de vivir.

Fragmento de La importancia de vivir, de Lin Yutang, fallecido el 26 de marzo de 1976.
El 26 de marzo de 1892 fallecía Walt Whitman
El 26 de marzo de 1959 fallecía Raymond Chandler
Ya en la red el nº 5 de revista Narrativas
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domingo, marzo 25, 2007

Jaime Sabines

¡En qué pausado vértigo te encuentras,
qué sombras bebes en qué sonoros vasos!
¡Con qué manos de hule estás diciendo adiós
y qué desdentada sonrisa echas por delante!
Te miro poco a poco tratando de quererte
pero estás mojado de alcohol
y escupes en la manga de tu camisa
y los pequeños vidrios de tus ojos se caen
¿A dónde vas, hermano?
¿De qué vergüenza huyes?,
¿De qué muerte te escondes?

Yo miro al niño que fuiste,
cómo lo llevas de la mano
de cantina a cantina, de un hambre a otra.
Me hablas de cosas que sólo tu madrugada conoce,
de formas que sólo tu sueño ha visto,
y se que estamos lejos, cada uno en el lugar de su miseria
bajo la misma lluvia de esta tarde.
Tú no puedes flotar, pero yo hundirme.
Vamos a andar del brazo, como dos topos amarillos,
a ver si el dios de los subterráneos nos conduce.


En qué pausado vértigo, poema de Jaime Sabines, nacido el 25 de marzo de 1926.
El 25 de marzo de 1926 también nacía Ángel Arango
El 25 de marzo de 1980 fallecía Roland Barthes

sábado, marzo 24, 2007

Julio Verne

Después de haber doblado al Norte el cabo Francisco, que el Table-Mount domina en una extensión de 1.200 pies, contemplad al través el arco de basalto acanalado en su extremo. Veréis una estrecha bahía, resguardada por los islotes contra los furiosos vientos del Este y del Oeste. Al fondo surge Christmas-Harbour. Que vuestro barco se dirija a él directamente manteniéndose a babor. Colocado en su sitio de anclaje, podrá permanecer con una sola ancla, con facilidad de borneo, mientras la bahía no sea invadida por los hielos.
Por lo demás, las Kerguelen ofrecen otras bahías, y por centenares; tan deshilachadas están sus costas como los bajos de la falda de una pobre, sobre todo en la parte comprendida entre el Norte y el Sudeste. Pululan allí las islas y los islotes. Todo el suelo de este archipiélago, de origen volcánico, se compone de cuarzo, mezclado de una piedra azulada. Llegado el estío, nacen verdes musgos, líquenes grises, diversas plantas fanerógamas, fuertes y sólidas saxifragas. Un solo árbol vegeta allí, una especie de berza de un gusto agrio, que inútilmente se buscaría en otros países.
Existen allí los terrenos que convienen en sus rookerys a los pájaros bobos, y otros, cuyas bandadas innumerables pueblan estos parajes. Vestidos de amarillo y blanco, la cabeza hacia atrás y con sus alas que figuran las mangas de un traje, estos estúpidos volátiles parecen desde lejos una fila de monjes en procesión a lo largo de las playas. Las Kerguelen poseen además otros representantes del reino animal. Ofrecen múltiples refugios a los bueyes marinos, a las focas, a los elefantes de mar.

Fragmento de La esfinge de los hielos, de Julio Verne, fallecido el 24 de marzo de 1905.
El 24 de marzo de 1809 nacía Mariano José de Larra
El 24 de marzo de 1926 nacía Darío Fo

viernes, marzo 23, 2007

Dos mujeres

La hora de la visita se acercaba: doña Leonor habiendo ya concluido todos sus preparativos se había sentado majestuosamente en su enorme sillón de damasco encarnado con galón de plata, recogiendo cuidadosamente su vestido de raso de color de hoja seca, y acomodándose simétricamente en los hombros su pañuelo de crespón de la India. Doña Serafina y doña Beatriz, sus únicas amigas, llenaban un canapé o sofá que formaba juego con el sillón, adornadas también con lo más selecto de sus guardarropas; y junto a su madre, en un taburete antiguo, Luisa estaba sentada con timidez y abrumada bajo el peso de sus joyas, oyendo las prudentes advertencias que la hacían alternativamente su madre y sus amigas. Mientras tanto la pobre niña allá en sus adentros se admiraba sin poder comprender a qué se dirigía tanta solemnidad. Se le había dicho mil veces que estaba destinada a casarse con su primo, pero la inocente no daba a esta palabra un significado tan terrible como debiera. Se acordaba de un muchacho muy bonito que le rompía sus muñecas, pero que, en cambio, la regalaba pajaritos y dulces, y nada veía que la espantase en la idea de vivir siempre junto con aquel compañerito de su infancia. ¿Para qué tantos consejos, tantas prevenciones?
Nada comprendía Luisa y empezaba a sentir una vaga inquietud que procuró disipar repitiéndose a sí misma que aquel novio tan esperado, aquel marido tan solemne anunciado no era otro que su amigo Carlos, su gracioso Carlos, el cual se presentaba todavía con su carita redonda y blanca, sus largos cabellos, sus grandes ojos negros llenos de candor y alegría, y su risa infantil y estrepitosa. Casi se le figuraba que al verle, a pesar de todas las advertencias del venerable triunvirato, no podría contenerse sin correr a abrazarle.

Fragmento de Dos mujeres, de Gertrudis Gómez de Avellaneda, nacida en Camagüey el 23 de marzo de 1814.
El 23 de marzo de 1842 fallecía Stendhal
El 23 de Marzo de 1903 nacía Alejandro Casona

jueves, marzo 22, 2007

Las mil y una noches

Sabe, ¡oh señor! que mi padre era rey de esta ciudad. Se llamaba Mahmud, y era rey de las Islas Negras y de estas cuatro montañas. Mi padre reinó setenta años, y después se extinguió en la misericordia del Retribuidor. Después de su muerte, fui yo sultán y me casé con la hija de mi tía. Me quería con amor tan poderoso, que si por casualidad tenía que separarme de ella, no comía ni bebía hasta mi regreso. Y así siguió bajo mi protección durante cinco años, hasta que fue un día al hammam, después de haber mandado al cocinero que preparase los manjares para nuestra cena. Entré en el palacio y reclinándome en el lugar de costumbre, mandé a dos esclavas que me hicieran aire con los abanicos. Una se puso a mi cabeza y otra a mis pies. Pero pensando en la ausencia de mi esposa, se apoderó de mí el insomnio, y no pude conciliar el sueño, porque ¡si mis ojos se cerraban, mi alma permanecía en vela! Oí entonces a la esclava que estaba detrás de mi cabeza hablar de este modo a la que estaba a mis pies: "¡Oh Masauda! ¡Qué desventurada juventud la de nuestro dueño! ¡Qué tristeza para él tener una esposa como nuestra ama, tan pérfida y tan criminal!". Y la otra respondió: "¡Maldiga Alah a las mujeres adúlteras! Porque esa infame nunca podrá tener un hombre mejor que nuestro dueño, y sin embargo, se pasa las noches en el lecho de unos y otros". Y la primera esclava dijo: "Nuestro dueño debe de ser muy impasible cuando no hace caso de las acciones de esa mujer". Y repuso la otra: "¿Pero qué dices? ¿Puede sospechar siquiera nuestro amo lo que hace ella? ¿Crees que la dejaría en libertad de obrar así? Has de saber que esa pérfida pone siempre algo en la copa en que bebe nuestro amo todas las noches antes de acostarse. Le echa banj y le hace dormir con eso. En tal estado, no puede saber lo que ocurre, ni a dónde va ella, ni lo que hace. Entonces, después de darle a beber el banj, se viste y se va, dejándole solo, y no vuelve hasta el amanecer. Cuando regresa, le quema una cosa debajo de la nariz para que la huela, y así despierta nuestro amo de su sueño".

Fragmento de la Historia del joven encantado y de los peces, perteneciente a Las mil y una noches.
El 22 de marzo de 1832 fallecía Johann Wolfgang von Goethe

martes, marzo 20, 2007

Ovidio

Dioses de mar y cielo, ¿qué me resta sino acudir a los votos? No acabéis de destrozar mi nave quebrantada, ni confirméis, os lo suplico, la cólera del gran César. Contra la persecución de un Dios, otro nos presta muchas veces auxilio. Vulcano se declaró contra Troya, y Apolo la defendía. Venus era favorable a los Teucros, y Minerva su enemiga. La hija de Saturno aborrecía a Eneas y fue la defensora de Turno; pero aquél vivía incólume gracias a la protección de Venus. Neptuno, furibundo, acometió cien veces al cauto Ulises, y otras tantas Minerva salvó al hermano de su padre. Aunque a larga distancia de la grandeza de estos héroes, ¿quién impedirá que una divinidad nos defienda de las iras de otra? ¡Ay mísero!, piérdense en el vacío mis inútiles plegarias, y olas imponentes cierran la boca del que las profiere. El airado Noto dispersa las palabras y no permite que mis preces lleguen a los dioses a quienes van dirigidas; así los mismos vientos, como si un suplicio no bastase a destruirme, se llevan, yo no sé adónde, mis velas y mis votos.
¡Oh trance fatal, cuántos montes de agua se levantan contra mí! Diríase que amenazan a los astros del cielo. ¡Qué profundos valles entre las ondas que se rompen y hienden! Creyérase que van a descubrir los abismos del Tártaro. Adondequiera que vuelvas los ojos no verás sino mar y cielo: el uno hinchado con las olas, el otro amenazador con las nubes, y entre mar y cielo se desencadenan los vientos huracanados, y las ondas no saben a qué dueño obedecer; porque ya el Euro se precipita impetuoso desde el purpúreo Oriente, ya sopla el blando Céfiro de la parte occidental, ya el helado Bóreas desciende del árido Septentrión, ya el Noto le sale al encuentro por la parte contraria. El piloto, indeciso, no sabe qué rumbo seguir o evitar, y su arte vacila, recelando peligros por doquier. No hay duda, aquí perecemos, es vana la esperanza de salvación; mientras hablo, un golpe de mar me inunda el semblante, me quita el aliento y recibo por la boca, que implora al cielo en vano, las espumas salobres que pretenden ahogarme. Mi fiel esposa no se conduele más que de verme desterrado; es el único de mis trabajos que conoce y llora.

Fragmento de Las tristes, de Publio Ovidio Nasón, nacido el 20 de marzo del año 43 aC.
El 20 de marzo de 1770 nacía Friedrich Hölderlin
El 20 de marzo de 1828 nacía Henrik Ibsen
El 20 de marzo de 1953 nacía Alicia Kozameh
Hoy hace cuatro años del Día de la vergüenza

lunes, marzo 19, 2007

Philip Roth

Sé que, en defensa de sus acciones en aquel caso, Satanás os ha descrito con minuciosos detalles todos los sufrimientos que impuso al bueno de Job. Y no voy a deciros que no lo atormentase hasta el máximo. No trataré de menospreciar en mi favor todo lo que les hizo a las ovejas y a los servidores de Job, ni las horribles llagas con que lo cubrió desde la cabeza hasta los pies. Es indudable que el programa de dolor y de castigo ideado por Satanás fue el adecuado en aquellas circunstancias.
Sin embargo, cuando han pasado miles de años desde aquellos sucesos, queda todavía una pregunta en el aire: ¿Bajo qué auspicios y en beneficio de quién se ideó aquel programa? ¿Bajo los auspicios del Infierno? ¿En beneficio de la causa del Mal?
Hermanos Caídos, la respuesta es: No. Lamento decir que, si leéis el relato como yo lo he leído, descubriréis que fue bajo los auspicios del Cielo y en beneficio de la Justicia como vuestro Demonio concibió y ejecutó el programa de pérdidas sin ganancias de Job, un programa, dicho sea de paso, que ocasionó cuantiosos gastos. Lamento decir que, si leéis el relato, veréis que vuestro propio Demonio recibió órdenes nada menos que del propio Señor Dios.

Fragmento de la novela La Pandilla, de Philip Roth, nacido el 19 de marzo de 1933.
El 19 de marzo de 1999 fallecía José Agustín Goytisolo

domingo, marzo 18, 2007

Sergio Pitol

En una ocasión, pasamos una mañana, que recuerdo como una de las más portentosas de mi vida, en casa de Víktor Sklovski, donde él, con sus más de ochenta años, nos habló apasionadamente del libro que escribía en esos días, La energía del error, "el que más me ha interesado escribir, y más placer me ha dado", nos dijo, y luego nos habló largamente de la mañana del día en que murió Tolstoi, cuando él era estudiante en Petersburgo. Se había dado órdenes a la prensa de no publicar nada, ni una sola línea, de esa muerte en los periódicos. Sklovski salió del portal de su casa y de pronto vio desaparecer a la gente, los negocios se cerraron en cosa de segundos, los coches de caballos se detuvieron. Hubo un silencio majestuoso, sagrado, como si el mundo hubiera muerto, como si el globo terrestre se hubiera detenido en su camino, y luego, de repente, por todas partes apareció una multitud desolada que lloraba, enferma de dolor, huérfana porque su Padre la había abandonado. Las iglesias habían cerrado las puertas para que nadie entrara en ellas; a Tolstoi lo habían excomulgado muchos años atrás. Pero la multitud las rodeaba, las ahogaba, las convertía en algo trivial ante el roble que había caído, la tierra había muerto, y Rusia lloraba. La visita a Sklovski es uno de los momentos más intensos, más líricos, más emocionantes que pueda recordar. Mucho tiempo después, en dos ocasiones, al hablar de Tolstoi ante mis alumnos, empecé a repetir las palabras de Sklovski, pero no pude terminarlas. Se me nublaron los ojos, se me rompió la voz y tuve que sacar el pañuelo y fingir que me sonaba, carraspear, echándole la culpa a un resfrío, a una alergia, porque me parecía grotesco anunciarles que había muerto el escritor ruso y ponerme a llorar.

Fragmento de El viaje, de Sergio Pitol, nacido el 18 de marzo de 1933.
El 18 de marzo de 1842 nacía Stéphane Mallarmé
El 18 de marzo de 1911 nacía Gabriel Celaya

sábado, marzo 17, 2007

William Gibson

Los ojos de unas prostitutas rusas lo siguieron desde las mesas de delante del bar, inexpresivas como muñecas en aquella luz de coleóptero. Las Natachas estaban en todas partes, muchachas trabajadoras enviadas desde Vladivostok por el Kombinat. Una cirugía plástica rutinaria les había impuesto la belleza dura de una línea de montaje. Barbies eslavas. Una operación más simple les había implantado un dispositivo de rastreo, para beneficio de los traficantes.
La escalera conducía a La Colonia Penitenciaria, una discoteca desierta a esa hora; unos pulsos de silenciosa iluminación roja marcaban los pasos de Laney a través de la pista de baile. Del techo colgaba una máquina extraña. Cada uno de los brazos articulados, que recordaban un anticuado equipo dental, terminaba en unas puntas de acero afilado. Plumas, pensó, que recuerdan vagamente el relato de Kafka. Sentencia de culpabilidad, grabada en la espalda desnuda del condenado. El molesto recuerdo de los ojos en blanco que no veían. Tiró de la máquina hacia abajo. Se adelantó.
Una segunda escalera, estrecha, más empinada, y entro en El Proceso, de techo bajo y oscuro. Paredes color antracita. Unas llamas pequeñas se movían detrás del cristal azul. Vaciló, envuelto en oscuridad, y dio un paso atrás.

Fragmento de la novela Idoru, de William Gibson, nacido el 17 de marzo de 1948.
El 17 de marzo de 1920 nacía Olga Orozco
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viernes, marzo 16, 2007

Francisco Ayala

También correspondió al inefable Ruiz Abarca la iniciativa en la más famosa de cuantas farsas y pantomimas se desplegaron por entonces. Abarca es, en verdad, un tipo extraordinario: lo reconozco, aunque yo no pueda tragarlo; a mí, los bárbaros me revientan. Siempre tiene él que estar en actividad, de un modo u otro, y nunca para desempeñar un papel demasiado airoso. Esta vez la cosa era hasta repugnante. Existe por acá la creencia, cuyo posible fundamento ignoro, de que para ciertas festividades que, poco más o menos, coinciden con nuestras navidades, acostumbran los indígenas sacrificar y asar un mono, consumiéndolo con solemne fruición. Los sabedores afirman, muy importantes, que eso es un vestigio de antropofagia, y que estos pobres negros devoraban carne humana antes de fundarse la colonia; actualmente se reducían, por temor, a esos supuestos banquetes rituales que, a decir verdad, nadie había presenciado, pero de los que volvía a hablarse cada año hacia las mismas fechas, con aportación a veces de testimonios indirectos o de indicios tales como haberse encontrado huesos mondos y chupados, «parecidos a los de niño, que no pueden confundirse ni con los de un conejo ni con los del lechón». También pertenecía a la leyenda el aserto siguiente: que un solo blanco, Martín, conocía de veras los repugnantes festines y participaba en ellos. Se contaba que en cierta oportunidad, sin prevenirlo, le habían dado a probar del insólito asado, y como hallara sabrosa la carne, le aclararon su procedencia; él, sin dejar de balancearse en la hamaca, había seguido mordisqueando con aire reflexivo la presa, y de este modo ingresó, casi de rondón, en la cofradía. Al infeliz Martín le colgaban siempre todas las extravagancias; era su sino... Pues bien, este año salió a relucir, como todos, la consabida patraña, y a propósito de ella se repitieron los cuentos habituales; unos, dramáticos: la desaparición de una criatura de cinco años que cierto marinero tuvo la imprudencia de traerse consigo; y otros, divertidos: el obsequio que al primer gobernador de la colonia, hace ya muchísimos años, le ofreció el reyezuelo negro, presentándole ingenuamente un mono al horno, cruzados los brazos sobre el pecho como niño en sarcófago. Volvieron a oírse las opiniones sesudas: que toda esta alharaca no era sino prejuicios, pues bien comemos sin extrañeza de nadie animales mucho más inmundos, ranas, caracoles, los propios cerdos, etc.; se discutió, se celebraron las salidas ingeniosas de siempre, se rieron los mismos chistes necios. Y fue en el curso de una de tales conversaciones cuando surgió la famosa apuesta entre el inspector Abarca y el secretario de Gobierno sobre si aquél sería capaz o no de comer carne de mono.

Fragmento del relato Historia de macacos, de Francisco Ayala, nacido el 16 de marzo de 1906.
El 16 de marzo de 1892 nacía César Vallejo
El 16 de marzo de 1940 fallecía Selma Lagerlöf

jueves, marzo 15, 2007

La ventana en la buhardilla

La casa estaba más o menos como la había dejado. No concordaba con el paisaje de Nueva Inglaterra, ya que a pesar de las huellas del pasado en sus cimientos de piedra y en los troncos, lo mismo que en la chimenea, había sido tan renovada que parecía fruto de varias generaciones. La mayor parte de estas reformas las había hecho Wilbur para su mayor comodidad, pero había un cambio que me causó extrañeza, y del que Wilbur nunca había dado ninguna explicación: era la instalación en la zona sur de la buhardilla, de una gran ventana redonda, con un curioso cristal opaco, del que simplemente había dicho que era una antigüedad muy valiosa, descubierta y adquirida durante su estancia en Asia.
Se refirió a ella en una ocasión como «el cristal de Leng» y en otra habló de que «su origen posiblemente se deba a las Híadas». Ninguna de las dos referencias me aclaraba nada, pero, si he de ser sincero, tampoco estos caprichos de mi primo me interesaban lo suficiente como para averiguar más.
Pronto deseé, sin embargo, haberlo hecho. En seguida descubrí, una vez instalado en la casa, que toda la vida de mi primo parecía desenvolverse, no en las habitaciones centrales del piso de abajo, como sería de esperar, puesto que eran las más acondicionadas en cuanto a comodidades, sino en torno al cuarto abuhardillado. Aquí era donde tenía sus pipas, sus libros favoritos, sus discos, y los muebles más cómodos. Era también aquí donde trabajaba, donde estudiaba los manuscritos relacionados con su profesión y donde le sorprendió -mientras consultaba unos volúmenes de la Biblioteca de la Universidad de Miskatonic- la enfermedad coronaria que acabó con su vida.

Fragmento de la narración La ventana en la buhardilla, de August Derleth y HP Lovecraft (fallecido el 15 de marzo de 1937).
El 15 de marzo de 1916 nacía Blas de Otero
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miércoles, marzo 14, 2007

Algernon Blackwood

Las montañas eran para Limasson, en cierto inexplicable sentido, casi una pasión, y la escalada le reportaba un placer tan intenso que un escalador normal apenas lo habría comprendido. Para él, era serio como una especie de culto; los preparativos para la ascensión, la ascensión misma sobre todo, requerían una concentración que parecía simbólica como un ritual. No sólo amaba las alturas, la imponente grandiosidad, el esplendor de las vastas proporciones recortadas en el espacio, sino que lo hacía con un respeto que rayaba en el temor. La emoción que las montañas despertaban en él, podría decirse, era de esa clase profunda, incalculable, que emparentaba con sus sentimientos religiosos, aunque estuviesen estos realizados a medias. Sus dioses tenían sus tronos invisibles entre las imponentes y terribles cumbres. Se preparaba para esa práctica anual de montañismo con la misma seriedad con que un santo podría acercarse a una ceremoia solemne de su iglesia.
Y discurría con gran energía el caudal de su mente en esa dirección, cuando le aconteció, casi la víspera misma de su marcha, una serie ininterrumpida de desgracias que sacudieron su ser hasta sus últimos cimientos, dejándole anonadado entre las ruinas.

Fragmento de la narración El sacrificio, de Algernon Blackwood, nacido el 14 de marzo de 1869.
El 14 de marzo de 1868 nacía Máximo Gorki
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martes, marzo 13, 2007

Lazarillo de Tormes

Quiso nuestra fortuna que la conversación del Zaide, que así se llamaba, llegó a oídos del mayordomo, y hecha pesquisa, hallóse que la mitad por medio de la cebada, que para las bestias le daban, hurtaba, y salvados, leña, almohazas, mandiles, y las mantas y sábanas de los caballos hacía perdidas, y cuando otra cosa no tenía, las bestias desherraba, y con todo esto acudía a mi madre para criar a mi hermanico. No nos maravillemos de un clérigo ni fraile, porque el uno hurta de los pobres y el otro de casa para sus devotas y para ayuda de otro tanto, cuando a un pobre esclavo el amor le animaba a esto. Y probósele cuanto digo y aun más, porque a mí con amenazas me preguntaban, y como niño respondía, y descubría cuanto sabía con miedo, hasta ciertas herraduras que por mandado de mi madre a un herrero vendí. Al triste de mi padrastro azotaron y pringaron, y a mi madre pusieron pena por justicia, sobre el acostumbrado centenario, que en casa del sobredicho Comendador no entrase, ni al lastimado Zaide en la suya acogiese.
Por no echar la soga tras el caldero, la triste se esforzó y cumplió la sentencia; y por evitar peligro y quitarse de malas lenguas, se fue a servir a los que al presente vivían en el mesón de la Solana; y allí, padeciendo mil importunidades, se acabó de criar mi hermanico hasta que supo andar, y a mí hasta ser buen mozuelo, que iba a los huéspedes por vino y candelas y por lo demás que me mandaban.
En este tiempo vino a posar al mesón un ciego, el cual, pareciéndole que yo sería para adestralle, me pidió a mi madre, y ella me encomendó a él, diciéndole como era hijo de un buen hombre, el cual por ensalzar la fe había muerto en la de los Gelves, y que ella confiaba en Dios no saldría peor hombre que mi padre, y que le rogaba me tratase bien y mirase por mí, pues era huérfano. Él le respondió que así lo haría, y que me recibía no por mozo sino por hijo. Y así le comencé a servir y adestrar a mi nuevo y viejo amo.

Fragmento de Lazarillo de Tormes, obra anónima del siglo XVI.
Lazarillo de Tormes (obra completa) en Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes
El 13 de marzo de 1711 fallecía Nicolas Boileau
El 13 de Marzo de 1884 nacía Hugh Walpole
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lunes, marzo 12, 2007

Heinrich Mann

Con el valor que da la desesperación emprendió por fin el camino hacia la calle Potsdamer. Recorrió la calle de la Reina Augusta y dobló con decisión hacia la calle Privada Hildebrandt, una avenida silenciosa, cubierta de arena, que estaba cerrada en ambos extremos con una tela metálica. El palacio Türkheimer resultaba a todos los viandantes el más grandioso de los edificios. Era de un estilo renacentista alemán, cuya autenticidad no debía ser comprobada más de cerca. Andreas tocó en el rico portón de bronce del jardín, y éste se abrió sin que apareciera nadie. Solitario como el príncipe del cuento que conquista un castillo encantado, el joven atravesó una especie de patio de armas, pisó una mayestática escalinata y se detuvo ante la elegante puerta de cristal que parecía incrustada por manos profanas en la bovedilla del portal artísticamente cincelado.
La puerta se abrió, pero el lacayo de uniforme verde plateado que salió al encuentro de Andreas, poseía el poder de ahuyentar al valeroso conquistador del umbral de su paraíso. Dijo que la señora no estaba en casa. Bajo la primera impresión de esta noticia, el joven le entregó su tarjeta y la nota del doctor Bediener. De inmediato se dio cuenta de que no debía haberlo hecho. Miró pálido de ira a la desvergonzada cara del criado y estuvo a punto de darle un golpe. "Si no perjudicara a mis intereses", se dijo, "lo haría. Por lo demás, no puedo probarle su desfachatez, pues está disimulada, como siempre ocurre en tales personas".
Con el pecho oprimido por el peso de su esperanza destruida recorrió la calle hasta el final y se encontró en el Zoológico. Su ambición insatisfecha le llevó a deambular durante dos horas por los caminos cubiertos de hojas. Se sentía tan vacío y sin sentido como el día en que decidió abandonar el Café Hurra. Pero entre tanto, había dado unos pasos que no eran fácilmente repetibles. ¿Y si el descarado lacayo que le había mirado de arriba abajo como a alguien que busca un empleo, no entregara la tarjeta del jefe de redacción?

Fragmento de la novela En el país de Jauja, de Heinrich Mann, fallecido el 12 de marzo de 1950.
El 12 de marzo de 1922 nacía Jack Kerouac
El 12 de marzo de 1945 fallecía Ana Frank

sábado, marzo 10, 2007

Sueño de la mariposa

Chuang Tzu soñó que era una mariposa. Al despertar ignoraba si era Tzu que había soñado que era una mariposa o si era una mariposa y estaba soñando que era Tzu.

Sueño de la mariposa, de Chuang Tzu (300 A.C.)

El 10 de marzo de 1920 nacía Boris Vian
El 10 de marzo de 1935 nacía José Antonio Labordeta
El 10 de marzo de 1940 fallecía Mijaíl Bulgákov

viernes, marzo 09, 2007

Sacher-Masoch

Sumido en su mutismo, el fuego crepitaba en el hogar, cantaba el grande y venerable samovar, crujía la butaca ancestral en que yo me balanceaba fumando, cantaba el grillo en los viejos muros y yo dejaba caer mis miradas en el extraño mobiliario: esqueletos de animales, pájaros disecados, escayolas y vaciados amontonados en su despacho, cuando de repente atrajo mi vista un cuadro que había visto con frecuencia, pero que precisamente hoy me produjo un efecto indecible a la luz rojiza del fuego de la chimenea.
Era una pintura al óleo, tratada con la habilidad y potencia de colorido de la escuela belga. Su asunto era muy curioso.
Una hermosa mujer con una risa radiante que le alumbraba el rostro, de opulenta cabellera trenzada en nudos antiguos, en la cual el polvo blanco aparecía como una escarcha ligera, descansaba la cabeza sobre el brazo izquierdo, desnuda entre una oscura pelliza. Su mano derecha jugaba con una fusta, y su pie, desnudo, reposaba descuidado sobre un hombre, tendido ante ella como un esclavo o un perro; y este hombre, de rasgos acentuados, pero de buen dibujo, en los que se leía una profunda tristeza y una devoción apasionada, alzaba hacia ella los ojos de un mártir, exaltado y ardiente. El hombre, taburete vivo bajo los pies de la mujer, no era otro que Severino, pero sin barba, con lo que parecía tener diez años menos.


Fragmento de La Venus de las pieles, de Leopold von Sacher-Masoch, fallecido el 9 de marzo de 1895.
El 9 de marzo de 2006 en Al_Andar...
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jueves, marzo 08, 2007

Juana de Ibarbourou

Lo quiero con la sangre, con el hueso,
con el ojo que mira y el aliento,
con la frente que inclina el pensamiento,
con este corazón caliente y preso,

y con el sueño fatalmente obseso
de este amor que me copa el sentimiento,
desde la breve risa hasta el lamento,
desde la herida bruja hasta su beso.

Mi vida es de tu vida tributaria,
ya te parezca tumulto, o solitaria,
como una sola flor desesperada.

Depende de él como del leño duro
la orquídea, o cual la hiedra sobre el muro,
que solo en él respira levantada.

Como una sola flor desesperada, poema de Juana de Ibarbourou, nacida el 8 de marzo de 1892.
Hoy se conmemora el Día Internacional de la Mujer Trabajadora
El 8 de marzo de 1999 fallecía Adolfo Bioy Casares
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miércoles, marzo 07, 2007

Georges Perec

Apenas cierras los ojos, comienza la aventura del sueño. A la familiar penumbra de la habitación, volumen oscuro cortado por algunos detalles, donde tu memoria identifica sin esfuerzo los caminos que has recorrido mil veces, trazándolos a partir del cuadrado opaco de la ventana, resucitando el lavamanos a partir de un reflejo, la repisa a partir de la sombra un poco más clara de un libro, identificando la masa más negra de la ropa colgada, sucede, al cabo de un cierto tiempo, un espacio de dos dimensiones, como un cuadro sin límites definidos que formase un ángulo muy pequeño con el plano de tus ojos, como si reposara, no completamente perpendicular, sobre el puente de tu nariz, y que, al principio, puede parecerte de un gris uniforme, o más bien neutro, sin colorines ni formas, pero que, con bastante rapidez sin duda, se revela poseedor al menos de dos propiedades: la primera es que se oscurece más o menos según la mayor o menor fuerza con la que cierras los párpados, como si, más exactamente, la contracción que ejerces sobre la línea de tus cejas cuando cierras los ojos tuviera el efecto de modificar la inclinación del plano con respecto a tu cuerpo, como si la línea de tus cejas constituyera su eje y, por consiguiente, a pesar de que esta consecuencia no parezca demostrable más que por la evidencia misma, de modificar la densidad, o la calidad, de la oscuridad que percibes; la segunda es que la superficie de este espacio no es regular en absoluto, o, más exactamente, que la distribución, el reparto de la oscuridad no se efectúa de manera homogénea: la zona superior es manifiestamente más oscura, la zona inferior, que te parece la más cercana, aunque a estas alturas, evidentemente, las nociones de cercano y lejano, arriba y abajo, delante y detrás, han dejado de ser muy precisas, es, por un lado, mucho más gris, es decir, no mucho más neutra como lo crees al principio, sino sorprendentemente mucho más blanca, y por otro lado contiene, o sostiene, uno, dos, o más tipos de bolsas, de cápsulas, algo así como la idea que tienes de una glándula lacrimal, por ejemplo, con bordes finos y ciliados, dentro de los cuales tiemblan, se agitan, se retuercen relámpagos muy muy blancos, algunos muy delgados, como estrías muy finas, algunos mucho más gruesos, casi gordos, como gusanos. Estos relámpagos, aunque el término relámpago resulte absolutamente impropio, poseen la curiosa virtud de no poder ser observados.

Fragmento de la narración Un hombre que duerme, de Georges Perec, nacido el 7 de marzo de 1936.
El 7 de marzo de 1948 nacía Juan Eslava Galán
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martes, marzo 06, 2007

Gabriel García Márquez

Santiago Nasar tenía un talento casi mágico para los disfraces, y su diversión predilecta era trastocar la identidad de las mulatas. Saqueaba los roperos de unas para disfrazar a las otras, de modo que todas terminaban por sentirse distintas de sí mismas e iguales a las que no eran. En cierta ocasión, una de ellas se vio repetida en otra con tal acierto, que sufrió una crisis de llanto. «Sentí que me había salido del espejo», dijo. Pero aquella noche, María Alejandrina Cervantes no permitió que Santiago Nasar se complaciera por última vez en sus artificios de transformista, y lo hizo con pretextos tan frívolos que el mal sabor de ese recuerdo le cambió la vida. Así que nos llevamos a los músicos a una ronda de serenatas, y seguimos la fiesta por nuestra cuenta, mientras los gemelos Vicario esperaban a Santiago Nasar para matarlo. Fue a él a quien se le ocurrió, casi a las cuatro, que subiéramos a la colina del viudo de Xius para cantarles a los recién casados.
No sólo les cantamos por las ventanas, sino que tiramos cohetes y reventamos petardos en los jardines, pero no percibimos ni una señal de vida dentro de la quinta. No se nos ocurrió que no hubiera nadie, sobre todo porque el automóvil nuevo estaba en la puerta, todavía con la capota plegada y con las cintas de raso y los macizos de azahares de parafina que les habían colgado en la fiesta. Mi hermano Luis Enrique, que entonces tocaba la guitarra como un profesional, improvisó en honor de los recién casados una canción de equívocos matrimoniales. Hasta entonces no había llovido. Al contrario, la luna estaba en el centro del cielo, y el aire era diáfano, y en el fondo del precipicio se veía el reguero de luz de los fuegos fatuos en el cementerio. Del otro lado se divisaban los sembrados de plátanos azules bajo la luna, las ciénagas tristes y la línea fosforescente del Caribe en el horizonte. Santiago Nasar señaló una lumbre intermitente en el mar, y nos dijo que era el ánima en pena de un barco negrero que se había hundido con un cargamento de esclavos del Senegal frente a la boca grande de Cartagena de Indias.

Fragmento de Crónica de una muerte anunciada, de Gabriel García Márquez, nacido el 6 de marzo de 1927.
El 6 de marzo de 1973 fallecía Pearl S. Buck
El 6 de marzo de 1982 fallecía Ayn Rand
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lunes, marzo 05, 2007

Max Jacob

El entierro habíase efectuado ya la víspera, pero fue necesario recomenzar, por un error de trayecto. En la calle real otro accidente: se desprendió una rueda del coche de muerto. Se utilizó al maestro de ceremonias. Tomó las coronas en la misma mano que su bastón. Una de ellas decía: "Cátulo Mendis, mi maestro". Otra: "Al amigo joven demasiado discreto que no quiso nunca confiarnos sus miserias".
Y la jovencita que le había cuidado tanto, lloraba, lloraba caudalosamente con la nuca rubia entre los velos. Mas, por la tarde, fue preciso que marchase a representar en la comedia de la Puerta San Martín: a la máscara egipcia, despellejada en la barba, ella prefirió esta barba y estos cabellos de meridional, pero la barba se prendió fuego y estalló el gran cordón.

Estallido del gran cordón, texto de Max Jacob, fallecido el 5 de marzo de 1944.
El 5 de marzo de 1922 nacía Pier Paolo Pasolini
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sábado, marzo 03, 2007

Arthur Machen

Era invierno y al comenzar la tarde cubría la ciudad una espesa niebla blanca que se iba adensando a medida que pasaban las horas; recuerdo que, como era domingo, las gentes de casa habían ido al templo. A eso de las tres de la tarde salí a hurtadillas y me alejé lo más aprisa que pude, aunque me sentía débil del poco comer. Un vapor blanco envolvía las calles en silencio. Las ramas desnudas de los árboles estaban cubiertas de escarcha y, en las vallas de madera y bajo mis pies, en el suelo frío y cruel, relucían los cristales de la helada. Seguí andando, doblando las esquinas a la derecha y a la izquierda, sin mirar el nombre de las calles por donde pasaba; los recuerdos de mi larga caminata ese domingo por la tarde parecen los fragmentos despedazados de un mal sueño. Avanzaba vacilante, sumida en una visión confusa, a través de caminos que eran a medias de la ciudad y a medias del campo, viendo a un lado tierras grises que se perdían en un oscuro mundo de neblina y al otro cómodas villas con las paredes iluminadas por el resplandor de las chimeneas; todo era irreal, los rojos muros de ladrillo y las ventanas encendidas, los árboles imprecisos y los prados de luz dudosa, los mecheros de gas que relucían como estrellas en las sombras blancas, las perspectivas en fuga de las vías del tren bajo los altos parapetos, el rojo y el verde de las señales luminosas: imágenes fugaces que destellaban en mi cerebro cansado y en mis sentidos embotados por el hambre. De cuando en cuando resonaban en el pavimento unos pasos y junto a mí pasaba un transeúnte muy abrigado, caminando rápidamente para no perder el calor, y sin duda anticipando con impaciencia el placer del hogar encendido, las cortinas corridas sobre las ventanas heladas y la bienvenida de sus amigos; pero el aire no tardó en oscurecerse, empezó a caer la noche, encontré cada vez menos gente y seguí recorriendo las calles desiertas. Me tambaleaba en medio del blanco silencio, inconsolable como si pisara las calles de una ciudad sepultada; a cada paso me sentía más débil y fatigada, y algo del horror de la muerte me apretaba el corazón. De pronto, al dar vuelta a una esquina, alguien se acercó a mí junto a un farol y una voz me preguntó cortésmente cómo llegar a la calle Avon. Escuchar una voz humana fue una sorpresa abrumadora que me robó las pocas fuerzas que me quedaban; caí por tierra hecha un ovillo y rompí a sollozar, a llorar, a reír, presa de un violento ataque de histeria.

Fragmento de Los tres impostores, de Arthur Machen, nacido el 3 de marzo de 1863.
Breve nota sobre la novela El Terror, de Arthur Machen
El 3 de marzo de 1996 fallecía Marguerite Duras
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viernes, marzo 02, 2007

Philip K Dick

¿Podemos llegar a conocer nuestros propios motivos?
En realidad, un ser humano es un organismo biológico que se va desplegando, que muy a menudo se ve atrapado por fuerzas instintivas. No es capaz de percibir el objetivo de esas fuerzas, cuál es su meta. De lo único que es consciente es de la tensión que ponen en él, la presión. Le obligan a hacer algo. Pero, ¿por qué?... Es incapaz de contestar en ese momento. Quizá después. Algún día tal vez sea capaz de mirar hacia atrás y ver exactamente por qué me involucré con Fay Hume, y por qué ella arriesgó todo para relacionarse conmigo.
En cualquier caso, tengo la convicción de que sea cual fuere la razón, es un asunto profundamente serio, profundamente responsable y calculado, y no el capricho del momento. Ella sabe lo que está haciendo, mejor que yo.
Y me está utilizando; es la principal manipuladora en este asunto, siempre lo ha sido, y yo no soy más que su instrumento. ¿En qué me convierte eso? ¿Dónde me coloca? ¿Mi vida ha de modificarse para ponerse al servicio de otra persona, de una mujer que está decidida a mantener a su familia sobre una base operativa segura y a la que no le importa destrozar el matrimonio de otro, su futuro, sus sueños, con el fin de conseguirlo?
Pero si no es consciente de ello, si actúa de manera instintiva, ¿puedo considerarla moralmente responsable?
¿Estoy pensando como el universitario que soy?
Llevaba días atormentándose con tales ideas. Y parecía que cada vez se hundía más en la ciénaga circular del raciocinio puro. De nuevo se encontraba en su clase de filosofía, donde el debate no llevaba a la solución o la comprensión, sino a más y más preguntas. Las palabras engendraban palabras.

Fragmento de la novela Confesiones de un artista de mierda, de Philip K Dick, fallecido el 2 de marzo de 1982.
El 2 de marzo de 1930 nacía Pablo Armando Fernández
El 2 de marzo de 1930 fallecía D.H. Lawrence

jueves, marzo 01, 2007

Ryunosuke Akutagawa

A tal punto era perverso que a la sagrada Mahâsiri la pintaba con el rostro de una vulgar prostituta, y al Acalanatha lo mostraba como a un villano infame. Siempre adoptaba actitudes insolentes, y si alguien se lo reprochaba, él respondía con sorna: "Dificulto que los dioses que pinto quieran vengarse de mí".
Al escuchar tales herejías de boca del maestro, los mismos discípulos quedaban pasmados, y algunos, temiendo un castigo divino, abandonaban el taller para siempre. En una palabra, se podría decir que era un hombre soberbio en extremo, que vivía convencido de ser el más genial pintor del universo.
Dicho todo esto, se comprende fácilmente lo que Yoshihide pensaba de su posición en el mundo pictórico. Su pintura era personalísima, tanto por el empleo del pincel como por la combinación de los colores, y por esa causa sus colegas lo consideraban farsante. Ellos aducían que mientras se hablara de un Kawanari o un Kanaoka, u otro pintor clásico, se podía decir, por ejemplo, que en una noche de luna parecía percibirse el exquisito aroma de las flores de ciruelo junto a las persianas de madera, o escucharse las dulces melodías de la flauta del cortesano, en fin, que sugerían hermosas ideas y sabían traducir bellos motivos; pero la obra de Yoshihide sólo hablaba de cosas desagradables y sombrías. En la época en que ilustró el pórtico del Templo Ryugaiji con el Círculo de los Cinco Destinos, se decía que quien pasaba a medianoche cerca del lugar podía escuchar los llantos y los lamentos de las figuras pintadas. Se contaba también que cuando ejecutó por encargo del señor de Horikawa los retratos de varias cortesanas, las retratadas fallecieron en menos de tres años víctimas de una extraña enfermedad. En opinión de personas malignas, esto se debía a que la pintura de Yoshihide era como él: irreverente y demoníaca.

Fragmento de El biombo del infierno, de Ryunosuke Akutagawa, nacido el 1 de marzo de 1892.
El 1 de marzo del año 40 nacía Marco Valerio Marcial
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