Acaso no tuviera alma. Tal vez sus repentinos ardores no fueran más que el desbordamiento de una fuerza corporal increíble; quizá, magnífico actor, ensayaba sin cesar una forma nueva de sentir; o más bien no había en él más que una sucesión de actitudes violentas y soberbias, pero arbitrarias, como las que adoptan las figuras de Buonarotti en las bóvedas de la Capilla Sixtina. Luca, Urbino, Ferrara, peones en el juego de ajedrez de su familia, le hicieron olvidar los paisajes de verdes llanuras rebosantes de agua en donde, por un momento, había consentido vivir. Amontonó en sus baúles los fragmentos de manuscritos antiguos y los borradores de sus poemas de amor. Calzadas botas y espuelas, con sus guantes de cuero y el sombrero de fieltro, parecía más que nunca un caballero y menos que nunca un hombre de Iglesia. Subió a los aposentos de Hilzonde para decirle que se marchaba.
Estaba embarazada. Lo sabía. No se lo dijo. Demasiado llena de ternura para constituirse en obstáculo de sus miras ambiciosas, era asimismo demasiado orgullosa para prevalerse de una confesión que su estrecha cintura y su vientre plano no confirmaban todavía. Le hubiera disgustado ser acusada de embustera y tal vez aún más sentirse importuna. Pero unos meses más tarde, tras haber traído al mundo un hijo varón, no se creyó con derecho a dejar que Micer Alberico de Numi ignorase el nacimiento de su hijo. Apenas sabía escribir; tardó horas en componer una carta, borrando con el dedo las palabras inútiles.Fragmento de la novela
Opus Nigrum, de
Marguerite Yourcenar, nacida en
Bruselas el 8 de junio de 1903.
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