Los agricultores del Medio Oeste necesitan buenas tierras para prosperar. Los aviadores errabundos también. Deben mantenerse próximos a sus clientes. Deben encontrar campos situados a cien metros del pueblo, campos cubiertos de pasto, o de heno, o de avena, o de trigo segado hasta la altura de la hierba; despejados de vacas inclinadas a roer la tela del fuselaje; próximos a una carretera; con un portón en la cerca para permitir el acceso de la gente; alineados de manera que el avión no tenga que rozar en ningún momento los tejados de las casas; suficientemente llanos para que el avión no se descalabre al rodar a 75 kilómetros por hora; lo bastante grandes para aterrizar y despegar sin peligro en los cálidos y apacibles días de verano; todo esto, contando con la autorización del propietario para volar por allí durante una jornada.Pensé en ello mientras enfilábamos hacia el norte un sábado por la mañana, el mesías y yo, viendo como los manchones verdes y dorados de la tierra desfilaban serenamente trescientos metros más abajo. El Travel Air de Donald Shimoda rugía junto a mí a la derecha, y su brillante pintura reflejaba los rayos del sol en todas direcciones. Un estupendo avión, pensé, pero demasiado grande para hacer acrobacias con mal tiempo.Fragmento de
Ilusiones, de
Richard Bach, nacido en Illinois el 23 de junio de 1929.
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