En lo que se refiere al valle invernal, cubierto de una espesa capa de nieve, al que Hans Castorp, tendido cómodamente en su chaise-longue, había dirigido preguntas trascendentales, quedó mudo, lo mismo que los picos, las cimas, las vertientes y los bosques oscuros, verdes y rojizos, inmóviles en la duración, unas veces resplandecientes en el azul profundo, otras envueltos en brumas en el fluir silencioso del tiempo terrestre, unas enrojecidos bajo el sol que los abandonaba, otras con un duro resplandor de diamante en la magia de la luna. Estaban siempre cubiertos de nieve, y todos los pensionistas declaraban que ya no podían soportar aquella nieve, almohadones de nieve, vertientes de nieve, todo eso sobrepasa las fuerzas humanas, era mortal para el espíritu y el corazón. Y se ponían antiparras de color, para defender los ojos, pero mucho más para defender su corazón.¿Hacía verdaderamente seis meses que el valle y las montañas estaban cubiertos de nieve? ¡Ya hacía siete! El tiempo pasa mientras nosotros referimos la historia, nuestro tiempo propio, el que consagramos a esta historia, pero también el tiempo profundamente anterior de Hans Castorp y sus compañeros de infortunio, allá arriba en la nieve, y el tiempo sigue produciendo cambios.Fragmento de
La montaña mágica, de
Thomas Mann, fallecido el 12 de agosto de 1955.
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