jueves, noviembre 02, 2006

Pier Paolo Pasolini

El apóstol Pablo partió del oasis: de la ciudad minúscula de arena, sola como un cementerio en torno a su pozo, y cuya vida consistía en no morir. La enfermedad mortal se veía en las aguas verdosas del pozo, en la vejez decrépita de los troncos, en el polvo inflamado por el sol en que todo se desmenuzaba desde hacía milenios. Sin embargo, allí estaba la vida humana, con todas sus formas; y aunque entorpecidos o con la voz afónica a causa del silencio que llegaba del desierto, los niños reían con los ojos centelleantes de dulzura y con sus cuerpos sin peso; los jóvenes incubaban su deseo, entre los ricos harapos y las vendas apretadas sobre los rasgos dulces y repugnantes de los bandidos; zumbaba el mercado; grupos de mujeres regresaban veloces de la compra, como otros tantos viejos sacerdotes; los ancianos permanecían apoyados en los muros bajos, con los hígados pútridos y los ojos de bestias enfermas y tranquilas.
El desierto empezó a reaparecer en todo lo que era: y para verlo así —desierto y nada más que desierto— sólo bastaba estar en él. Pablo caminaba, caminaba, y su paso era una confirmación. Desaparecidas las últimas copas de las palmeras, distribuidos los hombres en grupos pintorescos, se reinició la obsesión, es decir, el avanzar permaneciendo siempre en el mismo punto.

Fragmento del libro Teorema, de Pier Paolo Pasolini, fallecido el 2 de noviembre de 1975
El 2 de noviembre de 1950 fallecía George Bernard Shaw
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