sábado, enero 27, 2007

Giovanni Verga

Después de la cena, el cotidiano paseo. La noche era bellísima; pero, sin saber por qué, yo no estaba tan alegre, tan contenta como notaba a los demás, y como solía estarlo otras veces. Me complacía en escuchar el leve ruido de las hojas que caían, el rumor de los árboles, el canto lejano del búho; me internaba en la espesura, bizarra, afrontando el temor causado por las sombras, gustaba estar sola aparte, pues de rato en rato velábanse mis ojos de lágrimas.
¿Qué misterio existe en nuestras almas, Mariana? Debería haber estado alegre aquel día, en que todos lo estaban. No sabía explicarme a mí misma esta extravagancia. Tendré quizá el genio poco equilibrado, al que convenga más la quietud del claustro y que aquí se halla fuera de su quicio, agitado, inquieto y tal vez algo alocado.
Adiós. Te escribiré cuanto antes. Esta carta es breve, hasta seca, cuando debiera escribirte una larga, muy larga, en que te narrara cien cosas más: todas las tonterías que se me vinieran a la mente, todo lo que no pudiera charlar contigo de viva voz. Pero, ¿qué quieres? Hoy fáltanme alientos. Me siento fatigada, sin ganas, no tengo las ideas claras. Hasta mañana, pues.

Fragmento de Historia de una capinera, de Giovanni Verga, fallecido el 27 de enero de 1922.

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