viernes, enero 05, 2007

Umberto Eco

A veces, en el duermevela que viene después, me rebelo al sueño. Trata de recordar, conoces y recuerdas todo, y con todo has saldado las cuentas, o no las has abierto nunca. No hay nada que no sepas encontrar No hay nada.
Queda la sospecha de haber olvidado algo, de haberlo dejado entre los pliegues de la atención, como se olvida un billete de banco, o una nota con un dato fundamental, en un bolsillo de los pantalones o en una vieja chaqueta, y sólo más tarde se descubre que era lo más importante, lo decisivo, lo único.
De la ciudad tengo una imagen más clara. Es París, yo estoy en la margen izquierda, sé que si atravieso el río llegaré a una plaza que podría ser la place des Vosges... no, una plaza más abierta, porque en el fondo se yergue una especie de Madeleine. Después de la plaza, al otro lado del templo, encuentro una calle (hay una tienda de libros antiguos en la esquina) que dobla hacia la derecha y desemboca en unas callejuelas, y estoy en el Barrio Gótico de Barcelona, no me caben dudas.
Se podría salir a una calle, muy ancha, llena de luces, y es en esa calle, y lo recuerdo con evidencia eidética, donde a la derecha, al final de un callejón sin salida, está el Teatro.
No está claro qué sucede en ese sitio de delicias, sin duda algo ligeramente y gozosamente turbio, como en un striptease (por eso no me atrevo a hacer preguntas), algo de lo que ya sé bastante como para querer regresar, muy excitado. Pero en vano, hacia Chatham Road las calles se confunden.

Fragmento de la novela El pendulo de Foucault, de Umberto Eco, nacido el 5 de enero de 1932.
El 5 de enero de 1936 fallecía Valle-Inclán

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