La noche en que el hombre gordo se quedó dormido acurrucado en su cama de matrimonio, lloriqueando, su madre, en su pueblo natal, se decidió a emprender la batalla decisiva contra su gordo hijo. Así pues, bien mirado, el hombre gordo no tenía ninguna razón para acongojarse, pues la causa de su pena era que pensaba que su madre no le había hecho ni caso. Cuando era niño, cada vez que interrogaba a su madre sobre la vida de confinamiento y la repentina muerte de su padre, ella, para no responderle, se hacía la loca. Y un día, por fin, el hombre gordo fingió volverse loco antes de que lo hiciera su madre, y, tras destrozar todo cuanto encontró a su alrededor, se tiró de cabeza desde el muro que había al fondo del jardín a un talud donde crecían unas frondosas matas de helechos. Pero ni siquiera así consiguió que su madre le respondiera, aunque saboreó una inútil sensación de gloria. Ello contribuyó simplemente a crear una relación de permanente tensión entre el hombre gordo y su madre durante veinte años, en el curso de los cuales ambos reconocían en secreto que resultaba victorioso en sus enfrentamientos el primero de los dos que decidía hacerse el loco. Era una tensión comparable a la de los pistoleros de las películas del oeste cuando avanzan el uno hacia el otro con la mano a la altura de la funda del revólver. Pero aquella noche, finalmente, las cosas empezaron a cambiar. Decidida a reanudar la lucha dándose un nuevo planteamiento, la madre del hombre gordo, tras redactar inmediatamente después de colgar el teléfono el texto de una circular, lo llevó a la imprenta del pueblo vecino a la mañana siguiente, y cuando estuvo impresa envió un ejemplar por correo urgente y certificado a los hermanos y hermanas del hombre gordo, a sus cuñados y cuñadas y a todos sus parientes. En la circular dirigida a la esposa del hombre gordo se indicaba que era "confidencial", aunque, a causa de su contenido, tuvo que mostrársela a su marido. Decía así:
Nuestro Reyezuelo se ha vuelto loco, pero su locura no ha sido heredada, lo cual le comunico para su conocimiento. Es consecuencia de una sífilis que contrajo en el extranjero, por lo que, para evitar un posible contagio, le ruego que rompa toda relación con él.
Fragmento de la narración Dinos cómo sobrevivir a nuestra locura, de Kenzaburo Oe, nacido el 31 de enero de 1935.
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